Wonwoo
Siempre me he enorgullecido de tener el control.
Todo ha ido según un plan, un calendario y un objetivo final. La espontaneidad y yo caímos el uno en desgracia del otro hace años y nunca reconcilié esa relación.
Y me pareció bien.
Me parece bien.
Perder el control una vez sumió mi vida en un bucle de caos y jodida destrucción y yo no puedo con el caos.
El caos es la fuente de todo mal.
El caos me empujaría al límite por el que he caminado desde que tengo memoria.
Y, sin embargo, ahora mismo puedo oír las grietas en mi muro. Aunque pequeñas, su sonido ensordecedor resuena en mi nublada cabeza, y observo con total desconcierto cómo el control que he mantenido durante años se derrumba a mi alrededor.
Chocando, astillándose y dejando un agujero en forma de Mingyu en las paredes exteriores de mi cuidadosamente curada autopreservación.
Estoy atrapado, atrapado y cautivo. No siento ni una pizca de mi autonomía ni de los pensamientos lógicos que suelo llevar como una insignia.
Sin embargo, hay algo más que siento.
O a alguien.
Su contundente agarre de mi mandíbula me mantiene en mi sitio mientras acaricia mis labios con los suyos, duros e implacables.
Exigente.
Me muerde el labio inferior, estirando la piel hasta que el dolor estalla en las terminaciones nerviosas, y mi corazón palpita con fuerza, empujando y empujándose contra mi caja torácica.
Debo de estar muy borracho, porque cuando me mete la lengua en los labios, no intento resistirme ni cerrar la boca.
Lo que me da miedo es querer abrir.
Mi sangre zumba por ello, mis pensamientos desordenados sintonizan con la mera posibilidad de ello.
Una sensación que nunca había experimentado en mi vida.
En cuanto separo los labios, Mingyu se vuelve salvaje. Su lengua se arremolina en torno a la mía, guerreando, hundiéndose y despojándome de la última pizca de control que me queda.
Un gemido resuena en el aire y me doy cuenta con horror agotado de que es mío. Sus dedos se clavan en mi mandíbula y gruñe profundamente en mi boca, haciéndome estremecer.
Sabe a violencia sin ley y a tentación prohibida.
Sabe a mi condena hecha a medida.
Mis dedos se deslizan hacia arriba y juro que quiero apartarlo. Ponerlo en su sitio. Gritar: "¿Cómo te atreves a tocarme?"
Pero mi mano rodea su nuca y caigo de cabeza en un caos peligroso, sin saber lo que me espera en el fondo.
Mi lengua se enrosca en la suya y lucho con él por el control. Por la cordura que me ha ido quitando capa a capa.
Su mano baja del cuello y la desliza hasta mi costado, palpándome y explorándome el pecho y la espalda, y no puedo evitar el siseo que se me escapa cuando me muerde la lengua.
Es como ser besado por un salvaje, un bárbaro despiadado cuyo único propósito es sacar lo peor de mí.
Abro los ojos y me doy cuenta de que los tenía cerrados desde que sus labios reclamaron los míos.
Parpadeo hacia él, observo sus ojos cerrados y siento cómo crece ese pozo en el fondo de mi estómago.
Joder.