Khafra estaba tras ella de nuevo, quitando el vendaje de su espalda y limpiando, agregando las nuevas compresas de hierbas.
—¿Porqué no me curaste si podías hacerlo? —murmuró ella, mirándolo a través del espejo.
Se encontraban en el cubículo de Romelí. Para librarse de habladurías, Khafra mantenía la puerta abierta y trabajaba casi en completo silencio. Todas sabían que ahora Romelí era la favorita, aunque también sabían que nadie la había tocado aún, más allá de lo necesario para herir su espalda.
—Si yo hubiera usado mi alquimia, no te habría quedado cicatriz —le habló en el mismo tono, sus ojos tiñéndose del mismo tono del cabello de la joven— y Mavros quería que recordaras que con él no se juega.
Ella apretó el mango del espejo de mano, poniéndolo sobre el colchón.
—¿Porqué no puedo dormir aquí? —volvió a quejarse— esas mujeres afuera son peores que los demonios de El Abismo, tarde o temprano me harán algo.
—Se supone que los eunucos de servicio tienen que mantener ese orden aquí —suspiró él— vi lo servicial que está Laurent contigo, así que espero que él no deje que nada te suceda.
—No lo quiero muy cerca... —murmuró ella, con leve exasperación— parece hambriento, como Mavros. Y al príncipe no puedo negarme... pero a él si. Me hace sentir incómoda.
Esas palabras parecieron hacer feliz a khafra, porque una suave sonrisa se le escapó mientras volvía a vendar las heridas. Romelí sostenía una tela sobre sus pechos durante este proceso, siempre lo había hecho en cada cambio de vendaje, nunca entendió porqué Khafra siempre lo había exigido hasta la noche anterior. Su relación con él ahora se había vuelto más cercana, él hablaba en murmullos con ella en su voz natural, la masculina y serena, que cambiaba abruptamente cuando había alguien más que ellos dos.
Ahora no parecía ocultar su atracción, parecía como si ambos lo hubieran aceptado todo desde la otra noche. Romelí se sentía, curiosamente, segura en su compañía. Él había sido respetuoso desde el primer momento, ya le había confesado que el procedimiento para determinar si una mujer era o no pura, era literal examinando físicamente a la mujer, y él no hacía eso.
—Solas se delatan —le había dicho— no hace falta más que verlas reaccionar ante la pregunta.
Por eso ella no se molestaba en tenerlo cerca. Incluso le había tomado afecto. Prefería sus bromas, su sarcasmo y su respeto antes que todo el despilfarro sexual de los otros hombres.
—La mujer que vino anoche, —comenzó, siempre en murmullos, de cara ambos a la puerta abierta, para no ser sorprendidos por nadie— creo que sé quien es. La única que se sentiría lo suficientemente amenazada por tu presencia como para venir a recordarte las reglas. Emethyste, la favorita del emperador, hasta que tú llegaste.
—¿También es la favorita de Mavros? ¿O porqué podría serle yo de estorbo?
—Porque Mavros será rey cuando termine el complot que tiene para destronarlo. Él tenía una mujer, una esposa, suficientemente hermosa como para que no le atrajesen las concubinas. Por eso nunca ninguna ha podido pescarlo.
—Por como actuó el otro día en el trono yo pensaría que sería más como un macho insaciable —habló con desprecio ella.
—En tu caso no aplica, tú haces que todos los hombres actuemos así. Incluso los que no debemos ser hombres —lo dijo muy serio, pero ella intuyó la broma en sus ojos de espejo— Seguro que ahora que Emethyste sabe que él ya te ronda mucho, sabrá que serás la adquisión destinada a su lecho real cuando se apodere de todo.
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El color del alma
FantasíaEnfrentada a un destino incierto, Romelí se ve obligada a adentrarse en el peligroso y seductor mundo del harén imperial, un nido de intrigas y rivalidades donde la traición acecha en cada rincón. Conscientes de su singular belleza, muchos la subest...