Nueve

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Mis dedos bajaban y subían por su escote, sintiendo cómo su respiración se volvía cada vez más errática bajo mi toque. Me encantaba cómo reaccionaba a mis manos, cómo perdía el control solo con rozarla.

No podía dejar de mirarla a través del espejo, cómo me observaba, cómo se entregaba completamente. Lamí suavemente su cuello, notando cómo su piel se tensaba, pegándose aún más a mí. El sabor de su piel era una mezcla de deseo y posesión que me llenaba por completo. Sabía que la estaba volviendo loca, pero no podía detenerme. Malia también me volvía loca.

—¿Por qué estabas bailando con él? —le susurré al oído, mordiendo suavemente el lóbulo mientras mis manos deslizaban el cierre de su vestido hacia abajo, revelando más de su piel.

—¿Por qué, Malia? —repetí, haciendo que se encorvara ligeramente hacia el lavamanos, quedando expuesta frente a mí, solo en su ropa interior. Mi mirada recorrió su cuerpo con lujuria, disfrutando de cada centímetro de su piel desnuda.

—Quería jugar —jadeó, y sentí cómo el calor en mi cuerpo se mezclaba con los celos, y el deseo aumentaba.

No podía esperar más. Le di la vuelta y la besé con desesperación, mordiendo suavemente sus labios mientras mis manos recorrían su espalda, su cuerpo arqueándose hacia mí. Estaba tan mojada que el calor de su cuerpo irradiaba solo con rozarla.

—Vamos a casa —le ordené con firmeza, apartándome un poco, aunque lo último que quería era soltarla.

Malia me miró frustrada, pero asintió, sus labios hinchados por mis besos. La ayudé a ponerse el vestido, subiéndole el cierre con rapidez. Apenas habíamos salido del baño cuando ya estaba sobre mí de nuevo, besándome con una desesperación que encendía cada fibra de mi ser.

Entonces, Ruby apareció.

—¿Ya se van? —preguntó, extrañada. Pero al ver el labial de Malia manchando mi boca, supo exactamente lo que había pasado. —Pásenla bien, chicas —soltó con una carcajada, dándose la vuelta y desapareciendo.

El trayecto al auto fue un juego previo interminable. Apenas las puertas se cerraron, Malia se lanzó sobre mí, besándome con una intensidad que me dejó sin aliento. Sus manos se enredaban en mi cabello, y su lengua encontraba la mía con una urgencia que solo crecía.

Mis manos se deslizaron por sus muslos, apretándolos con fuerza. El espacio reducido del auto hacía todo más desesperado, más urgente. Sentía el calor de su cuerpo, cómo se movía contra mí, buscando más.

—No puedo esperar —jadeó ella entre besos, mordiendo suavemente mi cuello. Mi mano encontró el borde de su vestido y lo deslicé hacia arriba, rozando la piel suave de sus piernas.

—Espera hasta llegar a casa —le ordené, aunque mi voz también temblaba con impaciencia.

Pero ella no quería esperar, y en realidad, yo tampoco. Sus caderas se movían contra mi rodilla, frotándose con fuerza, sus labios mordiéndose para no hacer ruido. Agradecí que el auto tuviera cortinas negras que nos ocultaban del conductor.

Agarré sus caderas con más fuerza, ayudándola a moverse más rápido. Los ojos de Malia se abrieron al sentir mi presión, pero rápidamente los cerró con fuerza, perdida en el placer. Ocultó su rostro en mi cuello, sus jadeos silenciosos llenando el espacio, erizándome la piel.

En cuanto el auto se detuvo, la saqué casi a rastras hacia mi habitación. Apenas cerramos la puerta, la empujé contra la pared, besándola como realmente quería, con hambre. Mis manos recorrieron su cuerpo rápidamente, desnudándola.

Estocolmo - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora