Terry dio el último paso para bajar del barco que lo traía de Londres, ha decir verdad él creía que era el viaje más rápido que había hecho en toda su vida, pero al menos había sacado algo bueno de él, y aunque así fuera, fue un poco cansado.
Las molestias que le había causado su madrastra aún le seguían retumbando en la cabeza.
— Pelearé por la herencia, ya que el titulo te lo han otorgado a ti — Bufó ella resonando con su voz chillona y muy molesta.
— Si por mí fuera le daría todo hasta el apellido, pero es la voluntad de MI padre — Contestó Terry para salir de la habitación e irse de nuevo a America.
Lo último que escuchó fue cómo la señora gritaba su nombre, quizá para que volviera y pudiera gritarle las cosas que pensaba de frente, pero para el chico ya no había tiempo.
Las cosas con su padre estaban bien, pero no del todo, aún su salud estaba delicada y eso le preocupó en todo el camino, ¿qué debía hacer si algo se complicaba mientras él iba de regreso? Pero afortunadamente no pasó. Ningún mensaje fue enviado para él así que supuso que todo seguía bien.
Durante los días que pasó con su padre, Terry se sentía sumamente culpable de haber perdido la comunicación con él, pero tenía sus razones, razones que ahora le parecían estúpidas. Era muy joven y tonto para haber tomado las decisiones que lo llevaron a esta situación.
Él sólo escuchaba hablar a su padre, que para nada estaba molesto, de hecho le pareció fascinante la idea de perseguir sus sueños en lugar de, lo que para el duque de Grandchester pensaba era lo mejor, cumplir con sus obligaciones para con el titulo y su enorme riqueza. Claro que tampoco entendía las ideas de su hijo mayor, hasta que lo escuchó hablar ese día que llegó de América. Entendió que fue más valiente qué él, ademas conocía esa mirada que tenía Terry, estaba enamorado, y eso fue porque se reconoció a si mismo de cuando una vez amó a una actriz muy hermosa y elegante.
En cuanto miró el brillo de Terry en sus ojos supo de inmediato de quién se trataba: aquella jovencita de callos rubios y pecas en la cara. No hizo más que esbozar una sonrisa y aludir a su hijo por tal motivo. Pues sabía que desde que huyó del colegio San Pablo siempre fue pensando en ella. Y aunque las cosas no le salieron cómo planeó desde entonces, ahora estaban bien. Su padre aprobaba la relación.
— Padre, quiero casarme con Candy — Dijo Terry — Lo supe desde que la conocí. Te confieso que si no fuera por todo lo que pasamos, ella y yo ya hubiéramos estado juntos desde entonces.
Terry sonrió apenado, no sabía cómo le había tomado en tan poco tiempo tanta confianza a su padre, habían sido años de un enorme silencio, quizá era porque estaba muy delicado y no quería perderlo de nuevo, no lo sabía, pero quería dejar ese orgullo atrás, y todo era por Candy.
— Terrius, tengo algo para ti — Comenzó a decir el duque, quien se tuvo que levantar de su cama para poder alcanzar una cajita que tenía en una caja fuerte.
El joven lo miró extrañado, ¿un regalo? Nunca en su vida había recibido algo de parte de él, claro.
El duque de Grandchester le entregó una caja de terciopelo rojo, era sencilla pero Terry pudo notar que el broche era de oro y tenía grabado el nombre de su familia. Entonces supo que era, su curiosidad de todos modos lo llevó a abrirla. Miró dentro de ella un anillo precioso, con un diamante, que a su juicio era enorme.
— Era de tu abuela y antes de ella, de mi abuela, ha pasado en muchas generaciones, hijo, será sencillo pero el valor sentimental es lo que vale. Es tuyo, por ahora — Le dijo el duque a su hijo, luego le regaló una sonrisa —. Luego pasara a Candy, y yo espero estar para cuando nazca tu hijo, él luego pasara este anillo a quien ame y así sucesivamente.

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Eres mi amor eterno
RomanceDespués de que Candy regresara a la mansión de Lakewood, Albert se percata de que la pecosa no es muy feliz del todo. Él trata de animarla dejándola vivir a su manera, pero no funciona. Candy sólo esconde su tristeza y trata de complacer a todos con...