08: Ritual de Silencio

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Romelí comprendió que, cuando Khafra regresó, parecía otra persona. La torpeza e irritación causada por el alcohol y la resaca habían desaparecido. Se había bañado, vestido con aquel azul profundo que resaltaba su aire refinado, y parecía más alerta. Su porte, ahora más digno, le daba un aire de autoridad renovada. Mientras se disponía a preparar los diferentes tonos de maquillaje.

Como atraída por los ojos malignos, Romelí se encontró mirando de nuevo a la Gorgona.

—¿Sabes quién es? —preguntó él, sin mirarla, mientras mezclaba con esmero los colores en una pequeña paleta.

Romelí asintió con cautela— Vespera, la diosa de la venganza de los Racotianos.

Khafra levantó una ceja, como si le sorprendiera que supiera tanto, aunque su voz permaneció calmada.

—Correcto. Es un símbolo de poder para ellos, de una venganza cruda y sin piedad. Aethon, el dios bueno era su hermano, si eso puede siquiera importar. En sus mitos, el lazo de sangre no significaba mucho frente a la sed de venganza.

Romelí sintió un escalofrío recorrerle la espalda al pensar en una traición tan absoluta. Mientras Khafra continuaba con sus pinceles, ella lo observaba de reojo. Sus manos se movían con precisión, más seguras de lo que aparentaba su apariencia afeminada y extravagante. Había una dureza oculta en su postura, algo adusto que se manifestaba en cada trazo de los pinceles contra la piel. A pesar de todo, seguía siendo un hombre.

—Y tú, ¿crees en esos dioses? —preguntó con cautela, no queriendo parecer demasiado interesada, pero la curiosidad era inevitable.

Khafra soltó una pequeña risa, sin despegar los ojos de su labor.

—¿Creer? No. Pero a veces... entiendo su propósito. El cansancio de vivir en este mundo te puede llevar a admirar ciertas partes de la historia, aunque solo sea porque te ofrecen una manera de escapar. —Hizo una pausa, el tono de su voz más introspectivo ahora—. La venganza es un arma poderosa, pero también un veneno. Destroza a quien la ejerce tanto como a quien la recibe.

Romelí asintió, pensativa. Mientras hablaba, Khafra parecía más accesible, como si el peso emocional que lo abrumaba comenzara a desvanecerse. Su voz, aunque afeminada, transmitía la sabiduría de alguien que había visto demasiado. Ella se preguntó qué experiencias habrían moldeado a aquel hombre para cargar con tal fatiga emocional.

—¿Cómo terminaste aquí? —preguntó en un murmullo casi involuntario.

Khafra detuvo su labor por un breve instante, apenas perceptible, antes de continuar.

—Esa es una historia demasiado larga para esta conversación. —Su sonrisa apareció de nuevo, aunque había una tristeza evidente en la curva de sus labios—. Tal vez algún día te la cuente. Si es que llegas a durar tanto aquí dentro.

La advertencia en su voz no pasó desapercibida. Romelí sintió un nudo en el estómago. La seguridad de Khafra al manejar los pinceles, el dominio que tenía sobre su trabajo, contrastaba con el cansancio que parecía pesar sobre él como una sombra constante. A pesar de la frialdad con la que había actuado en sus primeros encuentros, ahora el eunuco mayor parecía algo más humano, pero el enigma que lo rodeaba solo se hacía más profundo.

Mientras Khafra aplicaba el maquillaje, Romelí no podía apartar los ojos de la Gorgona. La imagen de Vespera devorando el corazón de rubí le recordaba que aquel lugar no era solo una prisión física, sino también espiritual, donde los mitos y los monstruos parecían más reales de lo que podía soportar.

Él continuó mezclando los pigmentos, inclinando ligeramente la cabeza mientras observaba detenidamente a Romelí. Su mirada viajaba desde la piel oscura y cálida de ella hasta su melena rebelde y espesa. La mezcla era inusual, y parecía que Khafra encontraba un desafío placentero en encontrar el equilibrio entre ambas características.

El color del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora