Un sonido sordo martillaba en mis oídos, una especie de eco lejano que iba y venía. Algo me pesaba en los párpados; abrirlos me costó lo que parecía una eternidad. Parpadeé. La luz blanca del techo me cegó por completo, como si estuviera mirando al sol. Todo era demasiado brillante, demasiado confuso.
¿Dónde estaba? ¿Qué estaba pasando?
Giré la cabeza un poco, sintiendo el ardor de músculos que no sabía que tenía. Había algo en mi cuerpo que no respondía como debía, como si no fuera mío. Mis manos pesaban, torpes y ajenas.
¿Estaba soñando?.
Fue entonces cuando la vi. Una chica sentada al otro lado de la habitación, absorta en su teléfono. ¿Lily? Sí, era ella. Mi hermana menor. ¿Qué hacía aquí? Y, por cierto, ¿qué rayos pasó? ¿Estoy en un maldito hospital?.
—Mamá... —Su voz tembló, y el teléfono casi se le cayó de las manos —. ¡Mamá! ¡Julian despertó!
¿Qué significaba "despertó"?. Todo sucedió rápido. La puerta del baño se abrió, y mi madre apareció como una ráfaga.
—¡Lily, ve por el médico! —ordenó, acercándose a mí de inmediato.
Intenté hablar, pero mi garganta ardía como si hubiese tragado clavos. Apenas salió un susurro.
—Mamá... ¿qué pasó? —balbuceé, mi voz apenas era audible.
Mi lengua estaba torpe, pesada, como si no la hubiera usado en años. Ella se inclinó sobre mí, sus ojos llenos de lágrimas, pero con esa calma forzada que las madres tienen cuando intentan protegerte de todo.
—Shh, hijo, todo está bien. No te esfuerces.
¿No me esfuerce? ¿Cómo se supone que no me esfuerce cuando no entiendo nada?. Intenté mover el brazo, pero estaba atado a algo. Un tubo, quizás. ¿Qué demonios?
—¿Dónde estoy? —pregunté, ahora más fuerte.
El sonido de un carrito metálico se escuchó en el pasillo. Pasos rápidos se acercaban, seguramente los del médico. Mi madre tomó mi mano, sentí el roce cálido y familiar de sus dedos sobre los míos.
—Tranquilo, cariño. Estás en el hospital. Has estado... has estado dormido por un tiempo.
Dormido. Esa palabra no tenía sentido. ¿Qué era "un tiempo"?. Mi corazón se aceleró, y un pitido agudo en la máquina al lado de mi cama delató mi pánico.
—¿Cuánto tiempo? —exigí saber, aunque mi voz seguía siendo un hilo de desesperación.
Ella no respondió de inmediato. Su silencio fue como un golpe en el pecho.
—Dos meses —dijo finalmente, con voz temblorosa.
Dos meses.
Mi mente se llenó de imágenes borrosas. Recuerdos vagos, distorsionados. La empresa. Mi departamento. El aeropuerto. Camila.
—¿Y Camila? —mi pregunta fue un grito ahogado, más para mí que para ella.
Mi madre abrió la boca, pero antes de que pudiera responder, el médico entró en la habitación, acompañado de una enfermera que ajustaba el gotero. Era un hombre mayor, de cabello gris en las sienes y una expresión serena, aunque cansada.
—Buenos días, Julian —dijo, con una sonrisa profesional—. Me alegra mucho verte despierto. ¿Cómo te sientes?
—Confundido... —admití, apenas podía sostenerle la mirada—. No entiendo nada. ¿Qué me pasó?
El médico se acercó, revisaba los monitores al lado de la cama mientras hablaba con calma.
—Tuviste un accidente, Julian. Fuiste atropellado por un vehículo hace dos meses. Según los testigos, cruzaste la calle sin mirar hacia la izquierda. El coche iba a alta velocidad y te golpeó de lleno.
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Mi Lugar en Ti
DragosteJulian Bennett es un joven muy atractivo, seductor y amante del lujo que trabaja en una prestigiosa empresa de bienes raíces. Sin embargo, esconde oscuros secretos que, si se develan, podrían destruir todo lo que ha construido. Buscando escapar de...