21: Las reglas del harén

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Aunque no quería, porque lo ultimo que deseaba era regresar, Khafra la mandó de regreso al Harén. Él, en el estado que aun mantenía, no podía llevarla para que conociera a las demás apropiadamente, así que Romelí se obligó a ir sola, a caminar entre esos muros frívolos de antorchas que no iluminaban sino que creaban sombras de cosas que no estaban ahí. Descaminando la ruta que había hecho con los sirvientes, se dio cuenta de que aun le quedaban muchas cosas por saber. El cómo era que Mavros sabía que Khafra era alquímico y él no había hecho nada por entregárselo a Jocsan, o el como su piel tenía todas esas heridas, moretones y demás.

No quería volver a encontrarse con el príncipe, ya no.

Le había tomado un cariño más cercano a Khafra ahora, más intimo.

Llegó a la puerta de los dormitorios de las mujeres del harén. Los guardias la miraron expectantes e inmediatamente, sin preguntas ni nada la dejaron entrar. Ella agradeció con un asentimiento al pasar. Dentro, muchas ya estaban en sus camastros.

Un eunuco de servicio tocaba un laúd y otro una citara suavemente, canciones de cuna y, en medio de la gran sala había una hoguera grande que calentaba a todas de las temperaturas bajas del desierto, mientras se arrebujaban en sus camastros. A pesar de eso, el ambiente estaba tan tenuemente iluminado que a Romelí le entró una suave modorra que le arrancó un bostezo silencioso.

En lo que caminaba hasta su sitio, vio varios camastros vacíos y no le costó trabajo atar cabos al ver la poca cantidad de eunucos de servicio en la sala, y las puertas de los cubículos cerradas. Ella se preguntó cómo sería la vida de estas personas, si harían algún tipo de vida marital, algún tipo de matrimonio entre ellos. Las concubinas y los eunucos... que cosa más rara.

Finalmente llegó a su camastro, el que Laurent le mostró antes y, para su sorpresa, él estaba ahí, dormido al pie de la cama con la cabeza recostada sobre el colchón y los brazos tras la nuca. Con una expresión bastante relajada. ¿Qué hacía? ¿La esperaba? porque ella no quería su ayuda para nada, quería que por esta noche, la dejaran en paz.

Observó el camastro y el cubículo tras él. Pensó que no quería problemas, no esa noche, por lo menos, así que decidió pasar al lado del hombre e irse a dormir a ese sitio. De todas formas, se suponía que era para eso, para privacidad. Y ella eso quería.

Al entrar en el cubículo asignado, Romelí sintió que el ambiente se cerraba sobre ella, denso de perfumes y sombras suaves. La habitación era pequeña pero meticulosamente decorada para insinuar encuentros privados: en el centro, una cama baja y amplia se extendía sobre alfombras de tonos profundos, rojo oscuro y púrpura, como si el suelo mismo quisiera acoger a sus ocupantes en un abrazo de terciopelo. Sobre la cama, un dosel de cortinas semi-transparentes colgaba en seductoras capas que caían en suaves pliegues, listos para envolver y ocultar a quien descansara allí.

En una mesilla al lado de la cama, había una bandeja con esencias y aceites perfumados en pequeños frascos de vidrio tallado. Su aroma a madera de oud y a una suave vainilla se mezclaba en el aire, cálido e insinuante, una mezcla tan dulzona que le recordaba el propósito de la estancia: un lugar de encuentros, de secretos susurrados y caricias no interrumpidas.

Las paredes estaban decoradas con tapices bordados en hilos dorados, escenas de parejas danzando o recostadas en jardines lejanos. Sobre un rincón, un candelabro de brazos curvados sostenía varias velas gruesas, apenas encendidas, que emitían una luz cálida y oscilante, suficiente para envolver la habitación en penumbras y dejar que las sombras insinuaran más de lo que revelaban. Laurent tuvo que prepararlo todo para cuando ella llegara.

Romelí, gruñó suavemente para ella. Esa insistencia le parecía algo intensa. Se volvió a la puerta del cubículo y en silencio fue a cerrar la puerta del cubículo y poner el seguro. Se sorprendió al ver tres cerraduras de madera en esa puerta.

El color del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora