Capítulo 24: Nuevos Comienzos

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La fiebre había tomado su tiempo, pero finalmente, después de cuatro días de confusión y delirio, desperté. El primer rayo de luz que atravesó la ventana de la clínica me hizo entrecerrar los ojos. La habitación olía a medicina y a hierbas, un aroma que me resultaba familiar y tranquilizador. Al girar la cabeza, vi a Kira sentada a mi lado, con la mirada fija en el suelo.

—Zik —dijo, al notar que me movía—. ¿Cómo te sientes?

—Mejor... creo —respondí, mi voz rasposa y débil. Aun así, podía sentir el peso de las visiones que había tenido, como si todavía estuvieran presentes en mi mente.

—Estuviste delirando. Me asustaste —admitió, su tono revelando una mezcla de preocupación y alivio—. Estás en Mercadia, y Pyo fue quien te cuidó.

—¿Pyo? —pregunté, recordando vagamente a la enfermera que había estado al cuidado de mi salud.

Antes de que pudiera decir más, la puerta se abrió y Pyo entró con una bandeja de comida. Su expresión era amable, pero había un brillo en sus ojos que revelaba una profundidad que me intrigaba.

—Ah, mira quién ha despertado —dijo Pyo, sonriendo—. Te estaba comenzando a preocupar. Necesitas comer.

—Gracias, Pyo —respondí, intentando levantarme, pero Kira me detuvo suavemente.

—Espera, no te esfuerces. Come algo primero.

A medida que me alimentaba, los recuerdos de las visiones comenzaron a regresar, imágenes de Thanatos, de su poder, de los que habían caído a su paso. La confusión y el miedo comenzaron a disiparse, pero una nueva claridad surgió en mi mente: entendía que necesitaba encontrar un camino que me llevara a ser más fuerte, no solo para mí, sino para proteger lo que realmente importaba.

Cuando terminé de comer, Kira me miró con expectación.

—¿Qué viste en tus visiones, Zik? —preguntó, sus ojos escudriñando los míos.

—Era... como una historia de poder y destrucción —respondí lentamente, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Thanatos... su vida y su caída. Pero no solo eso; también vi los destinos de otros que empuñaron su sable. Muchos murieron, atrapados en su propia ambición.

Kira asintió, comprendiendo el peso de mis palabras. En el fondo, sabía que las visiones habían respondido muchas de mis preguntas, pero también habían generado nuevas inquietudes.

—Ahora sé que quiero poder —continué, mirando a Kira—, pero no solo para mí. Quiero proteger a aquellos que amo. Sin embargo, hay una sombra sobre mí cada vez que empuño el sable de luz. Siento una fuerza indomable que me llama, que me empuja hacia el lado oscuro.

Pyo, que había estado escuchando, se acercó y me miró con seriedad.

—El poder tiene un costo, Zik. Muchos han sucumbido a esa sed. Pero tienes que encontrar tu propio camino. No permitas que el sable te defina.

Mis pensamientos se agolpaban en mi mente. La influencia del sable, la sombra de Thanatos... todo me aterraba. Pero había algo que me mantenía en el camino correcto: el sable de mi maestro Jedi. Aunque me sentía tentado por el poder, ese sable me proporcionaba un ancla, una conexión con lo que era y con quienes eran importantes para mí.

A medida que comenzamos a recuperarnos de nuestras experiencias, Kira y yo decidimos explorar el mercado de Mercadia en busca de nuevas oportunidades. Pero cuando llegamos, la atmósfera era caótica. La gente se movía con prisa, y en el aire flotaba un murmullo de conversaciones animadas. Después de recorrer varios puestos, nos encontramos con un edificio que parecía fuera de lugar: era un centro de mercenarios, un refugio para aquellos dispuestos a vender sus habilidades a cambio de créditos.

El legado de ThanatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora