Capítulo 16: Caminos de Tentación

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Las noches posteriores al "funeral" del anciano se sentían interminables. Mientras los recuerdos de sus enseñanzas y su sacrificio seguían resonando en mi mente, también lo hacía la voz seductora de Thanatos. "Eres fuerte, Zik", decía en susurros. "Usa ese poder. No hay razón para rehuirlo".

Al amanecer, miré a Kira, que aún se encontraba en la sombra de lo ocurrido. Decidí ofrecerle el sable verde, el legado del anciano.

—Kira, este sable es para ti. Debes llevarlo —dije, esperando que aceptara.

Ella retrocedió un paso, su mirada llena de temor.

—No, Zik. No puedo. No quiero ser consumida por el poder como tú.

Su rechazo me golpeó, pero en el fondo, comprendía su miedo. En ese momento, sentí el peso de ambos sables en mis manos: el verde que representaba la esperanza y la luz, y el rojo que prometía poder sin límites. La tensión entre ellos resonaba en mi interior, un eco de la lucha que aún no había terminado.

A pesar de su negativa, decidí que necesitábamos regresar al basurero, al lugar donde todo había comenzado. Debíamos reparar la nave y, quizás, enfrentar a quienes nos habían tendido la trampa. Mientras viajábamos, mis pensamientos giraban en torno a la influencia creciente de Thanatos y lo que significaba para mi futuro.

Al llegar, la atmósfera era tensa. De inmediato, supe que algo no estaba bien. Las sombras se movían entre los escombros, y de repente, los atacantes emergieron de la oscuridad. Sonrisas crueles y miradas desafiantes se dibujaron en sus rostros, recordándome la ira que sentía hacia ellos.

—¡Así que aquí están, los portadores de Thanatos! —gritó uno de ellos, dando un paso al frente.

La rabia creció en mi interior, y con un movimiento rápido, activé ambos sables, la luz roja y verde iluminando el entorno. Sentí la energía fluir a través de mí, un poder renovado que había estado latente.

—No permitiré que nos detengan —declaré, sintiendo la influencia de Thanatos más fuerte que nunca.

Los atacantes se lanzaron sobre nosotros, y la batalla comenzó. Mientras luchaba, Kira se movía a mi lado, utilizando su agilidad y habilidades de combate cercano para desestabilizar a nuestros enemigos. Sus movimientos eran precisos, una danza mortal que complementaba la furia de mi sable.

A medida que el enfrentamiento se intensificaba, sentí una extraña serenidad al imbuir ambos sables. Era como si los poderes de ambos se combinaran, creando un equilibrio inusual que me permitía atacar con fluidez y eficacia. No necesitaba concentrarme demasiado; mis instintos me guiaban.

El caos de la batalla envolvía mis sentidos, pero en lugar de perderme en la ira, encontré un enfoque en el que cada movimiento era parte de una coreografía mayor. Mientras mis enemigos caían, una parte de mí se preguntaba si este poder era realmente mío o si era solo el eco de Thanatos.

En el clímax de la lucha, uno de los atacantes se lanzó hacia mí con un cuchillo, pero sin pensarlo, activé el sable rojo y, con un movimiento preciso, le asesté un golpe mortal. La vida se escapó de sus ojos, y mientras caía, una extraña sensación me envolvió. Ya no sentía remordimientos por lo que había hecho. La frialdad del acto me sorprendió; la cara del hombre se desvaneció de mi memoria antes de que pudiera recordar su nombre.

Al mirar a su alrededor, vi a Kira luchando valientemente, pero el peso de lo que acababa de hacer se sentía lejano. Sin embargo, la victoria estaba al alcance de nuestras manos. La serenidad continuaba fluyendo a través de mí, y aunque la batalla había sido feroz, no podía evitar sentir que esta nueva conexión con Thanatos era lo que me había permitido sobrevivir.

Cuando el último de los atacantes huyó, el silencio se apoderó del basurero. Kira se acercó, su rostro pálido y preocupado.

—Zik, ¿estás bien? —preguntó, su voz temblando.

—Estoy... bien —respondí, sintiendo que la verdad de mis palabras se desvanecía.

Mientras me miraba, sabía que había algo que no podía compartir. La lucha había dejado una marca en mi alma, y el camino que había comenzado a recorrer se sentía más oscuro. Pero, por primera vez, la ausencia de remordimiento me brindaba una extraña paz.

El legado de ThanatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora