—¿Puedes ayudarme a escapar, Khafra?
El pincel se detuvo sobre sus labios, y los ojos de espejo del eunuco subieron a los suyos un momento antes de bajar de nuevo y seguir aplicando una capa suave de color terracota oscuro mate. Él permaneció callado hasta que negó.
—Agradece que el príncipe abogó por ti cuando le dije que mentiste. —le murmuró— Si no, tu melena sería una peluca para su favorita, tu cabeza rapada estaría en las inmediaciones del reino pudriéndose por ahí y tu cadáver se embalsamaría para uso y goce real hasta que terminara por desprenderse los miembros.
Romelí se permitió suspirar con suavidad mientras lo miraba fijamente con los ojos muy abiertos. Se permitió echar otra ojeada a Vespera, cuya maldad ahora le parecía que sus hijos habían seguido al pie de la letra.
—Pero lo que dije...
—Aquí no se admiten mentiras. —interrumpió, más como una ley que una simple reprimenda. Separándose de ella limpió el pincelito en un jarro con aceite y otras hierbas, en el que lo agitó despreocupado.
Mientras Romelí sentía la opresión en su pecho y la angustia reunirse dentro de ella, Khafra retrocedía para mirarla un poco para mirar su obra de arte. Pero su atención se desvió una vez más hacia su cabello, fijándose en cada onda y cada trazo vino que ondeaba con los destellos del ambiente. En cada onda y cada suave respingo de puntas. Romelí se apercibió de eso, y aprovechó para mirarlo mejor, un escrutinio mutuo.
—Escucha —le dijo él, aun sin mirarla— lo que pasará ahora, cuando te vea el rey, es lo que decidirá todo. Pero eres... eres una criatura extraordinaria. —su tono se volvió grave y, a la vez, distante— Puede que el emperador vea en ti una gota de sangre nacida de las heridas de Vespera en combate y te tome por esposa.
Los ojos de Khafra se encontraron de nuevo con los suyos. Había algo diferente en su mirada esta vez, una especie de piedad que apenas se vislumbraba tras el brillo frío de sus iris, una chispa de azul que contrastaba con su expresión impenetrable.
—Pero si no es así, —continuó con dureza— serás una concubina más, o quizás... comida para las bestias. —Hizo una pausa, y Romelí vio la sombra de una promesa en su semblante— En ese momento, y solo en ese momento, pensaré en ayudarte. ¿Lo entiendes? puedes cambiar tu destino.
Él sonrió levemente, y en esa sonrisa había un toque de desafío. Señaló sus propios colmillos, finamente tallados en jade.
—Yo no soy hijo de Vespera. La violencia no corre por mis venas. —declaró con un tono lleno de ironía— Ahora ven, tienes que vestirte.
Incorporándose, atravesó una puerta y la dejó abierta, para que ella pudiese ver lo profunda que ella, llena de anaqueles con paquetes en papel enserado. Romelí lo siguió con la vista, luego se puso en pie para seguirlo hasta estar a unos pasos tras él. Khafra retiraba apenas un dobladillo del papel, evaluando sus colores y texturas de las telas con ojo crítico, antes de volver a empacarlo y pasar a otro. Algunos vestidos los extraía completos y le pedía a ella que se acercara para probar el tono en su piel y, más importante, en su cabello. Pero en la mayoría terminaba frunciendo el ceño y gruñendo nasalmente al tener que doblarlo otra vez para volver a guardarlo y pasar al siguiente.
Uno tras otro, los paquetes volvían a su sitio hasta que sus dedos se detuvieron en el fondo, donde reposaba uno que aparentemente no se diferenciaba de los demás.
—Este, este debe ser. —sacó de un anaquel al fondo un paquete que desdobló con ligera impaciencia y sacó un rico vestido de seda persa de un profundo color burdeos y tejido con hilo de oro— Perfecto. El color hace juego con tu cabello, y el oro realza tu piel... Si el rey no te reclama como mujer, podrás jurar que es tan eunuco como cualquiera de los que hay en este reino.
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El color del alma
FantasyEnfrentada a un destino incierto, Romelí se ve obligada a adentrarse en el peligroso y seductor mundo del harén imperial, un nido de intrigas y rivalidades donde la traición acecha en cada rincón. Conscientes de su singular belleza, muchos la subest...