Rachel apenas había tenido tiempo de secarse las lágrimas cuando escuchó la voz del chico a su lado.
—¿Estás bien? —preguntó con una amabilidad que la tomó por sorpresa.
Rachel se giró y se encontró con un joven alto, de unos 1.80 metros, con el cabello pelirrojo y un rostro lleno de pecas. Sus ojos verdes, tan brillantes como una pradera, la observaban con sincera preocupación. Desconcertada, intentó recomponerse, limpiando las lágrimas con rapidez mientras le respondía en un tono evasivo.
—Estoy bien, —dijo apresuradamente, intentando moverse hacia la salida para evitar más preguntas.
Pero el chico no la dejó ir tan fácilmente. Colocó una mano suave pero firme en su brazo, bloqueando su camino.
—No lo parece, —dijo, mirándola con tranquilidad—. En serio, no tienes que fingir.
Rachel sintió cómo una ola de emociones comenzaba a agitarse en su interior. ¿Quién era este chico? ¿Por qué le importaba cómo se sentía? Nadie en Dream Academy la había mirado de esa manera, ni siquiera en sus peores momentos. Sin saber bien cómo reaccionar, se puso a la defensiva, soltando su brazo y lanzándole una mirada enojada.
—¡No te metas! No es asunto tuyo, —le gritó, tratando de sonar firme, aunque su voz se quebró ligeramente al final.
Pero en lugar de alejarse, el chico la miró con calma, su expresión sin cambiar ni un poco ante su reacción. En sus ojos, Rachel no veía el desprecio ni la burla a los que estaba acostumbrada, sino algo más: una paciencia y tranquilidad que le resultaban completamente desconocidas. Lentamente, sintió cómo su enojo se desvanecía y las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos.
Finalmente, se dejó llevar y comenzó a llorar en silencio, cubriéndose el rostro con las manos. No podía entender por qué este desconocido le hacía sentir así, por qué su simple presencia rompía las barreras que había construido con tanto esfuerzo. Era como si, en ese momento, toda la soledad y el dolor que había soportado en los últimos meses encontraran una salida.
Él esperó a que se calmara antes de presentarse.
—Soy Michael, —dijo en un tono suave, dejando que su nombre flotara en el aire—. Soy nuevo aquí. Mi padre es un comerciante extranjero, y me transferí porque tiene un trabajo en este país.
Rachel, aún temblando ligeramente por el llanto, levantó la vista y lo miró, encontrando un rayo de curiosidad y sinceridad en sus ojos verdes. Algo en su rostro le daba una sensación de paz, como si estuviera viendo una posibilidad de alivio en medio de toda la opresión que había vivido desde que llegó a Dream Academy.
—¿Por qué te preocupas? —preguntó ella con la voz rota, su tono revelando una mezcla de incredulidad y agradecimiento—. Aquí nadie... —Hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras—. Nadie suele preocuparse por mí.
Michael se limitó a sonreír, una sonrisa amable y sin dobleces, y se sentó a su lado en el suelo del aula.
—Quizás solo porque pienso que no es justo verte así, —dijo, encogiéndose de hombros—. No soy un gran fanático de las reglas estúpidas que las personas aquí parecen seguir.
Rachel sintió que su corazón latía un poco más rápido y que sus mejillas comenzaban a calentarse, algo que no le había sucedido en mucho tiempo. Las palabras de Michael, simples y directas, calaban profundamente en su corazón. Era como si alguien, después de tanto tiempo, le hubiera tendido una mano sin esperar nada a cambio, como si él pudiera ver más allá de la máscara que se había visto obligada a usar.
—Yo... —comenzó a decir, dudando—. He pasado por muchas cosas desde que llegué aquí, y no me gustaría que te afecte, que te metas en problemas.
Michael la miró con ternura, dejando que ella terminara, sin presionarla.
—No tienes que preocuparte por eso, No estoy aquí para seguir las reglas de los demás. Prefiero escribir las mías, —dijo, con una sonrisa brillante que le iluminó el rostro.
Rachel dejó escapar una risa nerviosa, sintiendo cómo la tensión que la había acompañado durante tanto tiempo comenzaba a disiparse. Era la primera vez que alguien le hablaba así, sin segundas intenciones, sin juicios. Algo en él era tan genuino que sentía que podía confiar en él sin reservas.
—Entonces, ¿qué dices? —preguntó Michael—. Desde ahora, somos amigos, ¿vale?
Rachel asintió lentamente, sin poder disimular la mezcla de fascinación y esperanza que sentía. Aquella situación, esa simple palabra, "amigos", la llenaba de una alegría que pensaba que ya no podría experimentar. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo bueno podía suceder en su vida.
—Sí, me gustaría eso, —respondió en voz baja, sin apartar la mirada de sus ojos verdes.
Y mientras Michael sonreía, Rachel supo que este encuentro inesperado era quizás lo mejor que le había pasado en Dream Academy.
Michael la miró con una sonrisa cálida, su paciencia y tranquilidad haciéndola sentir segura, algo que no había experimentado en tanto tiempo. Finalmente, Rachel sintió que el peso de los últimos meses se aligeraba solo un poco, y, tras un momento de duda, se animó a devolverle la sonrisa.
—Soy Rachel, —dijo con voz suave, aun sintiendo el eco de sus lágrimas—. Es un gusto conocerte, Michael.
Michael asintió, como si ya lo supiera, y le dio un apretón de manos amistoso que logró arrancarle una pequeña risa. En aquel sencillo gesto, Rachel encontró una calidez y sinceridad que la llenaban de esperanza.
—El gusto es mío, Rachel, —respondió él con una sonrisa—. Aquí estoy para lo que necesites.
Por primera vez desde su llegada a Dream Academy, Rachel sintió que había encontrado a alguien genuino en medio de aquel entorno hostil. Con ese pensamiento y la promesa de una amistad recién nacida, Rachel supo que había encontrado en Michael una chispa de luz en su vida.
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Escalva de los sueños perdidos
De TodoRachel no recordaba el último día en que se sintió libre. Los pasillos de Dream Academy habían sido su prisión desde el primer momento, pero solo ahora comprendía el verdadero alcance de esa oscuridad. La escuela que había sido su gran oportunidad l...