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Lunes en la mañana, el grupo de mensajes de la familia había empezado a llenarse desde temprano.

Laura y Francisco Barquín estaban anunciando la pequeña fiesta que ofrecerían para festejar su aniversario de bodas. Boda de rubí.

Los comentarios sobre la fecha y la hora fueron lo primero que dejaron atrás, pronto la conversación terminó en los conflictos diarios de una gran familia. Hablaban de trabajo, escuela y quehaceres de la casa, cada uno estresado a su manera. Pronto los mensajes dejaron de llegar.

Demasiado ocupados para chatear.

Joaquín se tomó la mañana para poder acercarse hasta la casa de sus padres, tenía que entregarles las fotos que había separado para ellos. Era un sacrificio por el que estaba dispuesto a pasar.

— ¿Cómo estas, cachorro?, ¿no deberías estar en el trabajo? — cuestionó su madre entrando a la cocina dónde estaba antes de atender la puerta.

Joaquín asintió, caminando detrás de ella. Su madre volvió al desayunador, tomando su taza otra vez. Joaquín besó la mejilla de su padre que ocupaba una banqueta junto a su madre. Joaquín se sentó frente a ellos, suspiró mirando las fotos en sus manos y las dejó sobre la mesa del desayunador.

Uh... Venía a dejarles ésto.

La Alfa dejó a un lado su bebida y tomó la pequeña pila de fotos.

— ¿Para nosotros? — Laura vió las fotos con ternura y luego a su hijo. Francisco se inclinó hacía su esposa para ver las fotos también —. ¡Que ternurita! ¿Quién es?

Joaquín boqueó, debía admitir que alguna vez fué ese cachorro.

— Es... Soy yo, de pequeño. — La brillante sonrisa de su madre cayó de a poco en una mueca y devolvió la vista a las fotos —. ¿Mamá?

Laura le entregó las fotos a su esposo. Aclaró su garganta, mirando a los ojos a su hijo.

— ¿De dónde las sacaste, Joaquín?

Joaquín pasó saliva, ¿iba a regañarlo? Ella jamás lo llamaba «Joaquín ».

Su madre era la mujer más amorosa del mundo, firme en poner límites y dulce para sanar heridas.

— Yo, um, bueno... Me dieron una caja y...

Joaquín rehuía la mirada de su madre. La Alfa relamió sus labios, miró a su esposo que miraba cada foto con su cuidado, con adoración.

— No las quiero, Joaquín. No las queremos.

El Omega levantó la mirada, ahora luciendo confundido.

— ¿Porqué...?

— Eres mi hijo, Omega. Es difícil que puedas engañarme. —Joaquín mordió su labio inferior —. No puedo permitirme lastimarte así. No voy a ser tu cómplice, porque esas fotos te lastiman.

— No... Yo sólo quería que puedas colgar mis fotos, junto a las de Eduardo y Roy.

La Alfa sonrió triste. La voz bajita, tímida y molesta de su hijo le decía que había dado en el blanco.

— Si colgamos éstas fotos en la pared de la casa... ¿pretenderás que quieres verlas para siempre? ¿Podrás con eso? — preguntó Francisco, dejó de mirar las fotografías para darle su atención a su hijo —. Porque yo creo que no. Que las pongamos allí no es lo que tú quieres, es lo que crees que nosotros queremos.

— Papá...

Laura negó ante el tono de queja de su hijo.

— No, Joaquín Daniels, no tienes que hacer un sacrificio por nosotros. — Laura se cruzó de brazos sobre el desayunador—. Te amo tanto, Omega. Cómo no tienes idea. Desde que llegaste me he preguntado cómo te veías en las etapas de tu vida en las que no te había encontrado, y he sido feliz con mi imaginación. Te crié, alimenté, arropé. Lloraste y te abracé, grabé en mi memoria cada vez que reías. No necesito nada más que la felicidad que me has regalo siempre.

ALATZ II // Adaptación Emiliaco OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora