23: Peligro

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Aun no entendía porqué a los racotianos les gustaban tanto los colmillos. A pesar de que eran elegantes, impresionantes y de opulencia, ya llevaba tres veces picándose la lengua por lo afilados que eran las punta de piedra. Pero se suponía que de igual forma, tenía su concepto religioso, porque te obligaba a replantearte cualquier palabra que dijeses. Se suponía que Vespera era además casi por completo muda, y tenía sentido que apenas hablase si esos dientes desgarraban los labios y la lengua si uno se le ocurría soltarse a hablar.

Khafra, aun con dejes de resaca, se había ido a sus actividades en otras partes del palacio con Mavros. Parecía que no había terminado bien la tentativa de traición a la alianza de Isak, porque el faraón Jocsan le dio la razón al príncipe de Racotis. Lo que le pareció curioso a Romelí, cuando escuchó a unas concubinas hablarlo entre risas fuera de su cubículo.

Algo que no había visto, es que en la sala en la que estaba, la sala común del harén si se le podía decir así, había en el techo un mural enorme de la Gorgona Vespera en el techo. Ya no quería seguir viendo eso en ninguna parte y, por alguna razón lo veía en todos los sitios a los que miraba.

Laurent vino poco después para arrastrar a Romelí a una segunda sala, anexa a la primera, que era una especie de cocina y sala de recreación solo para el harén. Habían mesas largas donde las mujeres se sentaban a comer en sus bandejas, sus cuencos de porcelana. Los eunucos de servicio comían en otras partes, así que él con mucho pesar tuvo que irse, para alegría de Romelí.

Las atenciones son agradables, pero cuando son demasiadas, terminan resultando pesadas. Más si vienen de una persona con una única intención. Romelí no podía evitar sentirse incómoda cerca de él.

Las concubinas no eran amables siquiera, la miraban a hurtadillas y parecía que le iban a saltar en cualquier momento. Romelí no estaba segura de si se debía a una envidia acuciante o un odio tremendo. Ella también las observaba, a pesar de todo. Quería ver cómo eran y saber sus historias, pero era claro que lo ultimo que ellas querían era hablar con ella.

—¿Puedes hablarme de ellas? —preguntó en un descuido, en voz baja a Laurent. Él había estado hablando sin parar de los vestidos que había visto que Khafra le había traído.

—¿Ellas? —se encogió de hombros él— la mayoría son botín de guerra de otras naciones o regalos de paz. Algunas son esclavas ascendidas y otras meras campesinas "rescatadas" de la pobreza por su alteza el emperador.

—¿Es cierto que si dejamos de serles útiles nos envían a un convento?

Laurent se soltó a reir, algo demasiado escandalosamente para el gusto de Romelí— El emperador Havelok no gusta dejar despojos ni en sus comidas. Prefiere que sean suyas o no sean de nadie. Si llega a despreciar a alguna, las envía a ser sacerdotisas o de plano reclusas en claustros a Vespera. Se les rapa el cabello y se les quitan todos los adornos que una vez se les dio. Se pasan el resto de sus vidas ahí a menos de que sean rescatadas por el príncipe.

—¿El príncipe Mavros ha rescatado alguna que el emperador haya desdeñado? —ella se sorprendió ante esto.

—Puede ser que sean hermanos, pero su rivalidad está muy marcada. No son pocas las rescatadas que ahora están aquí de nuevo, pero esas son especímenes especiales de Mavros.

Romelí siguió pensando, dejando su cuenco de almuerzo y siendo escoltada por Laurent de nuevo a la sala común mientras seguían hablando en murmullos suaves.

—El emperador aun no la ha visto, mi señora.

—No... solo el príncipe.

—¿Entonces porqué se preocupa por ser rechazada? si no le gusta a Havelok, de poco importa si le gusta a Mavros. Es más, de lo que debería preocuparse es de que ambos armen guerra por usted. —su mano volvió a perderse en el cabello teñido de Romelí en una caricia insidiosa— créame, mi señora, lo último de lo que debe preocuparse es por ser rechazada.

Ella dio unos pasos hacia atrás, liberando su cabellera de esas manos y simplemente asintió. No iba a decirle nada a él de lo que había hablado con Khafra, no podía confiar en él. Sus intenciones eran claras y Romelí no estaba de acuerdo en ningún sentido.

—Los colmillos le confieren un aire que roza la divinidad —le murmuró él con la voz algo ronca ante su cercanía— No me extraña que las demás estén tan celosas.

—¿Crees que los hayan visto? —se alertó ella ante esa idea.

Si ellas descubrían que Mavros la había ascendido y que era probable que la convirtiese en esposa, quien sabe qué podrían hacerle. La visita de aquella indecente en su cuarto privado aun seguía fresco en su memoria.

—Si no, no tardarán en hacerlo. —le sonrió él— Por el grosor y las joyas de las que están hechas, no pasan desapercibidos, aunque lamentablemente usted no sonría casi nunca.

¿Porqué habría de sonreír con tantas cosas desafortunadas que le había ocurrido? Romelí bufó por lo bajo y emprendió la retirada de las manos de Laurent, que volvían a acercarse.

—Gracias por las advertencias y la información...

—Mi señora ¿porqué es tan cruel?

—¿Cruel? —volvió a sorprenderse ella— ¿a qué te refieres?

—¿Porqué no me lo agradece como se debe?

En esas palabras había tal insinuación que Romelí retrocedió de inmediato y no se detuvo hasta atravesar la sala hasta su cuarto privado tras su cama. Escuchó a Laurent reírse y decir algo a alguna otra concubina y eso le dio la confianza de que no la había seguido.

Debía ver cómo trataba una cortada en su lengua que no dejaba de sangrar. Pero en su cuarto, al abrir la puerta, estaba ahí una joven. En sus manos tenía el estuche de los colmillos.

—¿Cuánto tiempo tienes de haber sido "rescatada"? ¿Una semana?

La voz era inconfundible.

—¿No hay leyes aquí que te impidan entrar en mi cuarto?

—Sé tu secreto.

Si la mujer la escuchó, no se lo demostró en ningún sentido. Era diferente a lo que Romelí había imaginado la noche en la que la encontró. Era de una edad menor que la de ella, quizá unos dieciocho, con el cabello negro lustroso y negro hasta la cintura. Tenía ojos rasgados y muy oscuros. La piel era como uno de esos paneles de mármol que Romelí vio en ciertos palacios de Oniria y Catarsis. Una blancura casi enfermiza manchado por dibujos extraños apenas visibles, de un blanco aun más intenso.

Pensó que era hermosa, que no había visto una mujer como esa. Tenía todas las curvas que ha Romelí le hacían falta y toda la belleza sensual y tremendamente lujuriosa que a ella le hacía falta. Romelí entendió que se encontraba con la anterior favorita.

—¿Qué me impide que te exponga? —preguntó la mujer, un atisbo de desafío en su voz.

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⏰ Última actualización: Dec 09, 2024 ⏰

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