Wonwoo
El primer sentimiento que me invade cuando abro los ojos es un alivio aplastante.
Ni el ardor en mi cuello, ni la sensación de arena en el fondo de mi garganta.
Mientras miro el techo y los cuatro agujeros por los que brilla la luz y escucho el pitido de las máquinas, mis ojos arden por la sensación de alivio que me inunda.
Cuando yací en mi sangre y vi a Mingyu gritar mi nombre y suplicarme que no lo dejara, me arrepentí de todo. Quería quedarme, pensar que, después de todo, podía tener un futuro.
Pero fue demasiado tarde.
La tinta me sumergió y no podía soportar que él me viera así. No habría podido olvidarlo.
Entonces hice lo único que podría terminar con todo.
Pero no terminó.
El segundo sentimiento llega con la voz de mamá.
—¿Wonnie…?
Culpa. Eso es lo que está grabado en su rostro normalmente radiante, sus ojos inyectados en sangre y sus labios hinchados.
La culpa que ella proyecta en oleadas golpea contra la mía hasta que no puedo respirar.
—¿Hijo? —Papá está de mi otro lado—. Regresaste, oh, joder, gracias.
Se acerca por encima de mi cabeza para empujar algo.
Fracaso. Así es como se ve papá. Siente una sensación de fracaso. Como lo hice durante casi una década.
—¿Wonwoo? —El sonido entrecortado pertenece a Seulgi. Está llorando y riachuelos de lágrimas corren por sus mejillas sonrosadas.
Sus sentimientos de pena se mezclan con la infinidad de emociones que me recorren hasta que me ahogo.
¿Qué he hecho?
—Cariño, ¿puedes oírnos? —pregunta mamá.
—Sí… —Mi voz suena aturdida y ahogada mientras trato de sentarme.
Los tres me ayudan con cuidado, como si me fuera a romper si me tocan de manera incorrecta. Y odio haberlos hecho pasar por esto. Odio ser la razón por la que las personas importantes para mí están luchando.
Los aplasté porque no podía ser lo suficientemente fuerte.
Los médicos vienen a verme y a hacerme algunas preguntas. Todo el tiempo, mamá toma mi mano derecha y Seulgi la izquierda. Papá observa desde un lado, luciendo diez años mayor que su edad real.
¿Qué carajo he hecho?
Tan pronto como los médicos salen de la habitación, miro detrás de ellos, buscando la presencia que más necesito conmigo ahora.
Pero no veo a un hombre grande y tatuado.
¿Esperas que se haya quedado después de que le mostraste lo jodido que eres?
Mamá me aprieta la mano.
—Lo siento mucho, cariño. Lo siento muchísimo.
Miro entre ella y papá.
—¿Qué… por qué lo sientes? Soy yo quien debería sentirlo.
—Wonwoo, no. —Mi padre niega con la cabeza, el dolor estalla en sus rasgos exhaustos—. No hay nada de lo que debas sentirte mal. Absolutamente nada, ¿me oyes? Somos nosotros los que debemos disculparnos por decepcionarte.