Capítulo 31 - La verdad del Alter-ego

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Edward, al escuchar esas débiles palabras, sintió desvanecerse por dentro. Por un momento la odió a ella... y luego se odió a sí mismo por dejarse envolver en ese juego. Nunca podría llegar a corresponderle realmente y, en cierta forma, era consciente de que fue utilizado por Chifuyu, tal como él la utilizó a ella, a pesar de todo. Ella solo buscaba recuperar a su novio con ese beso a Edward, mientras que él la aprovechaba para alimentarse de su energía y saciar su hambre. Pero no de un hambre cualquiera: él la quería de verdad, la deseaba, y lo más triste de este juego era que, sin buscar una competencia real, quien sacó mejor provecho de todo... fue el Avatar; pero eso no lo hizo sentirse mejor.

Negó lentamente con la cabeza mientras agachaba la mirada y se ponía de pie, apoyando su espalda contra el ventanal, tal como Keisuke había hecho momentos atrás.

—No, Chifuyu... aún soy Edward. Keisuke no está aquí por el momento.

—¿Qué? Pero tus ojos cambiaron... son sus ojos —dijo Chifuyu, quien no podía levantarse de la cama. Su voz casi no tenía timbre y su cuerpo parecía tan débil que no podía sostener su propio peso. Decidió mantenerse acostada tal como Edward la había dejado tras besarla.

—Lo sé, eso no nos diferencia. Tenía los ojos negros porque yo sentía hambre. Tanto él como yo podemos tener los ojos así cuando necesitamos cazar o no nos hemos alimentado lo suficiente; pero se nos quita al estar satisfechos —le explicó Edward—. ¿Acaso no te diste cuenta cuando intentaste huir? Fui yo quien te detuvo, no Keisuke. Él apareció después, cuando yo se lo permití. Chifuyu se sentía abrumada, afligida y decepcionada; pero sobre todo, agotada, muy agotada.

—¿Así que eras tú? —Edward asintió sonriendo y dijo: —Y no te diste cuenta porque nos veíamos iguales. Como ves, las diferencias físicas no son lo que nos distingue. Además, en ese momento no había diferencia: tú estabas tan reacia a acercarte a Keisuke que casi podía jurar que lo odiabas tanto como me odias a mí.

—No lo odio —murmuró ella—. No puedo odiarlo, sin él no puedo seguir con mi vida.

—Pues no debiste irte de su casa para empezar —comentó Edward audazmente. Chifuyu ignoró ese comentario; no estaba dispuesta a ser reprochada ni cuestionada por alguien... o algo que no la conocía. En ese momento, la única que tenía derecho a reprochar y cuestionar era ella.

—¿Pero él está aquí? —preguntó Chifuyu sin levantar la cabeza de la almohada; solo giraba la mirada en dirección al Avatar.

—Sí... y no. Él está dentro de mí —dijo, llevándose una mano al pecho—. Está aquí escuchándonos, pero no aparecerá aún porque necesito hablar contigo.

—¡Quiero que regrese! —dijo ella, angustiada.

—Regresará, pero ahora escúchame —pidió el Avatar. Ella suspiró débilmente. Edward desvió la mirada y enseguida carraspeó.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó a Chifuyu en un tono casi cortante. Se sentía algo nervioso y estúpido después de haber permitido que ella lo besara, pero, sobre todo, en el fondo, él se sentía culpable y preocupado; una emoción que pocas veces reconocía realmente.

—Ahora sí tengo miedo —admitió ella.

—No temas, confía en mí. ¿Cómo te sientes físicamente? —Un poco agotada.

—¿Solo un poco? —Es que... me sentí exhausta hace un momento... pero ahora... —Chifuyu suspiró largamente antes de continuar—. Ahora me siento mucho mejor.

Edward asintió con la cabeza una vez. Era sorprendente y algo sospechoso cómo Chifuyu se recuperaba tan rápido luego de la cantidad de energía que él le había extraído.
—El motivo de tu cansancio es porque te he robado algo de energía vital —soltó Edward sin más preámbulos. Chifuyu se inquietó al escuchar esa confesión tan repentina; intentó levantarse de la cama en la que estaba tendida, pero Edward se acercó a ella, se sentó a su lado y la detuvo sujetándola por los hombros.
—Debes descansar —dijo él.
—Dije que estoy bien —espetó ella de malas maneras, mientras se enderezaba para sentarse con algo de dificultad.
—Eso es imposible, por la cantidad de energía que te absorbí, deberías sentirte muy mal, como si quisieras morir o al menos dormir y no despertar.
—Así me sentí —dijo ella—, pero ahora estoy bien.
—Eso es imposible, solo han pasado cinco minutos; es imposible que te recuperes tan rápido de algo que pudo haberte matado —rebatió él.
—¡Dije que estoy bien! —exclamó—. ¡Además, no entiendo nada de lo que hablas! ¡Solo nos besamos, un beso no mata a nadie! —espetó ella poniéndose de pie.
—Si supieras lo que significa besar a un Avatar hambriento —murmuró Edward, bajando un poco la voz.
—¡Y apenas entiendo lo que está ocurriendo aquí! —vociferó Chifuyu, ignorando el comentario de Edward

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