Dos

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No tenía una noción clara del tiempo. Podrían haber pasado unas horas desde la última vez que aquella mujer entró a la habitación. Mis muñecas dolían por las ataduras, y mi espalda comenzaba a sufrir por la rígida posición en la que estaba. Intenté respirar profundo, tratando de evitar lo inevitable, un ataque de ansiedad.

Maldije en silencio al recordar que no había tomado mis pastillas aquella mañana. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas antes de que pudiera detenerlas. Intenté contener los sollozos, pero el peso de la desesperación y el enojo me sobrepasó.

Odiaba a papá. Odiaba cómo siempre me arrastraba a lo peor. Pensé que alejarme de él me daría paz, pero incluso a kilómetros de distancia, seguía siendo una sombra en mi vida.

La puerta se abrió de repente, cortando mis pensamientos. Ella entró, pero esta vez no estaba sola. Dos hombres grandes y corpulentos la acompañaban. La tensión en la habitación aumentó en el momento en que la vi avanzar hacia mí con paso firme.

—Espero que ya hayas descansado y canalizado lo suficiente —dijo ella con un tono suave pero extraño, acercándose aún más.

Kylie vio las lágrimas que aún marcaban mis mejillas y levantó una ceja. Se inclinó hacia mí y con una delicadeza inesperada, limpió las lágrimas de mi rostro con sus pulgares. Tomándome totalmente por sorpresa.

—Llévenla —ordenó sin siquiera mirarme a los ojos, solo veía mis mejillas y mis labios.

No sabía a qué se refería, pero antes de que pudiera siquiera preguntar, sentí cómo me desataban las muñecas. El alivio fue breve; los dos hombres me agarraron con fuerza, impidiendo cualquier intento de escape.

—¿Dónde me llevan? —logré gritar, pataleando en un intento inútil por liberarme.

Kylie no me respondió. Solo me dedicó una mirada fría, antes de darse la vuelta y caminar hacia adelante con una calma que me hacía hervir por dentro. Uno de los hombres cubrió mis ojos con su mano. Era áspera y grande, casi me impedía respirar. Sentí cómo mi cuerpo era arrastrado sin ninguna consideración.

Cuando finalmente ese hombre quitó su mano de mi cara, estaba en la parte trasera de un auto, la cajuela. Quise gritar, pero la garganta me dolía, y mi espalda agradecía al menos estar recostada, por incómoda que fuera la posición. El trayecto se sintió eterno, aunque tal vez solo era mi ansiedad y claustrofobia jugando con mi percepción del tiempo.

Finalmente, la cajuela se abrió, y allí estaban otra vez los mismos hombres. No dije nada. Era mejor quedarme callada, al menos por ahora. Me sacaron del auto con poca delicadeza y, cuando levanté la vista, me quedé sin aliento. Frente a mí se encontraba una mansión imponente, tan lujosa que parecía irreal.

—Llévenla a su habitación —ordenó la voz de Kylie, que ahora sonaba lejana mientras bajaba del auto.

Uno de los hombres me llevó hacia el interior de la mansión. Las puertas se abrieron ante nosotros como si todo hubiera sido perfectamente calculado. Cada rincón de ese lugar gritaba lujo. Mármol pulido, lámparas de cristal, decoraciones de un gusto refinado. Todo eso y sin embargo, yo no podía dejar de sentirme como una prisionera.

Finalmente llegamos a una habitación. Me soltaron con brusquedad frente a una cama grande y lujosa. Kylie se acercó, dando órdenes rápidas.

—Déjenme sola con ella.

Uno de los hombres dudó.

—¿Está segura?

—Sí. Vayan a comer algo, déjenme esto a mí —dijo con una sonrisa tranquila. La frialdad en su voz no dejaba espacio a objeciones.

Cuando la puerta se cerró, sentí cómo el aire se volvía más denso a mi alrededor. Estábamos solas, y aunque ya no estaba atada, no podía sentirme menos libre. Kylie me miraba como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos. Me estremecí.

—¿Quién eres? —logré decir, mi voz apenas era un susurro.

—Bueno, me llamo Kylie y solía ser socia de tu padre—respondió, como si estuviéramos teniendo una conversación casual. Se sentó en la cama con una elegancia inquietante, cruzando las piernas de manera relajada.

Mis ojos se desviaron hacia sus piernas, cubiertas por una falda formal que complementaba su saco perfectamente ajustado. Si no fuera una loca, probablemente sería mi tipo. El pensamiento me sorprendió, pero lo descarté rápidamente.

Me senté en la cama frente a ella, aunque todo mi cuerpo estaba tenso.

—Escucha, Malia. Tienes que hacer todo lo que te pida, y todo estará bien —dijo con una calma perturbadora.

—¿Y luego podré irme? —pregunté, esperanzada, aunque ya conocía la respuesta.

Kylie soltó una carcajada suave, que me hizo estremecer.

—No, eso no va a pasar. Te tomé como pago de lo que tu padre me debe.

Mis manos se cerraron en puños.

—¿Entonces seré tu empleada? —pregunté, con un toque de sarcasmo que no pude contener.

Ella se rió aún más.

—No, claro que no. Aunque... tampoco suena mal —dijo, disfrutando del juego.

La desesperación me golpeó de nuevo, y antes de que pudiera detenerme, me arrodillé frente a ella.

—Por favor, Kylie, déjame ir —suplicaba, sin poder contener las lágrimas —Rapta a mi padre, haz lo que quieras con él, pero déjame hacer mi vida. Tengo una tesis que defender, un gato que cuidar. ¡No me arruines la vida, por favor!

Kylie me miró con una expresión divertida y... ¿satisfecha?

—No te arrodilles, al menos no para pedirme eso —dijo en un tono coqueto, parándose frente a mí.

Se inclinó lo suficiente para susurrarme al oído.

—Pórtate bien, y tal vez te traiga a tu gato. Y ahora, disfruta de esta habitación. Es tuya, por el momento. Nos veremos en unas horas.

Y sin más, salió por la puerta, cerrándola con llave. Dejándome sola, perdida y sin respuestas.

La habitación era linda, no iba a negarlo, tenía su baño y un clóset lleno de ropa.

No entendía bien si podía usarla o no.

Habían ventanas, pero no se abrían por completo, solo pasaba una mano fuera.

Esa tal Kylie era inteligente. Por algo era una maldita mafiosa.

En este punto ya no sabía qué hacer, todo había pasado tan rápido que necesitaba un descanso.

Estocolmo - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora