Capítulo 7: Cambios de ruta

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        La habitación ahora se encontraba vacía, bueno, Candy estaba recostada en uno de los sillones para tomar el té, y Albert estaba esperando a que ella reaccionara de nuevo, pero los demás se habían ido. Albert al llegar al hotel, se enteró de lo que su tía abuela estaba tratando de hacer. Mientras Candy aún seguía en su sueño, Albert, regañó a la tía abuela. Sabía que podía llegar a hacer cualquier cosa pero, esta vez había llegado a los extremos.
Si bien, no era para tanto que Candy se desmayara al ver a su "pretendiente", pero había estado afuera; Florida era muy cálido de día pero en la noche las temperaturas bajaban mucho, entonces un cambio brusco, fue lo que le ocasionó un fuerte dolor de cabeza y además su temperatura corporal se elevó, agregando también la impresión, así provocando un desmayo.
Albert, había llamado a un médico para que la atendiera, pero sólo le recomendó que estuviera en reposo y que la llevaran a su habitación en cuanto ella despertara, además le dio poco medicamento para que eso no pasara a un resfriado más severo.
Candy estaba despertando, pero su dolor de cabeza le impedía enfocar bien su mirada. Sólo pudo ver un par de ojos azules con expresión de preocupación.
— ¿Albert? — Preguntó la joven para asegurarse, ya que creía estar viendo a Anthony y que ella estaba ya con él.
— Sí, Candy. — Contestó el joven. — ¿Estás mejor?
— Albert. — Candy se lanzó a sus brazos en cuanto recobró el conocimiento por completo.
Albert no tenía idea de lo que le pasaba a su pequeña, pues no se imaginó que realmente esto era algo muy grave para ella. Además no creyó que lo extrañara tanto. Albert la abrazó muy fuerte y dijo que todo estaba bien.
— Albert, la tía abuela planea algo terrible, está jugando conmigo otra vez. — Informó Candy preocupada y triste a la vez.
— Lo sé. Ya lo he arreglado con ella, Candy. Me explicó que todo había sido tu castigo. — Comentó Albert muy serio. — ¿Me quieres explicar qué hacías tan tarde? Te conozco, Candy, y sé que no era para nada malo.
— No, no lo era. Estaba esperando algo, pero no aún no estoy segura de qué. — Contestó Candy muy triste.
— ¿Quieres hablar de ello? — Preguntó el joven queriendo animarla.
— Mejor dime qué pasó con la tía abuela. — Dijo ella. — ¿Por qué esto fue un castigo?
Albert bufó. No parecía ser una mala noticia, pero él se veía fastidiado.
— Veras, Candy. La tía abuela se enteró de tu "travesura" de anoche por medio de Eliza; tuve que sacarle la sopa a Eliza y todo fue un plan realizado por ella, ya que sabía que la tía abuela la iba a apoyar. En conclusión, sólo fue una trampa. — Albert habló con voz seria.
Candy se quedó con los ojos muy abiertos, pero no estaba molesta, al contrario, después de un rato se echó a carcajadas.
— ¿Por qué lo ves divertido, Candy? Ya reté a Eliza, algo que no me gusta hacer pero era necesario, e igualmente a mi tía. — Dijo Albert.
— Pues digamos que me sorprendí un poco, al principio sí estaba molesta, pero creo que no era para tanto, es divertido que yo haya caído en esa trampa. — Contestó la rubia con una sonrisa enorme. — Iré a disculparme con la tía abuela.
— Candy, no es necesario. Debe de entender que todo esto que hace está mal. Tú no tienes porqué disculparte — . Dijo Albert mostrando su preocupación.
Candy lo ignoró y salió de la habitación.
Horas antes de que la joven rubia se despertará. Los periódicos locales comenzaron a venderse como era de costumbre; Eliza Legan que estaba aburrida, y salió a comprar uno de éstos. La parte que más le gustaba leer era la sección de espectáculos y chismes, ya que no había podido conseguir una revista de moda.
Le llamó la atención que había una pequeña nota con el encabezado que decía: "Heredera rica es vista con un misterioso joven". Cuando comenzó a leer y saber de quién se trataba, esbozó una enorme sonrisa que dejaba ver su demencia interna.
De inmediato fue corriendo con la tía abuela Elroy.
La matriarca estaba sentada junto con su sobrino Neal que, claramente, estaba deprimido. Eliza llegó casi sin aliento al lugar. Al igual que Eliza, Elroy no podía creer semejante noticia. Si bien, la tía abuela era una persona muy recta, y los actos que cometía Candy le eran blasfemia.
El enojo de Elroy era evidente. Si pudiera sacar fuego por la boca ya lo hubiera hecho. Pero antes de que ella hiciera algo, Eliza intervino e ideó un plan.
Eliza sabía que uno de los miedos de Candy era intervenir con sus planes, y uno de ellos era casarla por la fuerza con un hombre que no conocía. Esto le serviría a Eliza como venganza pues años antes Candy había rechazado a su hermano huyendo de la casa y refugiandose detrás de Albert. Eso fue una cobardía, según Eliza, ya que era una obligación casarse con un hombre rico.
La tía abuela estaba tan enojada que aceptó el plan de Eliza, no le importaba nada, Candy había vuelto a manchar el nombre de los Ardley y lo peor de todo es que mucha gente se había dado cuenta a casos anteriores.
Elroy conocía a varios hombres ricos y amigos de ella, tenía varios conocidos en Florida, y no desaprovechó la oportunidad, llamó a uno de sus más fieles amigos que tenía ahí, por medio de un telegrama, para que le ayudara con el plan. Sabía que iba a aceptar ya que era un mujeriego desde que eran jóvenes.
El hombre, al llegar al Hotel se puso a brincar de contento al encontrarse con su vieja amiga Elroy, aunque la tía abuela no estaba para nada contenta, sólo lo saludó con cortesía y le dijo que necesitaba su ayuda; le platicó el plan y como era de esperarse el viejo aceptó.
Tenía por nombre Jeff Hoffman I, era un hombre muy rico y socio de la familia Ardley. En su juventud siempre había sido de carácter fuerte, pero era un mujeriego de primera, al menos durante su vida tuvo diez esposas y sí, tuvo muchos hijos, pero ahora se encontraba solo porque su última esposa descubrió que le había sido infiel. Para ese tiempo ya era famoso por eso y ninguna mujer quería algo serio con él. Desde entonces había quedado como un viejo solitario. Ahora tenía 78 años, y su aspecto no era nada amigable, tenía una nariz grande y puntiaguda, canoso y le faltaba un incisivo. Según él, decía que no podía gastar dinero en un dentista, por eso también tenía los dientes amarillos.
Jeff estaba encantado de conocer a la señorita Ardley, ya que había leído la pequeña nota del periódico, y ahí supo que sus amigos aristócratas están en Florida, y por eso aceptó. La misiva de Elroy sonaba urgente, entonces tomó un auto y condujo hasta el Hotel.
Incluso Eliza y Neal hicieron notar su disgusto por el hombre, ya que era muy lambiscon, pero Eliza decía que era un plan perfecto y Candy tendría su merecido de una vez por todas.
Los hermanos Legan, la señora Elroy y Jeff estaban en el estudio que les habían prestado, y fue cuando Candy llegó.
Era obvio que Candy iba a reaccionar así. Tenía la idea de que iba a conocer a un joven aquel día, no un viejo de aspecto demacrado y feo.
En fin, Candy había salido de aquella oficina tan indignada que sólo pensaba cosas con las cuales podía dañar a Eliza, si a caso se merecía una buena bofetada, pero la joven rubia se contuvo a sí misma para no hacerlo, además Eliza no valía tanto la pena, sólo que le estaba arruinando las vacaciones... si es que seguían siendo vacaciones.
Candy entró a su habitación pegándose detrás de la puerta para tomarse un respiro, trataba de mantener su mente fría y no llorar del coraje, ya estaba harta de todo.
— Muy bien, Candy, relájate. No es para tanto. — Se dijo. — Pero me largo inmediatamente de aquí.
Dentro del armario tenía su maleta, que desde siempre la había acompañado, la cual ya estaba un poco gastada, pero al verla sonrió, al menos aquello le trató buenos recuerdos. Saco lo que había llevado de ropa y la guardo en su pequeña maleta.
Al cabo de un rato, la joven trató de ser lo más sigilosa posible, ya que había demasiada gente al rededor, y en cuanto se aseguró que estaba sola, salió de su habitación.
— Candy —. Llamó Annie — ¿Qué haces?
La morena apuntaba hacia su maleta. Ella ya no estaba tan preocupada, pues Archie la había calmado.
— ¿Qué no es obvio? Me voy —. Contestó Candy indignada.
— Se supone que estamos aquí para estar juntos, Candy. Ya escuché toda la verdad, y créeme yo también estoy molesta...
— Yo no estoy molesta, estoy cansada, Annie. — Interrumpió. — Si eres mi amiga, déjame ir y no le digas nada a nadie —. Pidió Candy con la cabeza baja.
Annie negó con la cabeza.
— No puedo hacerlo. No tienes idea de lo mucho que te he extrañado, Candy. Por fin te veo de nuevo y sólo por una tontería de Eliza, quieres escapar. — Comenzó Annie. — No te entiendo, si tan sólo me dijeras qué es lo que te pasa realmente yo pudiera ayudarte.
Las dos muchachas se encontraban paradas en medio de un pasillo, entonces era muy obvio que hacían un poco de ruido, lo cual llamó la atención de Albert, quien estaba cerca, iba directo a hablar con Candy, pero había escuchado a las dos hablar, quizo esperar un poco más pero no pudo.
— Querida Annie, ¿podías dejarme a solas con Candy? — Pidió con amabilidad el joven.
Annie asintió con la cabeza y se dirigió al lobby.
Candy, quien traía su maleta todavía en mano, bajó su mirada para indicarle a su mejor amigo qué era lo que planeaba hacer. Todavía seguía con esa mentalidad, y estaba arrugando la nariz.
Albert sonrió.
— No te voy a detener esta vez, señorita. — Dijo burlonamente Albert.
— ¿Qué? — Candy quedó atónita.
— Pensé que estando lejos de tu rutina ibas a estar más tranquila, pero me equivoqué; tuve la grandiosa idea de invitar a la familia aquí a florida para pasar una navidad muy buena, pero veo que las cosas no cambian. — Dijo Albert con su voz dulce. — Por más que trato de hablar con la tía abuela, ella insiste en dar un paso atrás. Ya me di cuenta que no he avanzado demasiado.
Bufó.
— No eches toda la culpa a la tía abuela, también soy culpable. — Dijo Candy.
— No, eres joven, valiente y muy traviesa —. Sonrió Albert como si estuviera muy satisfecho. — Y eso me agrada de ti, y por desgracia a la tía abuela no.
Candy soltó una pequeña risa.
— ¿Qué dices? ¿Te quedas unos días más? — Quizo saber el joven.
La joven no respondió al momento, estaba dudosa y además temía que lo que restaba de las vacaciones iba a estar aguantando más a Eliza.
— Sí. Lo haré, Albert. Pero no creas que es por ti. — Contestó ella muy seria.
Albert sonrió feliz.
— Te espero en el lobby. — Concluyó él alejandose.
Candy se había quedado parada en el pasillo, sin decir nada ni si quiera podía pensar en algo, todavía se sentía un poco triste, pero la decisión ya estaba tomada, había prometido que iba a pasar unas vacaciones inolvidables, y nadie ni nada podía impedírselo... hasta que recordó a Edward Foster.
La noche anterior a su encuentro, Edward había citado a Candy, se suponía que iban a encontrarse a medio día, para es tiempo ya eran más de las dos. La pecosa había olvidado eso por completo, pero no era su culpa, todo lo que había pasado en unas cuantas horas pareció ser todo un siglo y nada podía entrar en la cabeza de la joven.
Candy sólo soltó la maleta en la cama y salió a toda prisa hacía el lobby.
En la sala de espera estaban sentados todos los miembros de la familia Ardley, y claro el señor Hoffman también, quien alardeaba demasiado tanto que la tía abuela ya estaba a punto de dormir. Candy al mirar aquella escena no pudo evitar hacer un mohín.
Albert se levantó de su asiento para dar bienvenida a Candy, sólo Annie y Archie sonrieron al verla. Ya todo estaba arreglado, pero la terca de la tía abuela seguía molesta.
— ¿Qué hacen ellos aquí? — Preguntó Candy a Albert entre dientes.
— Nada interesante. Pero la tía abuela tiene algo que decirte. — Dijo Albert elevando el tono de su voz para percatar a su tía.
Emilia Elroy era un dama, de eso no cabía duda, y por esa misma razón, llevó a  Candy a un lugar más privado, y con ella se llevó al señor Hoffman y a Eliza, la autora de todo el escándalo.
En una de las mesitas del té que se encontraban en el jardín, la tía abuela ya tenía todo listo: las bolsitas de té, las tazas de porcelana y un plato lleno de bocaditos dulces que sabía le fascinaban a Candy. Esto era todo tan extraño para la pecosa, pero no le importaba nada de eso, sólo quería irse, quería ver a Edward.
— ¿Sucede algo malo conmigo, tía abuela? — Preguntó con inocencia Candy.
— No te hagas la mustia, Candy. — Eliza gritó. — Bien sabes por qué estás aquí. Agradece que Albert está de tu lado, si no fuera por él ahora estarías llorando.
Eliza estaba que sacaba chispas por los ojos del coraje además había adoptado un color rojo en todo su rostro.
— Candy... — Comenzó la tía abuela ignorando el comentario grosero de su sobrina. — Te debo una disculpa... Todos nosotros. No fue correcto.
Candy se había quedado muda, la tía abuela le estaba pidiendo disculpas. No podía creer aquello, ya que nunca, desde que la conocía, se había llegado a disculpar con ella.
— Acepto sus disculpas, tía abuela. — Candy se levantó de su lugar para hacer una pequeña reverencia en símbolo de respeto.
— No hagas eso, pequeña. — Dijo el señor Hoffman. — Debo admitir que eres hermosa, y que pronto llegara alguien que será digno de tener a tal belleza como tú. Por desgracia yo no puedo, ya estoy grande y he vivido mi vida, no podía arrebatársela a una joven como tú. Mil disculpas, jovencita.
Conociéndolo bien, no era tan malo después de todo. Candy se sintió contenta de repente, no importaba si Albert tenía que ver con el comportamiento de la tía abuela, pero al menos se había disculpado, era lo único que le importó, era una buena señal.
— Descuide, señor... — Candy dudó esperando el nombre de aquel señor.
— Hoffman, Jeff Hoffman, un gustó señorita Candice Ardley. — El hombre tomó la mano de la joven para depositar un beso.
Eliza no podía creer tal escena, hasta el hombre repugnante había terminado siendo tan amable con Candy como lo hacían todos, no era posible, no podía ser cierto que a pesar de todo, seguía siendo una sombra, como algo que iba a estar siempre detrás de la rubia.
Estrujaba una servilleta que tenía en las manos, hasta que la rompió, se levantó de su asiento y se fue corriendo con lagrimas derramadas. La tía abuela no quiso interrumpir, además nunca había sido de mucho consuelo para nadie, además su trabajo ya estaba hecho.
Jeff y Candy se dieron un apretón de manos como símbolo de amistad, y la joven partió a su destino, despidiéndose de la tía abuela sólo con la mano y regalándole una de esas enormes sonrisas. Elroy estaba un poco indignada y no podía admitir que esa chiquilla era encantadora.

Eres mi amor eternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora