Capítulo 9: Una dama y un actor

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Al día siguiente de la publicación del dichoso periódico que había arruinado los planes de Candy, ésta se había encargado de mandar una carta con asunto urgente hacia la mansión de los O'Brien, se suponía que Edward Foster estaba tomando unas vacaciones en casa de sus tíos, así que tendría que recibir dicha carta.
En ella, Candy especificaba que había sido víctima de una trampa, de nuevo, pero que ya estaba todo solucionado. Edward no contestó la misiva, estaba un poco triste y decepcionado, pero entendió que no fue culpa de su amada, entonces, él mismo decidió ir al Hotel donde Candy y sus amigos estaban hospedados.
En el lobby del hotel, se encontraban los dos hermanos Legan, se estaban peleando por una simple cosa: los dos querían salir pero los dos querían conducir el auto de la tía abuela. Edward los reconoció de inmediato pero ni siquiera pensó en acercarse, su primera impresión fue que Eliza era una niña muy tonta y Neal un chico serio. No eran de su agrado.
En cuanto Eliza se percató de que el joven se encontraba ahí, se quedó callada, incluso Neal trató de llamar de nuevo su atención, hasta que notó lo que le estaba pasando a su hermana, no hizo otra cosa más que poner los ojos en blanco.
— No puedo creer que ahora te guste ese —. Le dijo Neal con fastidio.
— Por supuesto, es un caballero; no como tú, Neal. — Contestó Eliza con su voz chillona.
Neal de nuevo puso los ojos en blanco. Pero sin decir nada, se alejó de ella, ya no quería salir del hotel y se devolvió a su habitación.
El joven Legan se la estaba pasando de lo peor, y más desde que Candy había rechazado de la manera más cruel a su compromiso, desde entonces no quería saber nada de nadie, era como si su vida ya estuviera apagada y no tendría más motivos. Es por eso que se la pasaba encerrado siempre, sino estaba con Eliza, haciéndole la vida imposible también, recalcado que jamás iba a encontrar un novio decente.
Eliza, por su parte no era nada disimulada, siempre que podía o había fiestas en su casa, lo primero que hacía era llevar a un joven diferente, y siempre los presentaba como sus amigos, aunque a Neal no lo engañaba, según él, ya hacia tiempo que Eliza no era una dama decente ni mucho menos pura.
Pero era feliz, o bueno, eso decía ella, desde que Terry la rechazó por milésima vez, se dijo así misma que no volvería a ser la sombra de Candy y que si se ponía de nuevo por su camino ella se encargaría de nuevo de hacerla sufrir, costara lo que le costara.
Y esta era la oportunidad perfecta.
Eliza había notado, desde el primer día que los vio juntos, que Edward Foster estaba interesado en Candy de una forma romántica y no sólo de amigos, entonces, sin que nadie se enterase, ni siquiera Neal, habló con la tía abuela, y le había dicho que Edward era su interés romántico, que lo quería para ella, para casarse con él. La tía abuela quedó fascinada con la idea, sólo había un pequeño detalle: aún no sabían cómo Eliza se iba a acercar a él sin que Candy los interrumpiera.
Elroy sabía que Edward estaba enamorado de su sobrina rubia, pero no le importaba, ya que Eliza siempre había sido su favorita, y en ese caso, Eliza le pedía algo mucho más exigente que otras veces, pero no sería la excepción, iba a cumplir su capricho y estaba satisfecha porque Albert no iba a intervenir con eso.
Al ver a Edward parado en el lobby del hotel, estando solo, Eliza se acercó, no lo dudó por un momento.
— Hola — . Saludó la joven con una enorme sonrisa.
— Hola... ¿tú eres? — . Edward estaba confundido, la chica era amable con él.
— Me llamo Eliza Legan, soy de las familias más ricas de America y miembro de la familia Ardley. — Alardeó como si su vida dependiera de ello.
— Lo sé, no recordaba tu nombre. Mucho gusto, soy Edward. — El joven extendió su mano para estrechar la mano de Eliza.
Al ver este gesto, Eliza hizo una mueca, no esperaba que un caballero sólo le estrechara la mano, sino que le depositara un beso cálido. Pero sin reprochar, aceptó el saludo.
— ¿Qué haces aquí, Edward? ¿Por qué no vino Patty contigo? ¿Alguna vez te dijo que solíamos ser muy amigas en el colegio en Londres? — Eliza soltaba pregunta tras pregunta.
Edward trataba de no parecer grosero y de no carcajearse enfrente de la joven, pues según Patty y los demás, Eliza siempre había sido muy hipócrita. Entonces se estaba dando cuenta de que era verdad, no sólo porque sus amigos lo trataron de salvar de la arpía de Eliza, ya lo habían advertido.
— Lo siento, Eliza, Patty nunca habló de ti —. Contestó él controlando sus ganas de soltarse una carcajada.
— Que chica, quizá lo habrá olvidado. Eramos inseparables — Continuó diciendo con más labia. — Apuesto que tampoco te contó la vez que casi la expulsan por culpa de Candy.
Ante todo lo que decía Eliza, Edward parecía estar mareado, pero en realidad, no le interesaba mucho que las cosas pasadas, sobre todo las de Candy, se las contara una chica que claramente tenía envidia de Patty y las demás.
— No, lo siento —. Contestó Edward con frialdad.
— Eres de pocas palabras, y no deberías salir con Candy, es una muy mala influencia, siempre desobedece las reglas. Además, solía ser sirvienta en mi mansión de Lakewood. Y no sólo eso, robaba las joyas de mamá, después de eso tuvo la suerte de que Albert la adoptara, quien sabe por qué, pero a mí me parece que...
— Eliza, gracias — Dijo una voz femenina detrás de ella. — Yo me encargaré del resto, si te parece.
Era Candy, que ya había bajado después de que uno de los mayordomos la llamara.
Ella sonreía como solía hacerlo, y había escuchado claramente todo lo que decía Eliza, sólo que no le había importado, que sabía que la mayor parte era cierta, sólo que no era lo correcto que Edward escuchara de esa manera su pasado.
— Verás, Ed, fui su dama de compañía por un tiempo, después de eso, pasé a ser una de las sirvientas de su casa y finalmente una dama de establo, cuidaba los caballos en casa de Eliza, hasta que Albert me adoptó con el nombre del tío abuelo William. Eso era todo —. Candy seguía sonriendo.
Edward estaba muy sorprendido, demasiada información en un rato y no sabía qué responder. Así que sólo agachó la cabeza, por ser uno de los motivos por los cuales las chicas se estaban peleando.
— Eres una mentirosa —. Le dijo Eliza a Candy, quien ya se estaba hartando de nuevo. — ¿Por qué no le dices que mataste a Anthony? ¿O que me quitaste a Terry? Maldita zorra.
Candy tenía paciencia, y conocía perfectamente a Eliza, pero ya no iba a llorar cada que ésta la insultaba, ahora estaba parada frente a la chica que siempre la había molestado y no pensó ni un momento más en seguir la discusión, era obvio que Eliza nunca la iba a dejar en paz, y seguirle la pelea era un cuento de nunca acabar. Candy estaba parada, y no dijo más, sólo le regaló una sonrisa mientras con la mirada le decía a Edward que todo estaba bien. Ya no iba a llorar, Eliza no le iba a arruinar sus vacaciones. Ya no.
— Que tengas bonita tarde, Eliza. — Se despidió la joven y tomó a Edward del guante para dirigirse a la salida.
Eliza dio una patada al piso, llena de frustración, quería arrancarse el cabello de puro coraje, pero se controló y salió huyendo de la escena.
Candy estaba tranquila, pero Edward seguía muy confundido. Al verlo, la joven sólo soltó una pequeña risa.
Habían llegado a un parque que estaba cerca del hotel, Candy pensó que sería una buena idea sentarse ahí y platicar de lo que había pasado.
— No te preocupes, Ed, nunca aceciné a nadie y nunca le quité el novio a nadie, Eliza mal interpretó las cosas —. Candy agachó la cabeza de sólo recordar.
Edward lo notó. Tomó su barbilla para poder mirarla a los ojos. Algo tenía Ed que hacía que Candy sintiera paz interna, y sin pensarlo, la joven se abalanzó sobre él  y le dio un abrazo.
Al percatarse de esto, Edward sonrió de oreja a oreja, estaba muy contento y sintió que su corazón dio un vuelco, era Candy, la chica del cual se había enamorado quien lo abrazaba. Pero la felicidad le duró poco cuando miró que ella estaba triste.
— ¿Por qué llorabas la otra noche Candy? — Preguntó el joven con voz dulce.
Candy recordó que la noche en la que se encontraron, había estado llorando por las emociones que Karen había vuelto a despertar en ella. Candy se dijo así misma que nunca volvería a hablar del asunto con nadie, ni siquiera con Albert. Edward era un opción menos porque sabía los sentimientos de él hacía ella. Era imposible contestar esa pregunta sin lastimarlo y sin mentir.
— Edward, eres muy buena persona, no mereces estar con una chica como yo. — Dijo mientras su voz se apagaba. — Verás que sí soy un desastre, hasta la tía abuela lo sabe.
Candy soltó una risita.
— Yo no te veo así, eres muy buena, Candy...
— ¿Alguna vez te dije que siempre desobedecía a mis superiores? ¿O que huí del Colegio en Londres? — Ahora Candy sonaba divertida, y esperó a que el chico respondiera.
Él sólo negó con la cabeza mientras esbozaba una sonrisa, pensó que sólo eran locuras y travesuras de una niña.
— Así era yo. — Contestó como si se sintiera muy orgullosa de serlo.
Los dos comenzaron a reír.
— No me interesa tu "oscuro" pasado, Candy, me interesa tu presente. — Comentó Edward con más seriedad. — Sé que eso te atormenta, y por eso llorabas.
Candy esbozó una sonrisa, no era lo que quería hacer, pero no estaba mintiendo, Edward estaba suponiendo así que no era una mentira que venía directamente de ella. Asintió con la cabeza.
— ¿Quieres caminar un poco más Edward? Quiero conocer esta ciudad, hacerlo de noche fue una mala idea. — Dijo Candy quien sonrío.
Edward no dijo nada, sólo le ofreció el brazo para que ella lo tomara.
Así comenzaron a andar sin decir nada, pero no se sentía como un silencio incomodo, ambos estaban en paz. O al menos Candy, Edward por su parte se seguía poniendo nervioso al no poder decir nada, sentía que la aburría, pero no podía sacar un tema nuevo, era tan bella que siempre se le olvidaba cómo hablarle o de qué cosas hablarle.
Al caminar, se adentraron al centro de la ciudad, donde ya se encontraba mucha gente feliz; como ya se acercaban las fiestas de diciembre, muchas personas llevaban enormes regalos, la mayoría, eran de familias adineradas. A Candy le parecía raro ver la navidad más calurosa, pero así era Florida.
Era medio día y el sol quemaba más que un verano en Illinois. Aunque Candy se había preparado para el calor, no lo soportaba mucho.
— ¿Qué te parece si vamos por un helado, Ed? — Propuso la joven.
Edward sonrió y asintió con la cabeza.
— Conozco un buen lugar, está por aquí cerca. — Edward la tomó de la mano.
Ambos están contentos, así que llegaron riendo al lugar.
Al llegara la heladería, Candy se imaginaba que sería un lugar más infantil, pero era todo lo contrario. Parecía una sala de té, de esas que están en Inglaterra, pero multiplicado por veinte, además de que era sumamente elegante. Ella no podía negarse, pero le gustó el lugar. Así que sólo sonrió.
— Aquí venía de niño, cuando mis padres se quedaban en casa, yo venía de vacaciones con Patty. Sus padres siempre nos traían acá, y para mí era lo mejor, era lo que esperaba todo el año. — Decía Edward a quien le brillaban los ojos.
— Qué bonito recuerdo. Es muy especial para ti. — Dijo Candy — Supongo que...
No era la fachada del lugar lo que había impresionado a Candy, eran esos hermosos ojos azules que todavía no se percataban de que ella estaba ahí. Se quedó inmóvil, sin poder decir nada, sólo quería lanzarse contra él para abrazarlo y no soltarlo jamás. Pero no podía, no le respondían sus músculos. Hubo un momento en el que no sintió ni sus piernas y aunque estaba despierta, ella juraba que estaba sumergida en el más precioso sueño.
Por el otro lado, el joven actor, estaba sumamente distraído, pues había aceptado acompañar a Letty a conocer la ciudad, según ella con la excusa de que quería hablar antes de una presentación con el mejor actor del grupo. Aunque, después, él se dio cuenta de que había sido un engaño y ya no supo que hacer más que acompañarla en lo que restaba del viaje.
Pero sintió una fuerte mirada, así que volteó, y la miró ahí. Ahí estaba ella, no era un sueño, realmente la había visto pasearse por las calles de Florida. Era Candy, su hermosa Candy. Terry pudo sentir como su corazón comenzó a acelerarse y las manos le sudaron. No sabía qué debía hacer, pero tanto ella como él, se acercaron.
No eran sus cuerpos los que hacían que se movieran, eran sus corazones, habían estado tanto tiempo si verse, sin siquiera saber un poco de ambos.
Al estar frente a frente, Terry alzó una mano, para poder abrazarla, pero se detuvo, no sabía qué iba a pasar después de eso, pero estaba seguro de que no la solitaria, no quería que se fuera de nuevo.
— Terry — Susurró ella.
— Estás aquí — Dijo él.

Eres mi amor eternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora