03: Los negreros Racotianos

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  Gruesas gotas calientes le corrían por la nuca, así como por las sienes y la clavícula. Si quería ocultar las manchas, tendría que mantener el cabello suelto y atenerse a la forma en que se le esponjaba con la humedad de la frontera de Catarsis.

—Está quedando mejor de lo que pensé —masculló Lyre, con las manos en el cabello de la joven— pero no estoy segura de que pueda engañarlos.

—Tendremos que arriesgarnos...

Por un instante, ambas mujeres se miraron a los ojos, lo que hacían era ridículo y peligroso. Era en toda la ley una medida desesperada que se podría volver en cualquier momento un arma de doble filo si no actuaban como debían. Ni siquiera sabían si funcionaría, si lograría engañar a esas personas. Ambas estaban clamando a Sirakan porque esa treta les resultara.

Lyre sacó con cuidado las manos de la espesa cabellera de Romelí, por su piel todavía bajaban las gotas como perlas de sangre desde las puntas de los dedos hasta más allá de los codos y en ciertos lugares había quemaduras muy marcadas que a simple vista se notaban dolorosas, y de las cuales ella no se había quejado en lo más mínimo. ¿Algún día recuperaría la suavidad que antaño revestía sus brazos?

—Ya está. —finalizó ella— el tono no ha quedado tan rojo de lo que necesitábamos, es más ocre, algo así como el vino, pero es suficiente como para que todo tu semblante cambie.

Cuando Romelí se hubo en pie, la gravedad hizo bajar más lágrimas de tinte desde su cabeza sobre sus hombros, los cuales Lyre se encargaba de enjugarle con la esponja, pero era incapaz de borrar las pecas que decoraban su piel.

—Déjalo, se borrará en algunos días, así como en el cabello dentro de unos meses. El vestido lo cubrirá y ordenaré los mechones para el resto de las manchas, para cuando el color se difumine y desaparezca, ellos ya se habrán ido...

Otro grito salió desde el pueblo y Romelí miró por la ventana de la estrecha torre antigua. Otro más. ¿Habrían ya terminado con toda su familia? ¿Alleyla habría encontrado a su esposo?

—No pienses en ellos ahora, —le regañó Lyre— es inútil, tenemos el tiempo de nuestro lado, podremos salvarte si hacemos las cosas bien.

Con cuidado de no pringar el vestido, pasaron a la butaca que estratégicamente habían colocado bajo el telescopio del patriarca. Moviendo los espejos de la forma correcta lograron captar un rayo de sol del exterior de la torre dirigiéndolo a la cabellera de Romelí. El calor era suficiente como para secar su pelo y a la vez impregnar el tinte en el mismo.

Aun con toda la desesperación que las envolvía a ambas, ninguna había soltado ni una sola lágrima. Quizá porque la ejecución de ese improvisado plan las tenía lo suficientemente ocupadas como para ignorar sus propios sentimientos.

Ahí, recostada en esa butaca, con la cabeza hacia atrás y el cabello sobre las alfombras del suelo a la que le apuntaba el rayo de luz solar, Romelí se sintió presa de la verdadera tristeza. ¿Qué se hace cuando tu familia está afuera, siendo masacrada por los viejos enemigos? No, ella debió estar con ellos allá afuera. No se perdonaría nunca el haber obedecido a su hermana, tendría que haberse reunido con el patriarca muerto, a morir a su lado en vez de idear esta treta cobarde.

Casi le consolaba el saber que los zorros del desierto estaban tras ella también. Morir ahora parecería una dulce antesala a lo que estaba por venir. Se lo merecería, por no haber sido más valiente y quedarse con el patriarca. Pelear y morir era mil veces más honroso que quedarse y vivir a costa de la muerte de los que se ama.

La lagrima que bajó por su mejilla era de transparente agua salada, y Lyre se sorprendió al secarla de su rostro. Enternecida, se inclinó hacia ella y le envolvió con sus brazos. Su cabellera estaba seca por fin y sus rizos originalmente negros como el alma del faraón de Oníria, ahora ostentaban el color del vino. Pero ¿sería un cambio completamente significativo?

El color del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora