Capítulo 39

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Anylen

Amo a mi familia, pero me gusta Costa Quebrada aunque sudo como cerdo y piel se pone roja a cada rato. Me encanta la tranquilidad, en mi casa siempre hay algo que hacer y por lo regular era cuidar a mi sobrino y trabajar. Estos meses que he estado aquí, es una vida distinta, donde puedo pensar un poco más en mí y dedicarme a hacer lo que yo quiero, sin necesidad de comentarios sarcásticos, desveladas ni escuchar berrinches. Mi sobrino es mi adoración, pero no estoy lista para ser madre. Una de las razones por la cual no olvidé tomarme mi pastilla después de que Martin se fue.

La brisa mueve mi cabello hasta cubrir parte de mi cara, mi espada pegada bajo de la ventana y mis rodillas a la altura de mi pecho envueltas en mis brazos. La vista es buena, por un lado, se ve el mar al fondo y arriba las nubes grisáceas van cubriendo el cielo. Después de todo es una buena habitación, sin embargo, a pesar de ser tan pequeña, se siente vacía.

Mi cel vibra desde el bolsillo trasero de mi short. Levanté mi playera larga y vi el número, desconocido.

—¿Vale?

—Sí —Reconocí quien era—. ¿Qué pasó Martin?

—¿Thiago está contigo? —Sonaba preocupado.

Una gota cae sobre mi pantorrilla. Me puse de pie para inclinarme y atravesar la ventana.

—No, ¿Qué pasa?

Busqué una liga y un pasador. Puse el celular en alta voz para hacerme un chongo rápido.

Su respiración suena ronca y agitada, el silencio que mantiene me pone los cabellos de puntas.

—¿Martin que pasa?

—No lo encuentro. Me metí a su cuarto y encontré unas pastillas para dormir —Otra pausa eterna que me dio un vuelco en el pecho—. el frasco está vacío. Todos los vehículos están, pero...

Mis manos se quedaron estiradas sobre mi cabello, Podía jurar que los latidos de mi corazón desaparecieron y mis pulmones eran aplastados de tal manera que no permitían el acceso al oxígeno.

«¿Pastillas? Thiago por favor no hagas una locura»

—Voy para allá —Le puse llave a mi puerta—. Avísame si sabes algo de él —Colgué.

Bajé los escalones de dos en el dos. Lalo cabeceaba con los ojos cerrados atrás de la barra de recepción

—¡Lalo! —Saltó de la silla rechinando las patas de madera—. ¿Ha venido Thiago?

—¡Madre de Dios! —Puso su mano sobre el pecho—. No me despiertes así —Sus ojos se entrecerraron—. No ha venido.

—Por favor si llega a venir o lo ves pasar, márcame.

—¿A dónde vas? —Sus ojos se entrecerraron —. Está a punto de caer una tormenta.

—Tengo que encontrarlo.

—Si lo encuentras me avisas.

Guardé el teléfono en el bolsillo de mi short. Empecé a correr mientras las gotas caían sobre de mí, apresuré el pasó intentando ignorar los rayos que caían en varios lados. Mis pies se movían como si no tocaran el piso. El viento golpeaba como látigo contra mi rostro. Solo pensaba en que Thiago estuviera bien.

«¿Qué pasó Thiago? ¿Dónde estás? ¡Por favor! ¡por favor! no hagas alguna tontería»

Como un golpe en el pecho me llegó el recuerdo de mamá, tendida en el piso sin moverse. El sentimiento empezó a invadir mi mente, el dolor de solo imaginar perderla me consumía el alma, el pensar que Thiago podía hacer lo mismo, encontrarlo de la misma manera era algo que no podría soportar.

Todas las flores tienen espinas. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora