Capitulo 12

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— Una última pregunta — dice el sheriff después de una hora y media de interrogatorio solo conmigo, grave y cansado pero era más que contundente, estaba muy tarde. — ¿Ambos entraron a la fuerza?

Niego lentamente mientras sorbo el té que Michael me trajo para calmar mis nervios, aún alterados por lo que había vivido esta noche.

— No. Hassem y yo estábamos en la terraza cuando Beatriz nos llamó... Bajamos y encontramos todo el desastre — explico, notando cómo el sheriff teclea unas cuantas palabras más en su computadora antes de cerrarla. Me mira, agotado. Soy la última a la que entrevista, y ya son las tres de la madrugada. El cansancio me pesa en cada fibra del cuerpo, física y mentalmente destrozada. Después de la declaración de Hassem, él se fue directo al balcón a hacer llamadas para evitarme.

Siento una lágrima rebelde deslizarse por mi mejilla, una que no le di permiso de salir. La limpio rápidamente, frustrada conmigo misma por dejar que se escapara.

— Bueno, señora Khalid — pronuncia el sheriff, y fue como una daga que se clava en mi estómago. Ese apellido, cargado de sangre y poder, uno que jamás quise llevar. — Eso será todo por hoy — añade con un murmullo grave, notoriamente cansado. — Muchas gracias por su tiempo.

Recolecta los papeles que estaban sobre la mesa, los guarda en una pequeña maleta y se levanta de su silla, caminando hacia la puerta junto a sus colegas.
En cuanto ellos se van, yo también quiero desaparecer. Pero mamá aún no ha llegado, y además, ambas estamos bajo la "protección de Hassem". No tenemos a dónde ir. Me falta una semana para cobrar mi primer cheque y poder alquilar un lugar. Me siento atrapada, rodeada por estas paredes de cristal que, en lugar de protegerme, me encierran. Estoy herida, y este lugar me asfixia.

— Alicia — susurra Beatriz, colocándome una mano sobre los hombros.

— ¿Ya despertó Oxia? — pregunto, con la voz ronca y los ojos irritados. Me enderezo con su toque, pero al ver cómo baja la mirada y niega, mi pecho se aprieta.

— Aún no, pero está estable... está bien — dice, tratando de sonar reconfortante. Llevo las manos a mi rostro, agotada.

— Lo siento mucho, Bea... ¿podrías avisarme cuando despierte? Tengo que irme — murmuro, quebrándome. Beatriz me toma del brazo, preocupada.

— ¿Pero a dónde vas? Son las tantas de la madrugada...

Cierro los ojos y suspiro profundamente, tratando de encontrar calma.

— A cualquier lugar, menos aquí. Si ves a mamá, dile que le escribiré después... que no se preocupe, que estoy bien, ¿vale? — Ella me observa en silencio por unos segundos preocupada, pero finalmente asiente con resignación.

— Está bien, pero por favor... escríbeme cada tanto. Necesito saber que estás bien.— me riñe con aquellos ojos expresivos que la caracterizan.

— Cualquier lugar es mejor que aquí — respondo.
Ella suelta suavemente su agarre, y me libero de él. Recojo mi teléfono, la cartera, y sin mirar atrás, salgo del departamento que ha sido testigo del caos.

¿Cómo amas a alguien que ha seguido con su vida mientras tú te quedabas rota, intentando recoger las piezas? ¿Cómo se ama a alguien que, mientras tú sufrías, simplemente siguió adelante? Es aterrador pensar en cómo un solo acto puede cambiar el curso de tu vida para siempre. Ese dolor, profundo y lacerante, no es algo que se pueda comparar con una herida física; es algo que se incrusta en tus entrañas, que habita en ti como un veneno que se esparce, sintiéndose con cada respiración, en cada pensamiento. Un dolor delirante, que te sigue como una sombra, recordándote constantemente lo que has perdido.

Árabe Encadenada A Ti [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora