[Libro 3] Las amenazas aparecen en su vida al mismo tiempo en que su relación empieza a irse en picada. Emily deberá hacer todo lo posible por proteger a sus bebés y a ella misma, de este enemigo del que no sabe absolutamente nada, ni siquiera como...
El timbre resonó, me levanté del sofá y al abrir me lo encontré sonriendo de lado.
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—¿Jung-kook...? —mi ceño se frunció al percibir el fuerte hedor a alcohol—Estás ebrio, ¿qué haces aquí?
Eran casi las dos de la mañana.
—No lo estoy, solo bebí un poco y hablé con Yoongi, pero nada logró calmar mi sed —parpadeaba muy lento y sus orbes destellaban con un fulgor melancólico mientras me observaba con detenimiento.
No caigas, respira. Piensa.
—Si tanta sed tenías, debiste beber agua —lo jalé de la muñeca hacia el interior del departamento, no quería que todos los vecinos lo viesen hacer alguna estupidez. Por lo que ahora estábamos frente a frente junto a la puerta cerrada.
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—Ah-ah —negó, tomándome del mentón a la vez que abrazaba mi cintura con su brazo, dejándome pegada a su cadera y abdomen—, eso tampoco podría saciar la sed que siento por tus labios —inclinó más su cabeza, atrapando mi labio inferior entre los suyos, besándome un corto momento, ya que, seguidamente, abandonó mi boca para hablar con el ápice de su nariz acariciando el mío—. Ni la sed que siento —movió su rostro, dejándolo frente a mi oreja, bajando su tono de voz a uno más ronco—... por tu piel, tu suave y tersa piel —el susurro combinado con la punta de su lengua acariciando mi lóbulo, me estremeció, enviando un oleaje de calor a cada rincón de mi cuerpo. Y, sin dejarme tiempo para razonar me levantó de los muslos—. Te necesito para saciar esta insoportable sed, ayúdame —apoyando mi espalda a la pared, abocó sus labios a mi cuello, robándome un jadeo cuando lo oí runrunear un sensual »mmh« sobre esa sensible piel que succionaba con parsimonia, nublando mi juicio de la forma más deleitante.
—Perfecto, ahora yo también estoy sedienta de ti —admití en un tono íntimo y agitado, enredando mis dedos al cabello de su nuca, él siempre había sido mi talón de Aquiles.
—Entonces no me rechaces —su rostro volvió al mío, viendo primero mis ojos y luego como mordía mi labio inferior, provocando que se relama con lujuria.
