Capitulo 21

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Desperté enredada en el suave vaivén de su respiración, ese susurro imperceptible que, sin proponérselo, me brindaba una paz que hacía mucho no sentía. Una paz que me desarma y me hace desear lo imposible. Entre sus brazos, el tiempo parece detenerse; aquí, rodeada por su calor, podría olvidar todo el dolor, todas las barreras que nos separan. Así pudo haber sido nuestra vida, envueltos en esta calma, en una rutina. Si tan solo el destino no fuera tan cruel, si el universo no conspirara contra nosotros aunque no dudo que nosotros mismos nos auto saboteamos una y otra vez hasta llegar aquí.

Intento moverme lentamente hacia el otro extremo de la cama, como si en ese gesto pudiera evadir la fuerza de lo que siento. Pero sus brazos, aún adormilados, me retienen, suaves, arrastrándome de regreso hacia él, bajo las sábanas. Su tacto es un ancla y, al mismo tiempo, sus dedos trazan caminos sobre mi piel que me erizan. Cierro los ojos, y suspiro profundo, soltando un deseo reprimido de girarme y besarlo.

Me hundo en el contraste de sus caricias. En este cuarto en penumbra, siento que el mundo se reduce a nosotros, hasta que un sonido interrumpe esa paz frágil. Desde el pasillo, escucho una voz alterada, y el eco de una discusión atraviesa las paredes como un golpe inesperado. Toda esa sensación de refugio se desvanece cuando la puerta se abre de golpe, y Eva aparece en el umbral.

Abro los ojos, tratando de entender lo que sucede. Ahí está ella, de pie frente a mí, con la mano en su abdomen redondeado, un gesto instintivo que parece proteger la vida que lleva dentro. Sus ojos están enrojecidos, llenos de lágrimas que no caen. Susurra palabras en árabe, tan bajas y llenas de dolor que apenas puedo distinguirlas, pero su intensidad me traspasa. Todo lo que puedo ver es a Hassem poniéndose de pie con rapidez, todavía desorientado y adolorido.

—¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí? — pregunta cruelmente duro.
Ella le responde con una voz que se quiebra y me atraviesa.

—¿Cómo es posible que te encuentre durmiendo plácidamente con esta... mujerzuela?— me señala como si fuera un objeto que desechar.

Esas palabras caen como un látigo, y veo a Hassem cerrar los ojos con fuerza, como si intentara bloquear el dolor que sus palabras han traído. Se toma un instante, luego, con un tono firme pero agotado le responde, lleno de júbilo.

—Estoy cansado de tus allanamientos, Eva. Alicia es mi esposa.

—¿Y yo qué? —replica rota—. Seré la madre de tu hijo...

La incomodidad se despliega en mí como una oleada helada. Me siento descolocada. Me deslizo fuera de las sábanas y me siento en el borde de la cama, en silencio, incapaz de intervenir, sintiéndome relegada y... sucia, de alguna forma. ¿Qué estaba haciendo yo aquí, compartiendo el lecho con el hombre que esperaba un hijo con otra? La humillación se vuelve incredulidad. Me pregunto en qué momento fui capaz de ignorar esta realidad tan evidente y dolorosa por un hombre.

Hassem, visiblemente enfadado y sin rastro de suavidad, toma a Eva del brazo y la arrastra fuera de la habitación, sin atender sus protestas. La puerta se cierra tras ellos, y el silencio vuelve, pero mi mente sigue enredada en la escena caótica que acaba de desplegarse frente a mis ojos. Mi respiración es irregular, y mi cuerpo aún está congelado de desconcierto y vergüenza. Involuntariamente, mis dedos tropiezan con un interruptor, y el suave zumbido de las cortinas deslizándose hacia los lados llena el aire.

De repente, la habitación se inunda con la imponente vista de Dubái, su horizonte lleno de luces brillantes y rascacielos que se elevan hacia el cielo como torres de cristal. La ciudad resplandece en el día como si intentara ofrecerme un consuelo silencioso en medio del desorden. Pero, en lugar de calmarme, esa vista solo resalta la ironía de mi situación. Aquí estoy, en una de las ciudades más hermosas del mundo, atrapada en una realidad que ni siquiera consigo asimilar.

Árabe Encadenada A Ti [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora