Capitulo 2

49 6 4
                                    


Apenas sonó mi alarma en la mañana, quise tirarla desde un paracaídas, lejos de mí. Gertrudis, tan calientita y acurrucada a mi lado, y aquella cama que solo me gritaba que me quedara. No sé qué tan tarde me acosté anoche. Lloré tanto que olvidé en qué momento caí rendida, pero esos días ya habían quedado atrás, y hoy debía volver a trabajar. Me siento mucho más cansada por el viaje a Las Vegas este fin de semana, y aunque había prometido volver a salir con las chicas este fin de semana, solo deseaba que ya fuera de noche para volver a acurrucarme en la cama.

Con esfuerzo, saqué los pies de la cama y me estiré. Gertrudis se levantó, dio algunos pasos antes de volver a hacerse una bola.

—Qué suerte tienes de no tener que ir a trabajar —murmuré, envidiando su tranquila existencia. Era bastante temprano, así que pude darme un largo baño con agua fría para suavizar mis ojos y no hacerlos ver tan hinchados, aunque era demasiado obvio que había llorado.

Elegí un vestido en tono aceituna. No me favorecía mucho, pero era una de las pocas cosas elegantes que tenía. Combiné el atuendo con los mismos zapatos de tacón de siempre y una coleta acompañada de un suéter negro de lana. No volvería a cometer el error de salir en esta temporada del año sin un abrigo. Me hice un sándwich y lo comí mientras bajaba las escaleras.

Al llegar abajo, lo primero que vi fue un fino auto negro, un Audi A5 gris con los cristales polarizados. Junto a él, un hombre bajo y canoso. Era un excelente modelo de auto, y solo pensé: «¿Quién podría vivir con semejante lujo?». Seguía mordiendo lo poco que quedaba de mi sándwich improvisado cuando, al cruzar la calle, aquel hombre me detuvo.

—¿Señora Khalid? —me detuve en seco, sintiendo un pequeño escalofrío recorrer mi cuerpo. ¿Eso era conmigo? La sorpresa y la confusión me invadieron. No podía ser cierto. Tenía miedo de girarme, pero el haberme detenido bruscamente al borde de cruzar la calle ya era demasiado obvio.

—¿Es usted la señora Khalid? —se aclaró la garganta y continuó—. Quiero decir, la señorita Alicia Gouda.

Me volteé como en cámara lenta, tragando el último pedazo de mi emparedado, con la mente en blanco y el corazón acelerado.

—¿Quién es usted? —intenté mantener la calma y ocultar mi expresión de loca recién levantada. Era evidente que este hombre no estaba bromeando.

—Yo soy el señor Michael Korls, su chofer a partir de ahora. Soy empleado del señor Khalid —tragué duro, sintiendo un nudo en la garganta.

—Creo que esto se debe a un error —intenté razonar, aunque una parte de mí sabía que no lo era.

—No, señora. Ahora estoy a su disposición, encargado de llevarla a donde usted desee. Seré su mano derecha al volante —su tono era formal, casi servil, pero había un deje de incomodidad en su voz.

—Esto no puede ser cierto —dije entre dientes apretados, pestañeando un par de veces antes de darle una sonrisa forzada—. Entonces... le doy el día libre, no, mejor dicho, la semana...

—Tengo órdenes estrictas de llevarla siempre, señora Alicia. Discúlpeme que no pueda acatar sus deseos —parecía estar mucho más incómodo que yo. Bajó los hombros, como si cargar con esa responsabilidad fuera una pesada carga.

—¿No hay una manera de sacarme de esto? —mi voz sonó casi suplicante. Miré a ambos lados, buscando una salida.

—Lo siento, pero no, señorita —su tono fue firme, pero no agresivo. Sabía que estaba atrapado tanto como yo en esta situación.

Solté el aire que había acumulado, resignada. Él caminó hacia la parte de atrás para abrir la puerta del auto.

—Este auto también es un regalo del señor Khalid —dijo, señalando el Audi A5 gris. Rodé los ojos, más por frustración que por sorpresa.

Árabe Encadenada A Ti [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora