—No me harás repetir lo que pasó, Khafra.
Romelí rompió el silencio de repente, su voz apenas un susurro mientras él manipulaba el vendaje con movimientos lentos y firmes. Él alzó la mirada, arqueando una ceja, aunque una sonrisa burlona no tardó en estirarse en sus labios.
—¿Me dirás que no te gustó? —respondió en tono de burla, su voz suave pero con un dejo de malicia—. Ser deseada por dos hombres poderosos y atractivos... Créeme, las demás del harén habrían vendido su alma por estar en tu lugar, aunque fuera solo por un instante.
Romelí suspiró, apartando la mirada mientras el aire le quemaba en los pulmones. Sus ojos vagaban por las sombras de la estancia, como si buscara un refugio, algo que la librara de la sensación de vacío que le llenaba el pecho.
—Yo no soy como ellas —dijo al fin, en un tono que cargaba toda la angustia de su alma. No era como aquellas mujeres, y después de esto, nunca podría serlo.
Khafra soltó una risa leve, apenas audible, que sonó como un eco helado en el silencio de la habitación— ¿Ah, no? —preguntó, sin disimular su incredulidad—. ¿Y el beso de Mavros? ¿Tampoco te gustó? Creo haberte escuchado gemir entre sus labios mientras te manoseaba.
La pregunta la hizo parpadear, y sin poder evitarlo, sintió el peso de las palabras en su estómago. Recordó el beso del príncipe, la sensación de ser observada como un objeto precioso y al mismo tiempo desechable. Se sentía deseada, sí, pero eso la había herido de una manera que las palabras no podían expresar.
—Me hizo sentir... —murmuró, con la voz entrecortada— peor que una prostituta. Como si fuera un adorno que ellos puedan intercambiar cuando les plazca.
El rostro de Khafra mostró una sombra de amargura mientras continuaba con el vendaje, sus movimientos ahora más tensos, más automáticos.
—Al final, concubinas y prostitutas son lo mismo, Romelí —dijo en un tono bajo, casi desapasionado—. La misma familia... solo que diferentes razas. Aprenderás a tolerarlo. Incluso puede que logres disfrutarlo más pronto de lo que esperes. Te será más fácil si no te resistes.
Romelí alzó la mirada, observándolo con una mezcla de compasión y desafío.
—¿Y tú, Khafra? —preguntó, en voz baja, como si temiera escuchar la respuesta—. ¿Tú lograste acostumbrarte?
Había algo en él, una sombra apenas perceptible, un dolor que ni todo su cinismo podía ocultar. Algo en su expresión la inquietaba, y por primera vez, lo miró con el deseo de conocer más allá de lo que mostraba su actitud distante.
Él se quedó inmóvil. Por un instante, un brillo de vulnerabilidad asomó en sus ojos de espejo, antes de que su expresión se endureciera nuevamente. Sin decir una palabra, dejó caer un pedazo de venda al suelo y se giró bruscamente, caminando hacia la otra esquina de la habitación. Tomó la botella del tónico que solía beber en silencio, y se llevó el frasco a los labios, tomando un trago largo. Romelí lo observó mientras bebía, y el movimiento tembloroso de sus manos le reveló todo lo que Khafra no estaba dispuesto a admitir.
—No te acostumbraste, ¿verdad? —murmuró ella, casi para sí misma, aunque su tono contenía una extraña mezcla de compasión y desafío—. Por eso bebes tanto.
Él no respondió. La habitación se llenó de un silencio denso, casi palpable. La sombra de un dolor antiguo brillaba en sus ojos, y Romelí, en un impulso, decidió ir más allá, sabiendo que podía estar cruzando una línea peligrosa.
Con lentitud, se limpió la comisura de los labios, sus dedos temblando ligeramente antes de fijar la mirada en Romelí, intensa, aunque no pronunció una sola palabra en respuesta. Durante unos segundos interminables, permaneció así, atrapado entre su instinto de autoprotección y una vulnerabilidad que apenas le permitía respirar.
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El color del alma
FantasíaEnfrentada a un destino incierto, Romelí se ve obligada a adentrarse en el peligroso y seductor mundo del harén imperial, un nido de intrigas y rivalidades donde la traición acecha en cada rincón. Conscientes de su singular belleza, muchos la subest...