Siete

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No estaba feliz con mi vida. Nunca lo estuve. Pero de una forma u otra, tenía que salir adelante. No tenía a nadie que me ayudara, y sabía que sería difícil.

A mis dieciocho, cuando era hora de salir del orfanato en el que había crecido, todo afuera parecía horrible. Una realidad aún más triste que la que viví dentro, pero al menos era libre, aunque esa libertad solo me duró dos meses.

Ahora, con veintiocho, mirando hacia atrás, me doy cuenta de lo ingenua que era. Pensaba que no podría ser peor, pero entonces apareció él. El padre de Malia

Un hombre que, en ese momento, no me pareció horrible. Estaba bien vestido, con una sonrisa que podía desarmar a cualquiera.

Me vio trabajando de mala gana en un restaurante de mala muerte. Me acercaba a su mesa con una bandeja cargada de platos y copas sucias cuando me habló por primera vez.

—¿No te gusta mucho este trabajo, no? —dijo con tono sarcástico.

Al verlo, pensé que quizá era un cliente más de esos que buscan fastidiar al personal. En ese entonces, él tenía otra energía. Parecía mucho más atractivo, con una autoridad que se notaba al instante.

—No, ¿le puedo ayudar en algo? —respondí firme, intentando no perder la calma.

El hombre se rió, una carcajada seca que me puso los nervios de punta. Extendió su mano hacia mí con una sonrisa.

—Richard Baker, un gusto.

Me quedé parada por un segundo, sin saber si aceptar o no el gesto. No confiaba en nadie, mucho menos en un extraño. Pero finalmente terminé aceptando la mano, obligada por la incomodidad del silencio.

—Kylie Cantrall —dije aún más firme, mirando sus ojos para intentar descifrar sus intenciones.

—¿Cuántos años tienes, Kylie? —preguntó con un tono que me hizo pensar en una serpiente enroscada, lista para atacar.

—Dieciocho—solté, manteniendo mi mirada en él, tratando de anticipar lo que diría.

Me sonrió, pero no respondió de inmediato. En su lugar, sacó una tarjeta de su bolsillo y me la entregó sin decir una palabra. Solo después de unos segundos, añadió:

—Si alguna vez necesitas ayuda, dame una llamada.

Me dejó con la tarjeta en la mano y la mente llena de preguntas. En ese momento no lo vi mal. Pensé que tal vez podría ser una oportunidad para salir de la mierda en la que estaba metida. Pero no sabía en lo que me estaba metiendo.

Dos semanas después, me despidieron. Los dueños del restaurante encontraron la manera de culparme de algo que ni siquiera había hecho, y me quedé en la calle. Entonces, sin saber qué más hacer, llamé a ese hombre.

Y así fue como mi vida cambió drásticamente.

El lugar al que me llevó era mucho peor de lo que había imaginado. Parecía "cool" al principio, estar rodeada de hombres con dinero y poder. Pero rápidamente me di cuenta de que yo solo era una más del montón. Una chica más que traían para el entretenimiento de los demás. Y pronto, el mismo hombre que me había ofrecido ayuda me trataba como mercancía.

—La latina —dijo uno de los hombres, apuntándome descaradamente—. ¿Ella está haciendo esos servicios?

Me miró de una forma que nunca olvidaré, como si fuera un objeto. Me hizo sentir sucia solo con esa mirada.

—Kylie, es nueva —respondió el padre de Malia—. Deberías ver si se deja.

Recuerdo la sensación de asfixia en ese momento, el miedo a lo que vendría después. Sabía que estaba atrapada, pero no tenía más opción. Todo lo que me había prometido ese hombre era una mentira. Y me lo demostró con cada palabra, cada toque no deseado.

Estocolmo - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora