17: El Fuego de la Resistencia

5 4 0
                                    

Si tenía que ser honesta, lo último que quería era competir con un montón de mujeres mejor dotadas por el cariño de un hombre que, si bien le gustaba y le atraía, no la trataba bien en lo absoluto. El exceso de carnalidad y de lujuria en ese sitio era palpable, era latente y ella no estaba hecha para eso. Por un momento, recordó al patriarca, a su hermana y a Lyre ese último día, cuando decidieron teñir su cabello con la fuerza de esos tintes del otro lado del océano, el secreto de su cultura de raza negra.

Romelí sintió el dolor de ese día, de la perdida y el pánico de la huida aun latentes en su memoria. Había ganado un número considerable de traumas y pequeños paros cardíacos desde entonces. La estaban usando como a un juguete y según Khafra, aun no estaba sucediendo lo peor. De eso último sí estaba segura al completo.

Llevó sus brazos alrededor de sí misma y se abrazó, mientras seguía caminando. No era un objeto. No era una concubina. Ella tenía un valor. Recordó los colmillos de jade de Mavros mordisqueando sus dedos y la lascivia de los eunucos de servicio, las propuestas de Isak. Todo eso contribuía a sentirse cada vez más y más sucia.

Entendía porqué Khafra no quería hablar de eso, era obvio que él también había servido al emperador como un objeto sexual más, no por nada había llegado tan alto en la escala de la jerarquía. Lo compadecía. Porque una cosa es ser mujer y actuar como tal para un hombre... otra era ser un hombre, con gustos por mujeres, y tener que ser obligado a actuar como mujer, servir como mujer para satisfacer a un emperador desquiciado por la violencia y crudeza en la que todos los racotianos creían.

Peor, ser mutilado de esa forma, para que su único propósito fuera el servir así. Romelí ya no sentía su situación tan mala, la verdad es que sentía que a ella le había tocado un destino levemente menos malo.

Y Khafra había sido bueno con ella, la había protegido. Es verdad que la había hecho exponerse a la humillación de Mavros, a ser un objeto delante de Isak y había dejado que la azotaran y marcaran... pero el hombre no era malo.

Romelí suspiró, su pecho se agitaba y sus pasos resonaban en el silencio de los corredores, cada vez más vacíos conforme se alejaba de las zonas concurridas.

De pronto, al doblar una esquina, se detuvo en seco. Frente a ella, emergiendo de las sombras, venía Isak, con el rostro aún brillando de una ligera capa de sudor y un aire sombrío de recién llegada violencia. Sus ojos purpúreos aún brillantes. Su túnica y manos estaban salpicadas por un liquido que parecía sangre. Encima, sangre que aún no había terminado de secarse.

Lyre le había contado lo de la maldición de los esclavos de El Abismo, su tendencia a convertirse en demonios, pero nunca vio semejante cosa. Casi lo creía una leyenda, porque los esclavos servían como animales de carga todos los días en Oniria y Catarsis. Al ver la doble fila de dientes afilados y la piel color madera carbonizada, a Romelí le quedó claro que, algunos habitantes de El Abismo, aun tenían la tendencia de soltar sus características más primitivas.

Sus ojos, intensos y purpúreos, se encontraron con los de Romelí. La sorpresa se desvaneció rápidamente en una sonrisa ligera, casi burlona, mientras él deslizaba la capucha de su toga de habitante de El Abismo sobre su cabeza. Sus ojos lentamente se tornaron otra vez negros al igual que su piel volvía a ser blanca.

—¿Al príncipe se le ha salido de control tan rápido su favorita? —ironizó con una sonrisa confiada— ¿Qué? ¿Al harén le hacía falta un verdadero hombre que lo gobernara?

—Quizás simplemente no me han recibido como esperaba, —respondió Romelí, con una calma que apenas lograba sostener.

El soldado soltó una risa seca, sin desviar la mirada, la doble fila volviendo a retraerse y el resto de los dientes volviéndose normales —Aquí nadie recibe nada de la forma que espera. —Alzó una mano manchada, mostrando las laceraciones en su piel—. Pero todos aprendemos a sobrevivir. Algunos, incluso a prosperar.

El color del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora