34: ℎ𝑎𝑦 𝑚𝑎𝑠 𝑠𝑒𝑐𝑟𝑒𝑡𝑜𝑠

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Narrador omnisciente

Los gritos de los niños no tardaron en hacerse presente ante el ruido sordo de las armas.

Adara Artemisa Petrova Rinadi por fin después de tantos años de ser un lienzo en negro sintió, sintió de verdad.

El miedo puro y agonizante en su pecho.

El miedo que nunca se permitió sentir después de que su supuesta madre le hiciera sacarle los ojos y el corazon a un niño de menos de 6 años, su mejor amigo.

Ni si quiera cuando el avión de los Petrov explotó sintió el miedo, panico, impotencia...todo era aterrador, las emociones eran aterradoras.

Estaban atrapados y ella lo sabia.

Aún con el plan que habían trasado el orfanato tenia el tiempo contado.

Y todos los niños en el.

No sabia si el hermoso hombre a su lado le estaba hablando o gritando...estaba perdida.

Sus ojos por fin miraron a esos ojos cafes, casi dorados.

Terror.

En aquellos ojos tan hermosos e inocentes había temor de verdad.

Pero aún así seguia protegiendo a la pequeña niña que sollozaba en sus brazos.

Adara sabia que tenia que actuar, pero...no había nada.

Su mente estaba en blanco.

¿o en negro? No lo sabía.

Edgar miraba a la pelirroja, ahora pelinegra, mujer que estaba totalmente quieta.

Le llevaba gritando desde que los disparos empezaron a sonar y Alejandra empezaba a dar ordenes por el intercomunicador.

Pero ella estaba quieta, perdida mientras miraba a los dos niños abrazados y el niño siendo el soporte de aquella niña hermosa de ojos azul como el mar que ahora estaba sollozando y temblando.

— ¡tenemos que salir, maldita sea! — empezó a sacudir con impaciencia los hombros de la pelinegra, pero ella parecia una muñeca de trapo.

No ponía ni un musculo de resistencia ante los movimientos de el y su mirada estaba perdida, vacia.

El nunca había visto a aquella mujer letal...perdida en si misma.

Como si no estuviera allí.

Edgar empezó a maldecir una y mil veces.

La petrova había tenido razón acerca del orfanato.

— ¡manden refuerzos, ya! — les gritó el a quien sea que lo escuchara por el intercomunicador.

Vió a los niños mayores atrás de el protegiendose de la balazera en los jardines.

¡general, son demasiadas camionetas ! — gritó Sebastian por el intercomunicador y luego silencio, hasta que volvió hablar — van a entar...lo van a lograr.

Una punzada en el pecho al oír esa advertencia fue lo unico que se permitió sentir antes de empezar a idear algo rápido.

Vio a la dueña del orfanato y luego a los niños mayores en el otro extremo del patio.

— baje a todos los niños a este patio — le ordenó con una calma letal que hizo que la mujer temblara más, pues si Edgar era hermoso casi irreal, también era el hombre más aterrador cuando quería — tenemos menos de cinco minutos, trae a todos los niños aquí.

La mujer aunque temblaba fue corriendo con determinacion adentro del orfanato a cumplir su orden.

El niño de ojos dorados, Rhys, lo miraba con brillo en los ojos aparte del temor evidente ante lo que pasaba.

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