Uno

397 31 3
                                    


~Malia~

A lo largo de mi vida, siempre sentí el peso de ser la hija perfecta. Los Baker eran sinónimo de poder, riqueza y apariencias intachables. Desde pequeña, fui moldeada para seguir el camino que mi familia había trazado para mí, uno lleno de privilegios que nunca pedí. Pero con cada sonrisa forzada en eventos de caridad, con cada decisión tomada en mi lugar, algo dentro de mí se quebraba un poco más.

Decidí alejarme cuando supe la verdad. Mi padre no era el hombre intachable que tanto admiraba cuando era niña. Descubrí que sus manos estaban manchadas de negocios turbios, operaciones ilegales que manchaban el nombre de nuestra familia. Pero eso no le importaba; lo único que contaba para él era mantener su control sobre mí y todo lo que nos rodeaba. Fue en ese momento, en medio de la decepción y el asco, que decidí cortar los lazos. No podía seguir viviendo bajo sus órdenes, siendo una extensión de sus ambiciones corruptas.

Me fui. Dejé atrás las mansiones, las cenas de lujo y los guardaespaldas que me seguían como sombras. Entré a la universidad y, por primera vez, sentí que estaba construyendo algo propio. Cuatro años después, casi terminando mi carrera en psicología, sentía que estaba a punto de ser libre. Mi vida, finalmente, tenía un propósito que no dependía de mi apellido. Quería ayudar a las personas, entender sus mentes y encontrar mi lugar en el mundo lejos del control de mi familia.

Pero la vida tenía otros planes. O al menos, alguien más los tenía.

Era una mañana cualquiera. Caminaba por la calle, perdida en mis pensamientos sobre la tesis que estaba escribiendo. Estaba ocupada analizando casos de trastornos emocionales, cuando un presentimiento oscuro me recorrió la piel. Miré a mi alrededor, pero no vi nada inusual. Las personas seguían su rutina habitual, los coches pasaban a mi lado, y yo me decía a mí misma que todo estaba bien.

Hasta que no lo estuvo.

De repente, una mano fuerte me atrapó por la cintura, apretando con fuerza. Antes de que pudiera gritar, una segunda mano cubrió mi boca con un paño. El olor a químicos invadió mis sentidos, y aunque intenté luchar, mi cuerpo comenzó a rendirse. Mis párpados se cerraron pesadamente, y el mundo se volvió negro.

Cuando desperté, estaba desorientada. Mi cabeza daba vueltas y mis manos estaban atadas a los reposabrazos de una silla de metal. El frío del lugar me hizo estremecer. Intenté moverme, pero las cuerdas quemaban la piel de mis muñecas. Miré a mi alrededor, una habitación vacía, con paredes grises y sin ventanas. La luz que colgaba del techo oscilaba suavemente, proyectando sombras inquietantes. El miedo se apoderó de mí.

Respiré hondo, intentando calmarme. Tenía que entender qué había pasado, pero mi mente aún estaba nublada. Quise gritar, pero mi garganta estaba seca y apenas pude emitir un sonido. ¿Dónde estaba? ¿Quién me había traído aquí? Y entonces, la puerta se abrió.

Entró una mujer.

Mi respiración se detuvo.

Era alta, con una piel morena que contrastaba con el traje formal oscuro que llevaba. Sus movimientos eran elegantes, controlados, como si cada paso estuviera calculado. Sus ojos se clavaron en los míos, oscuros e intensos, llenos de una confianza que me heló la sangre. Se acercó lentamente, su presencia dominaba la habitación. Había algo en ella, algo que me aterrorizaba y al mismo tiempo me atraía.

Me quedé inmóvil, observando cómo se inclinaba ligeramente hacia mí, sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Así que tú eres la hija de Richard Baker —dijo, con una voz grave que resonó en las paredes vacías.

El nombre de mi padre resonó en mi mente como una sentencia. Mi corazón latió con fuerza contra mis costillas. Todo lo que había intentado dejar atrás, el mundo del que había escapado, me había alcanzado. Y ahora estaba aquí, en manos de una desconocida que sabía más sobre mí de lo que yo jamás querría admitir.

—¿Quién eres? —logré preguntar, aunque mi voz salió temblorosa.

La mujer sonrió, pero su expresión seguía siendo impenetrable. Dio un par de pasos alrededor de la silla, como un depredador que acecha a su presa.

—Eso no importa ahora, Malia. Lo único que debes saber es que tienes un valor... muy alto.

Mi estómago se hundió. Sabía a lo que se refería. No era por mí, no era por lo que había logrado. Todo volvía a ser sobre mi apellido, sobre lo que mi familia representaba. El poder, el dinero, las conexiones.

—¿Cómo sabes mi nombre?— solté tratando de calmarme.

—Malia— dijo aquella chica, arrodillándose para verme la cara directamente. —Yo sé todo de ti— susurró.

Mi piel se erizó una vez más y me estremecí al escuchar esto.

Me costaba respirar. El aire en la habitación era denso, cargado de una tensión que me oprimía el pecho. Intenté apartar la mirada, pero los ojos oscuros de esa mujer me mantenían atrapada. Su cercanía hacía que el miedo y algo más, algo que no quería admitir, corrieran por mis venas.

―¿Qué es lo que quieres? ―pregunté en un hilo de voz.

Kylie levantó una ceja, divertida por mi pregunta.

―Lo que yo quiera no es importante. Lo que importa es lo que tú harás por mí, o mejor dicho, lo que tu querido padre hará por ti ―se puso de pie y comenzó a caminar de nuevo, sus tacones resonando con cada paso. ―Vas a quedarte aquí hasta que él cumpla con mis exigencias.

Mi mente comenzó a correr en todas direcciones, buscando una salida, una solución. Pero ¿qué podía hacer? Estaba amarrada, completamente a su merced. Intenté mantener la calma, pensar en algo que me diera una ventaja.

―Él no lo hará ―dije de repente, sorprendida por lo segura que sonó mi voz. ―No le importo lo suficiente. Me alejé de mi familia hace años, ya no soy más que una carga para ellos.

Kylie se detuvo, mirándome de nuevo, esta vez con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

―¿Es eso lo que crees? ―sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada. ―Qué interesante.

Mi corazón se aceleró. Por un momento, pensé que podía tener razón, que mi separación de mi familia significaba que yo no era el peón que ella creía. Pero entonces, sin previo aviso, Kylie se inclinó hacia mí, poniendo una mano en el brazo de la silla, acercando su rostro al mío hasta que pude sentir su respiración en mi piel.

―Sea como sea, pequeña Malia... ―susurró cerca de mi oído, su tono bajo y peligroso― ya no importa lo que tu familia haga. Eres mía ahora.

Sentí un escalofrío recorrerme de pies a cabeza. Sus palabras me golpearon con una fuerza abrumadora, y el miedo se transformó en muchos sentimientos más. Era imposible que, en medio de todo esto, sintiera esa mezcla de terror y atracción. Era imposible, pero lo estaba sintiendo.

Kylie se levantó con gracia y caminó hacia la puerta.

―Descansa, Malia. Esto recién comienza.

La puerta se cerró con un sonido metálico y pesado. El eco de sus palabras quedó flotando en el aire mientras la oscuridad de la habitación volvía a ser lo único que me rodeaba. Traté de moverme, de aflojar las cuerdas que me ataban, pero era inútil.

El cansancio finalmente me venció. Mi mente, agotada por el miedo y la incertidumbre, se nubló poco a poco. Mientras me sumía en la inconsciencia, una sola idea se repetía en mi cabeza: ya no había vuelta atrás.

Estocolmo - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora