Ocho

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La relación con Malia había mejorado, y aunque no sabía si eso era algo bueno o malo, una parte de mí no podía evitar sentir un extraño alivio. Era la primera vez que alguien me hacía sentir apreciada, y por más que intentara ignorarlo, me gustaba. Había algo en ella, una fragilidad disfrazada de fuerza, que me atraía más de lo que quería admitir.

Irónicamente, todo había empezado de la peor manera posible, pero Malia parecía haberlo dejado atrás. Si ella podía, ¿por qué yo no?

Ruby siempre me advirtió sobre algo así cuando éramos más jóvenes, entre risas y bromas.

—El día que te amargues aún más, ese día en que no quieras ni hablar de parejas, te apuesto que llegará la persona que te haga pagar —decía con esa risa suya que siempre tenía la razón.

Y vaya que lo había hecho.

Pero, aunque no lo dijera en voz alta, en el fondo de mi mente siempre tenía presente que todo era pasajero. Las personas no se quedan, y las cosas buenas tienden a desvanecerse antes de que puedas siquiera disfrutarlas.

Esta noche, sin embargo, tenía que concentrarme. La cena era crucial. Solo me quedaba firmar un acuerdo para asegurar una alianza que me beneficiaría en más formas de las que podía contar. Había analizado todo al detalle, y sabía que esto me convenía.

Por supuesto, iba a llevar a Malia. No solo porque quería su compañía, sino porque verla a mi lado siempre me recordaba lo que más ansiaba, un poco de felicidad. Algo tan simple, pero a la vez tan inalcanzable.

Le había enviado algunos vestidos nuevos; esta era la ocasión perfecta para estrenarlos. Cuando bajé al auto, noté que Malia ya estaba dentro, esperándome. Al abrir la puerta, la vi, y por un momento me quedé sin palabras.

Llevaba un vestido rosa que le sentaba tan bien que me hizo replantear todo lo que había pensado antes de salir de casa. El escote era aún más atrevido que el mío, mostrando una cantidad de busto que hizo que mi mirada se desviara sin querer. Su cabello, atado en una cola alta, dejaba su rostro completamente despejado, resaltando la perfección de sus rasgos. Malia era, sin duda, hermosa.

—Estás despampanante —dije mientras me acomodaba en el asiento junto a ella.

Ella sonrió, con un leve rubor tiñendo sus mejillas. Me encantaba cómo, a pesar de todo lo que habíamos compartido, todavía se sonrojaba cuando le hacía un cumplido.

—Tú siempre lo estás —respondió, apretando suavemente mi mano.

El camino hacia la mansión donde se celebraría la cena se me hizo corto, en parte por el entusiasmo, en parte porque no podía dejar de mirarla. Estar con Malia me traía una sensación de tranquilidad que nunca había experimentado antes. Pero también sabía que no podía distraerme. Tenía negocios que atender, y nada podía interponerse en eso.

Cuando llegamos, el lugar era justo como lo había imaginado: opulento y exageradamente lujoso. La música, las luces, la gente, todo estaba diseñado para impresionar. Mientras caminábamos hacia la entrada, sentí cómo unos brazos familiares me rodeaban por detrás.

—¡¿Cómo está la próxima jefa de todos estos estúpidos?! —gritó Ruby, dándome la vuelta para mirarla.

—Hola, Ruby —dije, sonriendo por su energía contagiosa.

—Hola, Kylie —respondió, finalmente soltando mis brazos y dirigiendo su atención a Malia. —Y hola, Malia. ¿Cómo puedes atreverte a ser tan linda? —dijo, tocándole el cabello con una sonrisa traviesa—. Mereces cadena perpetua por esto.

Malia rió con una alegría genuina, como si Ruby y ella se conocieran desde siempre. Verla reír de esa manera me hizo sonreír también, pero algo en el ambiente cambió de golpe.

Estocolmo - Kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora