Khafra sostenía el espejo con precisión detrás de Romelí, permitiéndole ver el reflejo de su espalda baja. La quemadura, áspera y roja, destacaba en su piel oscura, pero había sanado en pocos días. Los eunucos y el propio Khafra se habían asegurado de que recibiera alimentos nutritivos y cuidados meticulosos, restaurando poco a poco su fuerza y su figura.
Romelí observó las cicatrices de la quemadura y las de los latigazos, más arriba. Sentía en ellas un recordatorio, no solo de la brutalidad de la que había sido objeto, sino de la resistencia que había comenzado a cultivar en su interior. Khafra, manteniéndose en silencio, la observaba con discreta atención a través del reflejo. Su expresión era una máscara de serenidad, pero en sus ojos parecía asomar una sombra de empatía, una preocupación cuidadosamente oculta bajo su estoica compostura.
—Te recuperas rápido. Parece que lo llevas en la sangre —murmuró finalmente, rompiendo el silencio con una voz que denotaba algo más que simple observación.
Romelí alzó la vista y, al hacerlo, encontró los ojos de Khafra posados en su cabello, observándolo con detenida admiración. Luego su mirada se deslizó lentamente por su rostro hasta encontrarse con la de ella, cargada de un interés reservado.
—¿Los eunucos... sienten aún deseo? —preguntó ella con suavidad, sin desviar los ojos de él.
La pregunta pareció hacerle titubear; sus manos temblaron ligeramente sobre el espejo antes de que se girara, se sirviera un poco del tónico que destilaba un aroma penetrante y se tomara un momento para considerar sus palabras.
— —Lo que se nos quita solo es carne, pero el deseo... eso es algo más profundo. No se nos arrebata tan fácilmente. Cada hombre que alguna vez ha deseado una mujer, guarda ese impulso aquí —señaló su pecho—, aunque se nos prive de la capacidad.
Ella lo miró en silencio, intrigada, y se atrevió a preguntar:
—¿Cómo es... ese proceso, para hacer a un hombre eunuco?
Khafra bajó la vista, tornándose pálido de pronto y empujándose el alcohol en un rápido trago. Sacudiendo la cabeza antes de contestar con una voz áspera:
—Es una mutilación, simplemente... pero no es un tema agradable del que hablar. Quizá prefieras algo menos sombrío. —Apretó los labios, como si buscara otra forma de desviar la conversación—. Hay eunucos en el harén a los que tal vez te interesaría conocer.
La sonrisa irónica de Romelí le arrancó una mirada de leve complicidad.
—¿Qué quieres decir con eso? Explícate.
—A algunos de esos eunucos se les extirpan únicamente los testículos. Ellos... aún pueden "servir" a las mujeres, por así decirlo. Son una concesión que el emperador otorga en sus ausencias prolongadas o cuando pierde interés en una concubina específica y a esta la abruma la soledad. En el harén del emperador hay más de doscientas mujeres, es entendible que rara vez se repita la misma en el mismo año, ya te imaginarás. En esos casos, esos eunucos actúan como... consoladores, —añadió, dejando escapar una risa breve.
Romelí no pudo evitar sonreír ante la ironía de la situación y alzó una ceja.
—¿Tendré yo acceso a esos hombres?
Khafra la miró intensamente, midiendo sus palabras mientras se empujaba otro trago, más discreto y sutil.
—El emperador aun no te ha visto, falta poco para que regrese y él tiene tantas mujeres... Pero el que está interesado en ti, porque te ha visto bastante bien ya, es el príncipe. —Sus ojos se fijaron de nuevo en el vibrante tono de su cabello, como si eso le dijera algo más sobre ella— No lo creo, Mavros no es como el emperador. Él es... mucho más celoso y posesivo, un hombre de extremos... Y aunque no seas suya, mientras el emperador no esté, él podría correr el riesgo y tomarte para él. Y estoy seguro de que, cuando se decida, te encerrará en sus aposentos por semanas, si no es que por meses.
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El color del alma
FantasyEnfrentada a un destino incierto, Romelí se ve obligada a adentrarse en el peligroso y seductor mundo del harén imperial, un nido de intrigas y rivalidades donde la traición acecha en cada rincón. Conscientes de su singular belleza, muchos la subest...