Todo lo últimamente sucedido le parecía ahora tan lejano como si en vez de quince días, hubieran sido quince años los que se hubiera visto atrapada en el interior de ese calabozo para esclavos. Sin más que comer que las algas de su abrevadero y la compañía de esa chica con la que no podía dialogar de ningún modo. Por eso, cuando el borracho que la acusó de mentirosa regresó una mañana especialmente luminosa, estuvo a punto de agradecérselo.
La resaca era evidente en todos sus gestos, como lo fue la otra noche la presencia del alcohol en su sangre. No le dio más ordenes que un "sal, rápido. Y sígueme" pero el olor de su ropa era mucho más agradable, al igual que su vestimenta, la cual tenía ahora colores mucho más vistosos que los de uno de los esclavos que entretenían a los reyes en Oníria y Catarsis.
Incluso, Romelí llegó a sorprender un toque de maquillaje en el rostro del hombre cuando salieron a la luz. Había brochazos de tinte rojo que nacían desde la mitad de la nariz hasta el lagrimal de los ojos, que hoy se veían rojos, pero no solo por la noche anterior, sus iris también tenían la ilusión del carmesí al mirarla.
—Mi nombre es Khafra, soy el eunuco mayor y tú estas bajo mi cargo. Te llevo a tus nuevas habitaciones. —la voz que conjuró esta vez, era más afeminada de lo que se la recordaba anteriormente— Se te trajo aquí para formar parte del harem, pero no te consideramos de importancia hasta anoche, cuando te vimos. Has perdido peso estos días, encerrada ahí y apestas. Así que antes de ser reunida con tus nuevas hermanas, deberás estar presentable. No hablarás con ellas, ni con nadie, no queremos más cabezas cortadas por hoy.
El maquillaje de Khafra lo hacía parecer inofensivo, como si fuera una marioneta más en el juego del palacio. Pero Romelí lo sabía mejor. Bajo esas líneas de color, los ojos carmesí brillaban con algo más que alcohol. Era una advertencia. Este hombre no era un bufón, sino una pieza clave en las intrigas del emperador.
—Si no se me permite...
Una mirada roja del hombre fue suficiente para acallar sus dudas.
—Esto no es un juego. Mentiste anoche ¿lo has olvidado? Ellas están enteradas de tu inclinación a la insubordinación y a la mentira. —se volvió a ella, sus ojos la penetraron con una seriedad helada— el resto de los eunucos te ayudarán a vestirte. Yo vendré por ti después y debes estar lista para entonces.
Seguidamente, le abrió la puerta de un pasillo en el cual la hizo entrar de un empujón. El frío del pasillo la abrazó de inmediato, cortándole la respiración. Los muros de piedra se alzaban a ambos lados, grises, sin ventanas. No podía ver el final del pasillo, solo sombras. La idea de que esto no era libertad, sino una nueva prisión, la golpeó con fuerza, como el empujón de Khafra.
Tres eunucos más la esperaban al final del pasillo, vestidos menos opulentamente que su superior, pero maquillados de forma parecida. Al verla, sus ojos se anclaron en los largos mechones de cabello que bajaban por encima de sus hombros hasta cerca de la cintura. El color era intenso, tan intenso que relucía aun en ese pasillo mal iluminado. La admiración era autentica, aunque después de unos segundos, desviaron la mirada.
—Esta nueva adquisición ha captado el interés de nuestro señor príncipe. Trátenla con cuidado y envíenmela cuando terminen. Yo me encargaré de su maquillaje —ordenó Khafra con un gesto grácil antes de desaparecer por el pasillo.
Los eunucos asintieron en silencio y se acercaron a Romelí para despojarla de sus harapos. Ella se estremeció al sentir las manos de los eunucos trabajar con precisión, despojándola de las capas de miseria que había acumulado en esos días de encierro. Sus ojos no la miraban, como si fuera un objeto, una pieza que debían preparar para ser exhibida. Era extraño cómo la indiferencia de esas miradas dolía más que cualquier insulto.
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El color del alma
FantasyEnfrentada a un destino incierto, Romelí se ve obligada a adentrarse en el peligroso y seductor mundo del harén imperial, un nido de intrigas y rivalidades donde la traición acecha en cada rincón. Conscientes de su singular belleza, muchos la subest...