Capítulo 38

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Thiago

Mis brazos se aferraban a la cálida almohada que le perteneció a mi pelirroja durante casi un mes. Mi nariz se hundía buscando su aroma impregnado en la tela.

Hace tres meses la soledad era mi compañía. Existía un vacío en esas cuatro paredes, pero desde que se fue, se sentía más profundo como un agujero de gusano que te absorbe y te lleva al mismo lugar. El abismo. Tal vez no se tratase de mi habitación, sino de mi corazón, de mi alma.

Su lado de la cama se volvió mío. Mi cuerpo me pedía sentirla de alguna manera. Faltaba el vaso con agua que ponía antes de dormir sobre la mesa de noche. Los huecos donde se encontraba su ropa seguían con la esperanza de que regresará y los volviera a llenar.

La soledad es algo que se aferra a mí. No es suficiente con que el destino le quita la vida a las mujeres que quería, ahora la deja con vida, pero con un mar en medio de ambos

No salía de mi habitación ni para comer, al día siguiente de que ella se marchó, Juanita tocó a mi puerta.

Moví la manija, permitiendo que entrara con una charola en las manos, su falda larga se hondeaba con sus cortos pasos.

—¿Joven empezará a comer nuevamente en su habitación?

—Si —Me senté en la orilla de la cama con el cabello desordenado, mirando al piso mientras ella ponía la charola sobre mi escritorio.

—Le puedo decir algo —Asentí sin mirarla—. Sabe que lo quiero como un nieto —El colchón se hundió a mi lado—. lo he visto crecer y pasar por todas las facetas de la vida. Desde que llegó la señorita Any, usted empezó a vivir. No mal interpreté, sé que era feliz cuando tenía a su mamá, pero con la señorita fue distinto —Sus manos arrugadas se encontraron con mis nudillos—. Usted desprendió una luz en sus ojos desde el primer día que la vio tirando el plato en la cocina.

Juanita siempre ha sido como segunda madre para mí. Estos cuatro años era la única compañía que tenía a diario hasta que llegó Any.

—La perdí Juanita —Me recargué en su hombro. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas—. Se fue

—No sé qué haya pasado entre ustedes, ni con el joven Martin, porque sé que se golpearon. Lo que no tengo duda es que usted la quiere, luche por recuperarla, pero antes de eso usted debe sanar las heridas que lleva en el alma.

Solo un par de veces me miró con Adri, una en el pueblo y otra cuando la llevé a la casa, sabía que era mi novia y la quería al igual que supo cómo murió. Conocía las cicatrices que mi padre me había dejado desde que nos abandonó y el dolor que me ocasionan noche y día. Ella me acompañó las primeras veces que entré en mis crisis de ansiedad con las noches tormentosas atrás de la ventana. Posiblemente me conocía mejor que cualquier otra persona en el mundo y es que, no me quedan muchas personas en el mundo.

—Gracias Juanita. Mi mamá no se equivocó al dejarte a mi lado.

Apoye mis manos en el lavamanos. Mi reflejo en el pequeño espejo me mostraba bolsas debajo de mis ojos, la nariz roja y el golpe purpura casi borrado aun lado de mi labio.

Cala entró por el pequeño hueco de la puerta. Su pelaje esponjoso se restregó en mi tonillo. Estos últimos días tuvo que alimentarla Juanita o Martin. Fui un completo irresponsable. Aprovechaba cada oportunidad para escabullirse por el cuarto y subirse a la cama para dormir en mi espada, torso o regazo.

La cargué y bajé las escaleras con ella envuelta en mis brazos ronroneando, tal vez canalizando mis sentimientos.

—Por fin sales de tu cuarto —Reclamó Martin dejando el control sobre el sillón.

Todas las flores tienen espinas. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora