19: Animal

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Su piel era tan blanca como le había parecido. Pero también descubrió moretones en vía de sanación en sus brazos y otros más en las costillas. Tonos amarillentos y verdosos mostraban que no eran recientes, que había pasado el tiempo suficiente para que evolucionaran y empezasen a sanar.

Eso la llevó a desvestirlo aun más, por curiosidad, encontrando heridas menores y otras recientes. Tenía arañazos y raspaduras, como si se hubiera peleado a golpes con alguien no hace mucho.

Romelí se quedó observando las marcas en el cuerpo de Khafra, cada herida y contusión contando historias que él jamás revelaría en palabras. Algo en esa vulnerabilidad momentánea del eunuco la intrigaba más de lo que esperaba. Aun inconsciente, su rostro mantenía una expresión de calma, pero ella sabía que bajo esa máscara de frialdad se escondía una vida de constante alerta, de sacrificio por su papel en la corte. Las líneas de su mandíbula y los párpados cerrados parecían suavizarse mientras dormía, revelando una fragilidad que él nunca le mostraría en pleno juicio.

Con una mezcla de curiosidad y respeto, Romelí terminó de acomodar la túnica abierta, dejándole espacio para respirar y liberar los brazos del peso de las telas. Se preguntaba qué cargas llevaba él, además de las físicas, que lo hacían ser tan escurridizo y complejo. Era evidente que había más en su historia de lo que dejaba entrever, y esa noche, sin saberlo, ella había cruzado una línea al desvestirlo de sus secretos.

Volvió a mirar su rostro hecho un desastre y suspiró, por lo menos podría ayudarlo a limpiar ese desastre. Él le había ayudado mucho, lo menos que podía hacer era devolverle parte del favor. En silencio, Romelí fue al baño y rajo una toalla húmeda para limpiar el rostro del hombre, que tenía el maquillaje corrido, mientras vaciaba la botella de alcohol que extrajo de su túnica en el drenaje. Ya había sido mucho alcohol.

Cuando regresó dio un respingo, Khafra esta tan borracho como antes, sentado en la cama bebiendo de otra botella. Aunque su mirada estaba algo perdida, pronto sus pupilas se enfocaron en ella. Parpadeó, visiblemente sorprendido de encontrarla allí.

—Romelí... —murmuró, su voz ronca por el alcohol y el cansancio—. ¿Qué haces aquí, pequeña?

—Necesito respuestas, ya te lo he dicho.

Romelí se acercó con cautela, la toalla húmeda en mano, mientras Khafra la observaba con una intensidad desenfocada, sus ojos oscilando entre el deseo y el desenfreno que el alcohol parecía haber liberado. Despegó la botella de sus labios un instante para ponerla en la mesa de noche.

—¿De-de verdad? a mi me parece que viniste aquí... para desvestirme y seducirme... mientras estoy vulnerable ¿verdad?

Ella no evitó reírse ante eso mientras empezaba a pasar la toalla por la cara del hombre, en lo que él no dejaba de moverse para conseguir la botella de nuevo.

—Te traje aquí porque quiero saber exactamente qué pasó. —Le dijo terminando de limpiarle un ojo, descubriendo que el color era un gris plata, cuando nada estaba lo suficientemente cerca para reflejarse en ellos.

—Ven... aquí, —musitó en un tono bajo y arrastrado, con un deje de ironía en los labios—, has trabajado mucho esta noche... Es momento de descansar un poco.

Al verla dudar un segundo en su proximidad, él extendió un brazo, tomándola de la muñeca con un agarre firme, pero no violento, y la atrajo hacia la cama donde estaba sentado.

—¿Khafra? —preguntó desconociendo su tono, más masculino que de costumbre.

Romelí sintió un latido de alarma y emoción a la vez, pero mantuvo el rostro impasible mientras se sentaba a su lado. Él, con el semblante levemente relajado, alzó la mano y trazó un dedo por su mejilla, siguiendo un rastro invisible. La cercanía era inquietante; en ese momento, él parecía un desconocido, alguien muy alejado del eunuco sobrio y reservado al que había conocido hasta ahora.

El color del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora