Doce

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Desperté de nuevo en la oscuridad. El aire en el depósito era húmedo y espeso, y lo sentía pegajoso contra mi piel. Mis manos estaban atadas sobre mi cabeza, las cuerdas apretadas hasta el punto de que apenas podía mover los dedos. Intenté incorporarme un poco, pero un dolor agudo recorrió mis muñecas, obligándome a detenerme. Era como si cada pequeño movimiento me recordara lo lejos que estaba de cualquier tipo de libertad. Mis labios estaban secos, mi garganta ardía, y la única luz que entraba al cuarto era la que se colaba por una rendija en la puerta.

Sabía que Kylie volvería. Siempre volvía.

Y no pasó mucho tiempo hasta que la escuché. Sus pasos eran suaves, casi tranquilos, como si no pasara nada, como si el mundo a su alrededor estuviera perfectamente en orden. Pero yo sabía que no era así. Mi mundo estaba hecho pedazos, y ella era la responsable de cada grieta. Aún así, una parte de mí, aunque pequeña, deseaba verla, deseaba oír su voz. Me odiaba por ello.

La puerta se abrió despacio, y ahí estaba, con esa misma calma que siempre me ponía los nervios de punta. Su figura se recortaba contra la luz, y cuando sus ojos encontraron los míos, una pequeña sonrisa tiró de sus labios, como si todo esto fuera un juego que solo ella entendía.

—¿Cómo dormiste? —dijo mientras entraba, su voz suave, casi casual, como si no fuera la que me había traído hasta aquí, como si no fuera la que me había roto.

La miré, mis ojos llenos de rabia y confusión. No entendía cómo podía actuar como si todo estuviera bien, como si no hubiera destrozado todo lo que alguna vez pensé que éramos. Mi cuerpo temblaba, no solo por el frío del lugar, sino por la furia que hervía en mis venas. Y aún así, parte de mí no podía evitar notarlo; lo hermosa que se veía, incluso ahora.

—No me mires así —continuó, su voz cortante mientras se acercaba más— Esto es tu culpa.

—¿Mi culpa? —escupí las palabras, sintiendo cómo la rabia aumentaba. ¿Cómo podía decirme eso después de todo lo que había hecho?

—Sí —respondió, inclinándose sobre mí, sus ojos perforándome— Tú... siempre has sabido lo que provocas. Lo sabías desde el primer momento en que te vi. Nunca fuiste inocente, Malia.

Su tono era calmado, pero cada palabra dolía más que cualquier golpe que pudiera darme. Mi respiración se aceleró, mi corazón latía tan fuerte que sentía que iba a explotar en mi pecho. Quería gritarle, decirle que estaba equivocada, que nada de esto era culpa mía, pero algo me detenía. Y eso me daba más rabia aún.

—Déjate de juegos, Kylie —le dije con voz temblorosa— No soy tu maldita muñeca. No puedes controlarme siempre. No puedo... no puedo seguir con esto.

Sus ojos se entrecerraron, y pude ver cómo su sonrisa se desvanecía lentamente. El silencio entre nosotras se volvió pesado, casi insoportable. Luego, dio un paso hacia adelante, y aunque mis manos estaban atadas, el miedo y la adrenalina tomaron el control. Levanté la pierna y, con todas mis fuerzas, la pateé en la mejilla.

El impacto la hizo tambalearse hacia un lado, su rostro giró con el golpe, y por un momento, pensé que había cometido un error fatal. Vi cómo la furia encendía su mirada, su mandíbula apretada y sus puños cerrándose con fuerza. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, ella respondió.

Su pie se estrelló contra mi estómago, arrancándome el aire de los pulmones. El dolor fue tan intenso que apenas podía respirar, sentía aún más como el dolor me obligaba a poner mis brazos en mi estómago pero, no podía, estaban atados casi encima de mi cabeza. Tosiendo y temblando, ella se agachó junto a mí.

—Nunca... vuelvas a tocarme —me susurró entre dientes, tomando mi rostro con una mano y levantándome con fuerza— Porque la próxima vez, no seré tan amable.

Intenté zafarme, pero no había escapatoria. El dolor en mi cuerpo se mezclaba con el miedo, y cada palabra que salía de su boca me enterraba más en esa realidad en la que no tenía control alguno. Me quedé quieta, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir. No iba a llorar, no delante de ella.

—Déjame ir —le pedí, mi voz quebrada por el dolor y la desesperación. —Por favor... ya no puedo seguir con esto. Si quieres venderme, hazlo de una vez. Si quieres... si quieres matarme, hazlo ahora.

Kylie soltó una carcajada, una risa amarga y cruel.

—¿De verdad crees que eso es lo que quiero? —me dijo, su rostro tan cerca del mío que podía sentir su aliento en mi piel—. Si quisiera venderte, lo habría hecho hace mucho tiempo. Si quisiera matarte, ya estarías muerta. Pero no, Malia. No puedo hacer ninguna de esas cosas porque... porque ahora me perteneces. Y no voy a dejar que nadie te toque.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no solo por sus palabras. Era algo más, algo que no quería aceptar. A pesar de todo, a pesar del dolor, del miedo, de la rabia, una parte de mí no podía dejar de verla como alguien... especial. Mi mente me gritaba que debía odiarla, que debía escapar, que esto no era amor. Pero mi cuerpo, mi corazón, no podían evitar sentir algo más.

—Eres un monstruo —le susurré, mi voz apenas audible.

Ella sonrió de nuevo, pero esta vez, su sonrisa estaba llena de algo oscuro.

—Tal vez lo soy —respondió—. Pero soy el monstruo que te ama. Y tú... tú no puedes evitar amarme también, ¿verdad?

No quería contestar. No quería darle la razón. Pero el silencio que siguió lo dijo todo.

Kylie soltó mi rostro y se levantó, pero no se alejó. En lugar de eso, me miró desde arriba, como si estuviera decidiendo qué hacer conmigo. Y entonces, con una lentitud que me hizo temblar, se agachó de nuevo y me tomó del cabello, tirando de él para apartarlo de mi rostro.

—No me hagas perder el control, Malia —me susurró al oído, su tono suave pero amenazante—. Porque si lo pierdo... no podré protegerte de mí misma.

Me quedé en silencio, temblando de miedo y de algo más que no podía identificar. Todo en mí gritaba que debía odiarla, que debía luchar. Pero mientras ella me miraba, mientras su mano recorría mi cabello con esa mezcla de ternura y amenaza, solo podía pensar en lo hermosa que se veía.

Y eso, más que cualquier otra cosa, fue lo que me aterrorizó. Yo misma me estaba desconociendo.

Entonces sentí como poco a poco ella se acercaba a mi boca, para finalmente besarme. Quería no responder, morderla y arrancarle esos hermosos labios pero no podía. Me sentía tan sumisa ante ella que era imposible si quisiera intentar.

Por eso mis labios correspondieron, haciendo que Kylie sonría entre el beso. Claramente victoria.

No pude evitar besarla con desespero, con rabia, con un adrenalina que..por mucho que odie admitir, estaba haciendo que mi entrepierna palpite.

Pero mi desesperación no era la única, ella igual lo estaba, agitándose y casi subiéndose encima mío para poder comer mejor mi boca. Solté un leve gemido al sentir una de sus manos apretar uno de mis pechos.

Obligándome a dejar caer mi cuello, lo que le dio pasó inmediatamente hacia el, cosa que no desaprovechó. Empezó a succionar este como si fuera el dulce más agradable del mundo, haciéndome tambalear a mí misma, incluso a pensar que me habían amarrado muy bien los brazos como para que hasta ahora estos sigan levantados con la soga.

—Te detesto Malia..porque detesto amarte— dijo mordiendo el lóbulo de mi oreja.

En ese momento empecé a mover mis caderas en busca de alivio. Casi involuntariamente.

—¿De verdad quieres irte?— dijo volviendo a mi boca. —¿De verdad prefieres dejarme?— Soltó entre besos.

Esto se iba a salir de control, pero entonces tocaron la puerta.

Kylie rápidamente se paró, se arregló el pelo y el labial rojo por todos lados que traía.

—Vendré a verte más tarde, recapacita todo, ten una respuesta clara.

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Y bueno... ahora sí se viene lo intenso, el síndrome de Estocolmo real JAJAJJAJAJ

Estocolmo - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora