Estocolmo - Kylia

Diecinueve

Solo una semana desde que regresé a esta vida, a esta cárcel disfrazada de lujo. Mis padres no perdieron tiempo en imponer su control, cada movimiento mío estaba bajo vigilancia, como si representara una amenaza para ellos. Mi padre volvió a ser el hombre frío y calculador de siempre, como si mi secuestro y todo lo que había vivido fueran historias viejas, irrelevantes. Esperaba que volviera a ser la Malia perfecta, la que obedecía sin cuestionar, asistía a sus cenas de negocios, vestía y actuaba como una extensión de su éxito.

Todo en mi vida estaba diseñado para hacerles creer que había vuelto a ser su hija obediente y complaciente. Cada día era una actuación minuciosa: los vestidos, las palabras, incluso la forma en que me sentaba a la mesa. Sentía que me ahogaba en esta vida de apariencias y formalidades, pero me recordaba constantemente que era parte de mi plan. Necesitaba que creyeran que me habían moldeado otra vez, que estaba bajo su control. Me esforzaba en fingir que, tal vez, odiaba a Kylie, que todo lo que había pasado con ella fue una ilusión, un error.

Mi madre, a diferencia de mi padre, parecía genuinamente preocupada. A veces veía la sombra de la culpa en sus ojos, y en esos momentos trataba de tranquilizarla, de hacerle creer que estaba mejorando, aunque por dentro no fuera más que una fachada. Lo hacía bien, tan bien que ella ya estaba convencida de que comenzaba a olvidar a Kylie, que estaba retomando el control de mi vida y que Kylie no era más que un error del pasado. Pero ni ella ni mi padre conocían la verdad: todo era una estrategia.

Una noche, en una de esas cenas familiares, noté algo extraño. Cada gesto de mis padres parecía sincronizado con los movimientos de los guardias de la casa. Era casi imperceptible, pero si observabas con atención, podías ver cómo cada movimiento estaba diseñado para no perderme de vista. Me estaban vigilando, como si tuvieran la certeza de que mi única intención era escapar.

Sintiéndome atrapada, me levanté de la mesa, fingiendo cansancio, y anuncié que necesitaba ir al baño. Caminé con calma, sintiendo las miradas clavadas en mí, pero en lugar de dirigirme al baño, me desvié hacia el despacho de mi padre. La puerta estaba cerrada, pero conseguí abrirla con un poco de presión. Al entrar, el aire era denso, sofocante, y no pude evitar que una serie de recuerdos me golpeara. El despacho de Kylie... La última vez que estuve en un lugar así, descubrí que planeaba venderme.

Odiaba entrar a estos espacios, siempre parecía haber malas noticias esperando. Empecé a revisar los papeles en el escritorio de mi padre rápidamente, sabiendo que en cualquier momento alguien podía entrar. Mis ojos se detuvieron en unas palabras que me sorprendieron: "deudas acumuladas", "pérdidas", "préstamos". Mis padres... estaban en quiebra. Apenas podía creerlo, pero ahí estaban las cifras, en blanco y negro. Esta casa, la imagen de perfección y riqueza, era tan falsa como mi actuación.

No sabía qué sentir. Tal vez una mezcla de alivio y culpabilidad. Por un instante, dudé de mi propio plan, pero sabía que no podía dejarme llevar por la lástima. Cerré los documentos y traté de salir sin hacer ruido, pero al girar hacia el pasillo, encontré a mi madre de pie frente a mí. Su expresión era seria, pero había un dejo de resignación en sus ojos.

—Malia, sé que lo viste, —dijo en voz baja—. Pero, por favor, no le digas nada a tu padre. Es mejor que él no sepa que estuviste en su despacho.

Apenas podía sostenerle la mirada.

—¿Por qué no me dijiste antes? —pregunté, tratando de contener la sorpresa en mi voz.

Mi madre suspiró, como si la conversación le pesara tanto como a mí.

—Acabas de regresar, Malia. Apenas te acabamos de recuperar. No quería preocuparte más de lo necesario. —Me miró con una tristeza leve—. Lo importante es que estamos juntos, como la familia de antes, y encontraremos la manera de salir adelante.