Rachel no podía evitar sentirse incómoda. Algo en el comportamiento reciente de los Winter la desconcertaba, pero no sabía qué era exactamente. En lugar de sus burlas constantes y crueles, comenzaban a mantenerse cerca de ella. No era como antes, cuando la acosaban abiertamente, sino más bien una presencia constante, como si estuvieran vigilándola. Hades, Kris, Apolo y Jake seguían en su órbita, pero, de alguna manera, sus intenciones parecían más sutiles, más inquietantes.
Cada paso que daba se sentía observado, como si cada movimiento suyo estuviera siendo calculado. A pesar de la aparente calma, Rachel no podía deshacerse de la sensación de que algo estaba por suceder. La tensión en el aire era palpable. Ella, que había comenzado a acostumbrarse a la constante agresión, ahora estaba aterrada por esta nueva dinámica, más silenciosa, más controladora. La incertidumbre la atormentaba, y cada vez más, se sentía atrapada en su propia vida.
Mientras Rachel trataba de mantener la calma, Michael, la persona a la que tanto amaba y por quien había arriesgado tanto, vivía una pesadilla indescriptible. Michael había sido convertido en un peón dentro del círculo de amistades de los Winter, pero no uno que disfrutaba de ese estatus. Era el chico de los recados, el que tenía que cumplir con las órdenes de los miembros del círculo social de los Winter, sin importar las consecuencias.
Lo peor, sin embargo, no era el trabajo o la humillación. Era la tortura constante. Los otros chicos del círculo, bajo la dirección de los Winter, le daban brutales golpizas colectivas, cada una más dolorosa que la anterior, todo como parte de una cruel rutina de abuso para mantenerlo sumiso y bajo control. Michael, que antes había sido un joven lleno de vida, ahora estaba roto, y su dolor era palpable en cada uno de sus gestos. La desesperación lo había consumido.
Rachel, al ver a Michael durante uno de sus encuentros clandestinos, solo podía mirar desde la distancia. No podía acercarse demasiado, pues sabía que la furia de los Winter caería sobre ella con la misma violencia. A lo lejos, se disculpaba mentalmente con él, rogándole en silencio que pudiera perdonarla, que las cosas no deberían haber terminado así. Pero Michael, al verla, no compartía su dolor.
Cuando finalmente se encontraron, la ira que había acumulado explotó en palabras llenas de rencor.
—¿Crees que alguna vez te amé? —le escupió, su voz cargada de desprecio—. Solo te hablé porque eras bonita y un blanco fácil. Solo quería acostarme contigo, pero por tu culpa, mira cómo estoy. Te odio. Deberías morir.
Las palabras de Michael atravesaron a Rachel como dagas. En un arrebato de furia y dolor, él se lanzó hacia ella, golpeándola bruscamente en el hombro con su puño. El impacto la sorprendió, y sintió cómo el dolor se sumaba al desgarro emocional que ya la consumía. Sin poder contener el llanto, sintió que su mundo se desmoronaba.
—¡No tienes derecho a decirme eso! —gritó Rachel, y en un impulso de defensa, le devolvió el golpe, no con la misma fuerza, pero sí con todo el coraje que le quedaba.
Michael se detuvo, sorprendido por su reacción. La miró con una mezcla de furia y asombro, pero su rencor no desapareció.
—Eres una estúpida, Rachel. ¡No entiendo por qué te molestas! —dijo, su voz resonando con rabia.
—¡Y tú no entiendes nada! —respondió ella, sintiendo que el dolor se mezclaba con su frustración—. No soy la causa de tus problemas.
Michael, incapaz de soportar más la situación, apartó la mirada y se alejó, dejándola sola, destruida, en el pasillo vacío.
Rachel, sin poder soportarlo más, salió corriendo. Corrió hasta que sus piernas la traicionaron y cayó al suelo, sollozando en la soledad del pasillo. No sabía qué más hacer, ni cómo salir de la espiral de dolor en la que se encontraba.
Fue entonces cuando Kris apareció. En silencio, como siempre, se acercó a ella, sin hacer ningún comentario, simplemente observándola con esos ojos fríos que nunca revelaban lo que realmente pensaba. Rachel, al verlo, se apartó rápidamente, avergonzada por su vulnerabilidad.
Kris, sin decir una palabra, la levantó suavemente y la condujo hacia la enfermería. El silencio entre ellos era pesado, y Rachel, aún en shock, no dijo nada. En el interior de la enfermería, Kris la obligó a sentarse en la camilla y, con una calma inquietante, comenzó a curar las heridas que Michael le había causado: un labio roto y una mejilla inflamada.
Le dio un analgésico sin hacer preguntas, solo actuando con esa quietud que siempre lo caracterizaba. No había reproches, ni consuelo. Solo una acción sin emoción, como si todo esto fuera lo más normal del mundo para él.
Cuando terminó de curarla, Kris se quedó mirándola en silencio. Rachel, adolorida tanto física como emocionalmente, no sabía qué decir, pero fue Kris quien rompió el silencio.
—Duerme, te despertaré más tarde, —dijo con la misma calma que siempre lo caracterizaba, su voz grave resonando en el aire.
Rachel no podía entender por qué Kris se había mostrado tan distante, ni lo que había hecho por ella, pero no tenía fuerzas para cuestionarlo. Casi como un susurro, ella asintió, dejando que el cansancio se apoderara de ella, y cerró los ojos. Mientras tanto, Kris permaneció a su lado, observando cómo la joven caía en un sueño agitado, mientras su rostro se mantenía impasible.
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Escalva de los sueños perdidos
RastgeleRachel no recordaba el último día en que se sintió libre. Los pasillos de Dream Academy habían sido su prisión desde el primer momento, pero solo ahora comprendía el verdadero alcance de esa oscuridad. La escuela que había sido su gran oportunidad l...