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Quackity visualizó la casa donde aparentemente vivía el padre de Luzu, la calle estaba repleta de autos, quería llorar pero sentía que se había quedado sin lágrimas, su pecho dolía tanto y se sentía muy vacío, su corazón se había ido con el joven de mirada carmín. Roier se giró sobre su asiento y le regaló una pequeña sonrisa a su mejor amigo.
-No tienes que hacer esto, Quackity -dijo en voz baja.
El azabache negó haciendo ligeros movimientos de cabeza y soltó un suspiro antes de acomodarse los lentes oscuros.
-Quiero hacerlo -susurró.
Roier miró a su novio brasileño y poco después, salieron del auto, el de ojos marrones se mordió ligeramente su labio inferior y caminó hacia aquella casa, era un barrio muy tranquilo y bonito, estaba seguro que Luzu pasó muy buenos años viviendo ahí.
Al entrar a la casa se encontró con los integrantes de la banda, su primo Alexby se veía terriblemente mal, habían personas que no conocía pero seguramente eran conocidos de Luzu o familiares, tal vez. Habían personas llorando y otras solamente se veían decaídas, era obvio, la muerte de Luzu no era algo que tenía que celebrarse. Sus marrones lograron visualizar a un hombre de ojos carmín y cabello castaño, sabía que se trataba del padre de Luzu, no había envejecido tanto desde la última vez que lo vio, sus manos sudorosas formaron un par de puños y la culpa invadía todo su cuerpo, pero decidió acercarse para darle el pésame. Aquel hombre tenía el rostro demacrado, sus ojos carecían del brillo que demostraba lo vivos que podrían estar.
-Buenas tardes, señor Borja -dijo en voz baja pero lo suficientemente alta para que el otro lo escuchara.
El hombre levantó la mirada para observar a la persona que lo había llamado, sorprendiendose al reconocer al joven, ya no era el chiquillo que recordaba, aquel que siempre se apegaba a su hijo hasta el anochecer. Se levantó de su asiento y se acercó al mexicano para abrazarlo.
-Lo siento mucho, Quackity -dijo con lágrimas amenazando brotar de sus ojos.
El pecho del mencionado dolió aún más y no dudó en corresponder el abrazo del progenitor de su primer amor, sintiéndose libre de dejar salir sus lágrimas y silenciar sus sollozos con el hombro ajeno.
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