Capítulo 25: Caminos Peligrosos

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La fiebre finalmente había cedido, pero algo dentro de mí seguía ardiendo. Mercadia era un lugar hostil, lleno de luces y sombras que ocultaban tanto oportunidades como amenazas. Nos habíamos acostumbrado a la rutina de la clínica de Pyo, ayudándola con los pacientes y manteniéndonos bajo el radar. Pero yo sabía que esto no duraría para siempre.

Un día, Aria apareció en la puerta de la clínica, con su acostumbrada sonrisa. Algo en su forma de caminar me indicó que traía más que una simple visita.

—Bien, Zik, Kira. Tengo una propuesta para ustedes —dijo, apoyándose en el marco de la puerta—. Un comerciante necesita escolta para un traslado de mercancías a la otra parte de la ciudad. Nada glamoroso, pero les pagarán lo suficiente. ¿Qué dicen?

La miré, luego a Kira. Sabíamos que no podíamos seguir viviendo solo de favores. Kira asintió antes de que pudiera decir algo, y eso bastó.

—Aceptamos —respondí, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que esto nos llevaría a un camino del que quizás no habría retorno.

Aria nos sonrió, satisfecha.

—Perfecto. Empiezan mañana al amanecer. Vayan armados, por si acaso. En esta ciudad, siempre es mejor estar preparados.

A la mañana siguiente, conocimos al comerciante, un hombre delgado y nervioso que sostenía el borde de su capa como si esta pudiera protegerlo de todo. Sus ojos iban de un lado a otro, observando cada sombra que se proyectaba sobre las calles.

—¿Son ustedes los mercenarios? —preguntó, con voz temblorosa—. ¿Están seguros de que pueden protegerme?

Quise tranquilizarlo, pero mi respuesta fue más cortante de lo que pretendía.

—Eso depende de quiénes nos ataquen.

El comerciante no pareció muy convencido, pero tampoco tenía muchas opciones. Mientras avanzábamos por las calles de Mercadia, sentí la tensión crecer en el aire. Las paredes grafiteadas y los callejones oscuros parecían vigilar cada uno de nuestros pasos.

El trayecto fue tranquilo al principio. Kira y yo avanzábamos a cada lado del carruaje de repulsores, mientras los susurros de la ciudad llenaban mis oídos. Pero entonces, algo me detuvo en seco. Un murmullo que no era del viento, una vibración en la Fuerza que me hizo cerrar los ojos un momento. Había alguien más, lo sentía.

—Hay alguien más aquí —le murmuré a Kira, deslizando mi mano hacia el sable que colgaba oculto bajo mi capa. Sentía la presencia oscura de Thanatos, siempre latente, como un zumbido en el fondo de mi mente.

Antes de que pudiera advertir al comerciante, un grupo de encapuchados apareció frente a nosotros, bloqueando el camino. El comerciante dio un paso atrás, balbuceando de miedo.

—Dejen las mercancías y nadie saldrá herido —dijo uno de ellos, mientras sus compañeros desenfundaban armas improvisadas.

La adrenalina me recorrió. Encendí el sable solo lo suficiente para iluminar la hoja roja en el interior de mi capa y luego lo apagué, confiando en mi habilidad para intimidar sin mostrar todas mis cartas. Kira, por su parte, se movió con la destreza de siempre, desarmando a uno de los atacantes con su bastón.

Uno de ellos se abalanzó hacia el comerciante, pero la Fuerza me guió. Me moví antes de pensar, golpeándolo con el mango de mi sable apagado. Sus ojos se llenaron de terror cuando lo miré directo, y lo solté solo cuando su arma cayó al suelo con un estrépito.

La pelea fue corta y caótica, como muchas que ya había enfrentado. Pero lo que más me perturbó fue la rapidez con la que la violencia fluía a través de mí, como si Thanatos se alimentara de cada movimiento. Cuando el último de los atacantes huyó, jadeando y dejando tras de sí algunas armas de baja calidad, sentí una mezcla de alivio y miedo.

—Gracias... muchas gracias. Sin ustedes, no sé qué habría pasado —murmuró el comerciante, aún temblando.

Lo miré, incapaz de responder con algo más que un asentimiento. Kira colocó una mano en mi hombro, y su toque me ancló a la realidad, alejando los ecos de la batalla que aún resonaban en mi mente.

De regreso al refugio de los mercenarios, Aria nos recibió con una sonrisa de aprobación.

—Buen trabajo, chicos. Me enteré de que hicieron correr a esos matones. No está mal para su primera misión.

—Fue... más complicado de lo que esperábamos —respondí, tratando de ocultar mi incomodidad.

Aria me miró con una mezcla de curiosidad y satisfacción.

—No se preocupen, pronto se acostumbrarán. La vida de mercenario es así: un día te enfrentas a bandidos de poca monta, y al siguiente podrías estar protegiendo a alguien mucho más importante. Lo importante es no bajar la guardia. Ahora, tómense un descanso. Tal vez mañana haya algo más para ustedes.

Esa noche, en la pequeña habitación que compartíamos en la clínica, me costó conciliar el sueño. Las sombras de mis pensamientos se mezclaban con las imágenes de la pelea, y la presencia del sable de Thanatos parecía pesar más que nunca.

Kira se sentó a mi lado, su expresión seria.

—Hoy... durante la pelea, parecía que algo te afectaba —dijo, susurrando como si temiera que las paredes pudieran oírnos.

—Siento que la Fuerza me guía a veces —admití, pasando una mano por mi frente—. Pero también hay algo oscuro, una voz que susurra desde el sable. Es como si intentara arrastrarme cada vez más lejos.

Ella frunció el ceño, pero su mano en mi hombro era firme.

—No estás solo, Zik. Pase lo que pase, seguiremos adelante. Solo no pierdas de vista quién eres.

Asentí, aunque la incertidumbre no desapareció del todo.

Al día siguiente, mientras recorríamos las calles de Mercadia, vi una figura conocida entre las sombras. El Jedi que habíamos encontrado antes nos observaba desde un callejón. Sus ropas desgastadas lo hacían parecer parte del paisaje, pero su presencia era difícil de ignorar.

Se acercó lentamente, las manos a la vista.

—Sigo sintiendo la perturbación a tu alrededor —dijo, sin apartar la mirada de mí—. Usaste la Fuerza ayer, lo noté.

Fruncí el ceño, manteniendo el sable oculto bajo mi capa.

—¿Por qué sigues siguiéndonos? —pregunté, sintiendo la frustración hervir en mi interior.

El Jedi sonrió levemente.

—Quizás la Fuerza me ha traído aquí para algo más grande. Tal vez tú seas parte de ese propósito.

Kira lo miró con frialdad.

—No necesitamos que nos sigas. Podemos manejarnos solos.

El Jedi levantó las manos en señal de paz.

—No vine a interponerme. Pero si alguna vez necesitas consejo, estaré cerca.

Se alejó, dejándonos con una sensación de inquietud que se mezclaba con las sombras de los edificios a nuestro alrededor. A pesar de mi desconfianza, no pude evitar preguntarme qué significaban sus palabras.

Más tarde, Aria nos asignó una nueva misión: escoltar una carga valiosa a las afueras de la ciudad, una zona donde los bandidos eran más comunes. Aceptamos el trabajo, sabiendo que las amenazas serían mayores.

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