CAPÍTULO 21 - Tras el alba

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Los primeros rayos del sol comenzaron a colarse entre las copas de los árboles del denso y antiguo bosque de Nemeton, marcando el inicio del alba y con ella, la transición de los hombres lobo a su forma humana. Era un momento ritual, un suspiro de alivio para muchos que, tras una noche de caza y libertad salvaje, regresaban a sus habitaciones.

Yunklian, oculto entre las sombras de un viejo roble, observó con atención cómo el último de ellos, aún tambaleante, se adentraba en el edificio. Exhaló un suspiro profundo y comenzó a caminar en dirección al despacho de Althea. "Vaya noche...", murmuró para sí mismo, sintiendo el cansancio en sus músculos y en su mente. El trayecto se le hacía interminable, con cada paso resonando en los largos y ahora silenciosos pasillos de la escuela. “¿Por qué Althea tuvo que diseñar una escuela con pasillos tan largos?”, se preguntó con una mezcla de cansancio e ironía."

Las paredes de piedra, con sus famosas enredaderas, parecían estirarse a medida que avanzaba. Yunklian se pasó la mano por el cabello, despeinándolo aún más, mientras su mente volvía una y otra vez a los eventos de la noche. "Desde que regresé a este lugar, no han dejado de suceder cosas extrañas", pensó, recordando sus primeros años como vicerrector. "¿Qué debería hacer con esos dos? Sobre todo con Junghaleon… Encima la ostia que le metió a Namarok…" Yunklian sacudió la cabeza, visiblemente asqueado. Se preguntaba si debía contarle todo a Althea. A pesar de que siempre había mostrado lealtad y apoyaba las decisiones de la directora, aunque a veces de mala gana, había ciertos asuntos que prefería mantener en secreto.

Finalmente, tras un trayecto que se le hizo interminable, llegó al despacho. Empujó la puerta con desgana y esperando encontrar a Althea, vio que el lugar estaba vacío. Yunklian arqueó una ceja y, con una sonrisa traviesa, se dejó caer en la silla del escritorio de Althea. “A ver cuánto tarda en llegar”. La luz del amanecer se filtraba por las ventanas, creando sombras que danzaban sobre los estantes repletos de libros y esculturas. Yunklian fijó la mirada en una de ellas. “¿Y el sireno? Casi lo olvido”, se dijo al observar la figura de una sirena a la vez que palpaba su bolsillo derecho de la chaqueta donde había guardado la pequeña figura que había comprado. De repente, una frase resonó con fuerza en su mente: “A veces, la lealtad implica callar para proteger a quien más se aprecia”. “Tss, ya te vale, hermano…”, murmuró, molesto al recordar quién se la había dicho. Sus pensamientos se desvanecieron en cuanto escuchó el sonido de la puerta abriéndose.


—Ya era hora —se pronunció Yunklian, cruzando los brazos mientras se apoyaba en el escritorio. 

—¡Yunklian! ¡Menos mal que estás aquí! —exclamó Althea, como si estuviera controlando un mar de emociones en su interior.

—¿Qué? ¿Qué ocurre? — preguntó Yunklian arqueando una ceja, visiblemente confundido ante la reacción de Althea. 

—Vengo de la enfermería. —Althea respiro hondo antes de continuar. —Fang y el médico me llamaron poco después del alba. —Su voz se quebró levemente, y sus ojos, normalmente firmes, parecían más oscuros a pesar de la intensa luz que entraba por las ventanas.


Yunklian sintió un escalofrío recorrerle la espalda, sus músculos se tensaron instintivamente y frunció el ceño. “No me jodas que Namarok acabó peor de lo que pensaba”, se dijo a sí mismo, recordando el reciente accidente en la azotea, aquella imagen todavía le incomodaba. “Solo espero que no recuerde nada…”, pensó, observando el rostro cada vez más compungido de Althea.


—Ya veo… —respondió con cautela, intentando mantener la calma. —¿Y todo bien? —añadió, aunque la inseguridad en su voz era evidente.

—Yunklian, menos mal que los salvaste —dijo, dejando escapar un suspiro aliviado. —Si no llegas a actuar, Namarok estaría muerto.

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