Preludio

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El encierro de Hassem.

POV Hassem.

Nunca creí que volvería a sentir un dolor tan desigual en mi pecho, tan parecido a una fractura de costilla cerrada. Pensé que no volvería a ese oscuro rincón de mi mente, donde vi a mi madre ser asesinada o cuando recibí la devastadora noticia del suicidio de mi hermana. En esos momentos, a pesar del dolor insoportable, sabía que ya no sufrirían más, y asumía las consecuencias de no haberlas protegido cuando tuve la oportunidad. Sin embargo, dejar ir a Alicia se sentía infinitamente peor. Quiero creer que es porque mi familia ahora descansa en un lugar donde no existe el dolor, pero Alicia aún está aquí, y sobre mi cadáver iba a seguir sufriendo y arrastrandola a un hueco hondo por mi culpa.

Me había clavado en la cabeza que daría hasta la última gota de mi por hacer pagar al ser más despreciable y maldito que nos ocasionó tanto daño. De aquí se debía la promesa que me había hecho a mí mismo: no permitiría que alguien más sufriera como lo hicieron mi madre y mi hermana, Alicia sería la última de las victimas de Malih.

El encierro me ahogaba.  Cada respiración se sentía como un esfuerzo titánico, especialmente cuando la última luz que vi fue la de aquellos ojos castaños, tan claros de tanto llorar, y ese rostro lleno de golpes y hematomas, cada que cierro los ojos aquellas imágenes se me clavan en la cabeza como cuchillos afilados y el calor que cubrían mis lágrimas recordándolo como lo último que vi de ella.

Desde siempre me había encargado de mantener el control, de prever y evitar situaciones como estas, pero fue tan inevitable como la situación en la que me encuentro ahora.

El peso de la culpa me mantenía despierto por las noches. El recuerdo de sus rostros, sus voces, y sus risas resonaban en mi mente, como un eco cruel que no podía apagar. Alicia era la última conexión que me quedaba con un mundo que una vez conocí y amé, y la idea de perderla era insostenible.

Verla así fue lo que me rompió por completo. Vulnerable y desprotegida, el peso de la culpa me aplastó. Yo era el responsable de todo aquello, un mínimo descuido que no supe prever y terminó en una tragedia. Malih, siempre un paso por delante, había vuelto a desarmar mis planes, esta vez con consecuencias devastadoras. Ya no era un niño ingenuo; ahora, como adulto, sabía mucho más, pero ni toda esa sabiduría había sido suficiente para protegerla.

Le debía la vida a la única mujer que me había devuelto la vida a mí. Ella, con sus emociones gigantescas, capaces de saltar de lo más negativo a lo más jubiloso en un parpadeo. Sus ojos, llenos de chispas vibrantes como fuegos artificiales, siempre me miraban con una intensidad que me dejaba sin aliento. Incluso en su último momento, con su rostro herido y marcado, esas chispas seguían ardiendo en lo profundo de sus vidriosos ojos castaños, luchando contra la oscuridad que se cernía sobre nosotros.

Cada recuerdo de ella era una puñalada. Su risa contagiosa, su manera de convertir lo ordinario en extraordinario, todo se desmoronaba frente a mis ojos. Me consumía, sabiendo que había fallado en protegerla, en mantenerla a salvo. Aquella escena, con su figura rota, se repetía en mi mente una y otra vez, como un bucle interminable de agonía. No podía escapar de la realidad: la había perdido, y con ella, una parte de mi alma se había desvanecido para siempre.

—¿Estás despierto? —Esa voz asquerosa, impregnada de una satisfacción repugnante, me revuelve el estómago. No respondo, pero siento cómo sus dedos rozan mi piel con una delicadeza que casi me hace vomitar. —¿No vas a hablar? —Cierro los ojos, dejando que las lágrimas bañen mi rostro. Aprieto los dientes y frunzo el ceño. Esto no me hace débil, me repito. Lo único que me debilita es estar atado, con las manos sujetas al techo y grilletes en cada tobillo, colgando en una posición extenuante, sin una prenda encima.
—Volveré a bañarte en zumo, y mis amigas hormigas harán de ti lo que yo deseo. — Cualquier palabra podría desencadenar consecuencias peores, así que me mantengo en silencio.
—Josh —llama a su guardaespaldas, que aparece frente a mí con dos barriles de jugo de naranja.
–Sí, señor.
—Hágame el honor de bañarlo con ese dulce néctar fructuoso.—Mis labios se convierten en una fina línea cuando ese gorila se acerca y comienza a vaciar el jugo sobre mi cabeza.
—Me detendré en cuanto hables, Hassem.
No puede ser tan difícil. —Dice desde un rincón de la estancia, pero sigo sin pronunciar una palabra. El líquido está frio, pero tan soportable como mis baños de hielo. Me deja pegajoso de pies a cabeza, empapado en esa bebida azucarada.
Cierro los ojos, luchando contra el tic nervioso que me asalta en momentos como este.
—Me iré y volveré cuando te hayas secado...
Tengo algunos asuntos que resolver con tu padre, y me gustaría saber cómo... sigue Alicia...
—¡DEJA A ALICIA EN PAZ! —Las palabras brotan de mí con auténtico desprecio. —Me tienes a mí aquí... — El sonríe, satistecho.
—¿En serio ella debe ser el tema de nuestra conversación? Pensé que te había criado mejor. —Sus pasos resuenan mientras se acerca, y con un gesto lento y calculado, me agarra la barbilla, obligandome a mirarlo. El labio me tiembla de ira.
Cada vez que su mano desciende, mis músculos se contraen involuntariamente. —Quizás no deba irme después de todo. Tal vez deba quedarme. —El asco me invade cuando su mano se desliza hacia mi entrepierna. Apenas puedo tragar el nudo de repugnancia que se forma en mi garganta.

Árabe Encadenada A Ti [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora