10: Ojo de Príncipe

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 Romelí cruzó el umbral y fue recibida por la penumbra que dominaba la sala. A pesar de que la habitación estaba llena de sombras danzantes, el ambiente era palpable. Las puertas se cerraron tras ella. La luz de las antorchas verdes apenas lograba penetrar el espeso velo de oscuridad que se cernía sobre ella. En la distancia, pudo distinguir un estrado alto, pero el rey, si se suponía que estaba ahí, permanecía oculto, sumido en las sombras.

Antes de que pudiera asimilar su entorno, dos esclavos se acercaron con miradas implacables. Estos no eran como los de El Abismo, no se veía docilidad y resignación en sus rostros, en ellos solo había la frialdad del odio. Sin contemplaciones, la obligaron a arrodillarse, la frialdad del suelo de piedra se filtró a través del delicado vestido que adornaba su figura. La tela opulenta, que había prometido un toque de elegancia, ahora parecía un estorbo que la mantenía atada a una realidad de terror.

Con un movimiento brusco, los esclavos desgarraron la parte posterior de su vestido, el sonido del tejido rasgándose resonó en el aire, Romelí ahogó un grito, como un lamento que se unía al eco de sus pensamientos. Su piel oscura fue expuesta a la vista, vulnerable y expuesta a la crueldad.

Un esclavo le introdujo en la boca un paño impregnado con vinagre añejo y hierbas amargas. La repugnancia del sabor invadió su lengua, y sus ojos comenzaron a lagrimear, la mezcla de dolor por la brusquedad y asco nublando su visión. Sin previo aviso, las varillas silbantes comenzaron a caer sobre su espalda, cada impacto un grito de dolor que se contenía en su garganta. Romelí quería gritar, dejar que su voz retumbara en la oscuridad, pero la brutalidad no conocía piedad.

Con cada golpe, la opresión aumentaba, y la desolación se apoderaba de su espíritu. La fuerza de los esclavos la empujó hacia abajo, hasta que su frente tocó la fría piedra del suelo. El contacto era gélido y humillante, pero no podía rendirse. Un contraste agudo con el calor de su cuerpo en llamas. El dolor de las varillas es un eco sordo en su mente, pero en medio de la agonía, se aferra a la esperanza de que el rey no esté presente. Su corazón late con fuerza, marcando un ritmo frenético que sólo ella puede escuchar.

Las sombras se alargan y se retuercen alrededor de ella, danzando como serpientes voraces. Su respiración es a bocanadas y siente como la sangre baja en gotas gruesas por su espalda, manchando el vestido desgarrado y el resto de su piel. Intenta concentrarse en el sonido de las antorchas, el chisporroteo que las acompaña.

Con cada golpe que la alcanza, ella se siente más débil, pero también más furiosa. En su mente, el eco de las palabras de Khafra resuena: "eres una criatura extraordinaria... una gota de sangre nacida de las heridas de Vespera en combate... puedes cambiar tu destino."

La rabia le dio fuerzas.

Mientras el dolor se convirtió en un compañero familiar, ella cerró los ojos y se sumergió en su interior. Pensó en la libertad, en el mar que la esperaba más allá de las murallas de ese lugar maldito. En su mente, cada golpe se convertía en un recordatorio de que, aunque estaba atrapada, el fuego en su corazón no se apagaría. Consiguió escupir el trapo y apretar los dientes en un grito ahogado.

—No me romperán —susurró, apenas audible, mientras su piel era desgarrada, no solo por el dolor, sino también por la determinación que crecía en su interior.

Las sombras alrededor parecieron detenerse por un instante, como si el universo hubiera escuchado su desafío.

—Suficiente... —se alzó una voz masculina. Era una voz conocida para Romelí mejor de lo que hubiera imaginado.

Apenas el eco de la orden se apagó, los golpes cesaron. Los esclavos que la castigaban detuvieron sus manos, aunque la miraron con una mezcla de desprecio y desconcierto. Romelí permaneció en el suelo, jadeante, cada respiración trayendo consigo un ardor insoportable, y a pesar del dolor palpitante, su corazón latía con una fuerza renovada.

El color del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora