Capitulo 22

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Estoy sobre su regazo, con mis manos en sus hombros, sintiendo cómo sus dedos se deslizan suavemente por mis caderas, como si el simple contacto pudiera anclarme a él de una manera abrumadora.

Nuestros ojos se encuentran en un choque magnético, una corriente invisible nos envuelve, haciéndome sentir cada latido, cada respiro. Él traga saliva, y en su mirada me encuentro un mar de inseguridad y deseo, como si lo próximo que fuera a decir pudiera desestabilizarlo.

—Por favor... — murmura cerrando los ojos, y su manzana de Adán sube y baja, revelando su nerviosismo y la fuerza que acumula para poder proseguir.— no digas palabras de las que luego puedas arrepentirte.— Suelta el aire que estaba conteniendo y me envuelve en un susurro de menta, fresco, tentador, aún con el dejo de sueño reflejado en sus ojos hinchados. Su vulnerabilidad es tan escarpado que me duele, esa suavidad que el trata de ocultar tras capas de poder y control. ¿Cómo negarme? ¿Cómo resistirme cuando sé que lo deseo? Esto es un momento que parece el principio del fin, el desenlace de lo inevitable.
Nadie nos quería juntos; ni siquiera nosotros mismos estuvimos dispuestos a renunciar a la vida que llevábamos. Y, sin embargo, aquí estamos, en una burbuja de tiempo robado, donde nada más importa.

Tengo una oportunidad, solo una, de tocar su rostro como si fuera la última vez. Él... con todo su dinero, sus problemas, su imperio que lo envuelve y lo consume, sigue siendo el mismo hombre vulnerable que conocí.

Aquel protector y controlador, que a su manera, y con todos sus defectos, se aseguró de cuidarme. Nos herimos mutuamente, nos destruimos y, aun así, sigue siendo mi esposo. Hoy y ahora había tomado la decisión más segura de mi vida. Voy a disfrutar cada segundo, cada roce, porque en el fondo sé que nunca amaré a nadie como lo amo a él, y aunque existan otras personas, nadie nunca me amara como él me ama a mí.

—Jamás me arrepentiré de decir que quiero estar contigo... —respondo baja solo para que él pueda oírme en ese lugar de eco— aquí, ahora y sin nada que nos detenga y hasta que ese avión despegue en dos días, seré tuya.

En un instante fugaz, se levanta tomando mis piernas con fuerza a cada lado de sus caderas y caminando conmigo hacia la salida del baño, suelto un pequeño grito de alarma y me aferro más a sus brazos, sin querer lastimo una de sus pequeñas heridas, pero no se queja, parece que ni le duele, hunde su cabeza en el hueco de mi cuello y aspira con serenidad, me deja sobre mis pies cuando estamos en la esquina de la cama, sus ojos se habían tornado de un oscuro que yo ya conocía, mis pezones se endurecen tanto que puedo sentir como rozan con la pequeña seda del vestido, rápidamente me toma del cabello dejándome boca abajo en la cama, con el trasero apuntando hacia el, tragó duro.

Lo volteo a ver sobre el hombro y bajo mi cuerpo poco a poco, sin apartar la mirada de él, hasta que mis pezones quedan pegados a la cama y mi trasero en el aire. Él simplemente se sienta en un pequeño sofá que tenía cerca de la cama, con los ojos fijos en mi, dirigentes.

Empiezo a híper ventilar ¿por qué se fue a sentar tan lejos? Aun tenía su toalla colgando de su cintura mientras muevo mis caderas de un lado a otro, empezando a calentarme, tenía todo su cuerpo tenso, lo que me hacía más fácil mirar sus músculos tonificados, entonces habla en ese espectacular tono que me saca de órbita.

— Masturbarte para mi.— me pide sin dejar de mirar, vuelvo a tragar duro, nunca había escuchado una forma tan directa de el poder dirigirse a mi, los músculos de mis piernas se contraen en el acto.

Entonces me giró hacia arriba, subiendo con un juego vacilante mi vestido hasta lo alto de mi abdomen, sus labios se entre abren mientras observo como su erección crece sobre esa toalla blanca que lo cubre.

Juego con el borde de mi tanga para provocarlo, humedezco mis labios llevando mis dedos a la boca, el cuerpo me temblaba y estaba muy caliente así que hasta este punto podría hacer cualquier cosa.

Árabe Encadenada A Ti [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora