Primer viaje juntos.

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Con la llegada de las vacaciones, Kyoko y Ryota decidieron que era el momento perfecto para un pequeño viaje solo para ellos dos. La idea de tener tiempo a solas, lejos de la rutina y de los estudios, los emocionaba a ambos. Después de mucho planear, eligieron una pequeña ciudad costera, un lugar perfecto para relajarse y disfrutar de la playa.

El día del viaje, ambos se encontraron en la estación de tren. Kyoko llevaba una mochila grande y una sonrisa radiante, mientras Ryota sostenía sus boletos y le sonreía con emoción.

—¿Lista para una aventura inolvidable? —preguntó Ryota con una mirada juguetona.

—¡Más que lista! —respondió Kyoko, entrelazando su mano con la de él.

Durante el trayecto en tren, ambos se sentaron juntos, observando el paisaje que cambiaba a través de la ventana. La ciudad y su bullicio quedaban atrás, reemplazados por montañas y campos verdes. Kyoko se recostó en el hombro de Ryota, disfrutando de su compañía y de la sensación de libertad que el viaje les traía. Cada tanto, se miraban y compartían una sonrisa, sintiendo que aquella experiencia los unía aún más.

Cuando finalmente llegaron a la pequeña ciudad costera, fueron recibidos por el olor a mar y el sonido relajante de las olas. El lugar era tranquilo, con calles estrechas, pequeñas tiendas y un ambiente que invitaba a quedarse para siempre.

Se hospedaron en una posada cerca de la playa, una casa de madera que se sentía cálida y acogedora. La dueña, una amable mujer mayor, les ofreció una habitación sencilla con una vista hermosa del mar desde la ventana.

—Es perfecto, ¿verdad? —comentó Kyoko, mirando el cuarto con entusiasmo.

—Más de lo que imaginé —dijo Ryota, sonriendo mientras observaba a Kyoko con cariño.

Decidieron cambiarse y explorar la playa cercana. Kyoko corrió hacia el agua, riendo y chapoteando como una niña, mientras Ryota la seguía, tratando de mantener el ritmo. Ambos corrieron por la arena, se empaparon de pies a cabeza y, en un momento de impulso, Kyoko tomó la mano de Ryota y lo llevó a la orilla.

—¡Mira esto! —dijo Kyoko mientras apuntaba a unos pequeños cangrejos que corrían por la arena.

Pasaron horas explorando la playa, recolectando conchas y tomando fotos. Kyoko insistió en capturar cada momento, desde las selfies cómicas hasta las vistas al atardecer. Sentados en la arena, viendo cómo el sol se escondía en el horizonte, sintieron que aquel era uno de los momentos más especiales que habían compartido.

Esa tarde, decidieron aventurarse un poco más y subir hasta un mirador que les recomendaron en la posada. Rentaron bicicletas y comenzaron el trayecto por un sendero rodeado de árboles. Subir la colina fue un desafío, y Kyoko no dejaba de retar a Ryota a ver quién llegaba primero.

Finalmente, llegaron a la cima, desde donde pudieron ver toda la ciudad costera y el océano extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. El atardecer bañaba el paisaje en tonos cálidos de naranja y rosa, creando una vista espectacular.

—Nunca imaginé que vería algo tan bonito contigo —susurró Kyoko, emocionada por el momento.

Ryota sonrió, sintiendo una calidez en el pecho al escuchar sus palabras.

—Yo tampoco. Gracias por estar aquí conmigo —respondió, tomándola de la mano.

Después de una larga tarde de exploración, regresaron a la ciudad y cenaron en un restaurante local famoso por sus mariscos frescos. Se sentaron junto a una ventana, desde donde podían ver el océano iluminado por la luna.

La cena fue sencilla, pero llena de complicidad. Compartieron platos, probando cada uno de los platillos y riendo cuando alguno no les gustaba. Durante la cena, la conversación fluyó naturalmente; hablaron de sus sueños, de sus temores, y de todo lo que habían vivido juntos en el último año.

—Quiero que hagamos más cosas así —dijo Ryota en un momento, mirándola con una sonrisa sincera—. No sé cómo sería mi vida sin ti ahora.

Kyoko sintió cómo su corazón latía más fuerte, y asintió.

—Entonces hagámoslo. Que esta sea solo una de muchas aventuras.

Esa noche, regresaron a la playa con una manta. Ryota la extendió sobre la arena, y ambos se tumbaron mirando las estrellas que llenaban el cielo. Kyoko estaba recostada sobre el pecho de Ryota, y ambos estaban en silencio, disfrutando de la paz del momento.

—¿Ves esa estrella? —dijo Ryota, señalando una particularmente brillante—. La próxima vez que la veamos, recordaré esta noche.

—¿Es una promesa? —preguntó Kyoko, entrelazando sus dedos con los de él.

—Es una promesa.

Permanecieron allí hasta tarde, hablando en susurros y compartiendo pensamientos profundos. Había algo en el ambiente, en la calidez de la noche, que los hacía sentirse vulnerables y cercanos.

Ya tarde, regresaron a la posada. La dueña, con una sonrisa comprensiva, les deseó buenas noches. Al llegar a su habitación, ambos se miraron y sonrieron, sintiendo que aquel viaje había sido más especial de lo que esperaban.

Kyoko se sentó en la cama, y Ryota se acomodó a su lado. En la tranquilidad de la habitación, hablaron sobre el viaje y sobre lo que vendría después. Poco a poco, la conversación fue volviéndose más tranquila, y sin darse cuenta, ambos se quedaron dormidos, abrazados.

Esa noche, en la paz de aquel lugar, Kyoko y Ryota compartieron algo más que una simple noche de descanso. Fue un momento íntimo, lleno de cariño y conexión, que selló aún más el lazo entre ellos.

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⏰ Última actualización: Oct 27 ⏰

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