En una escuela secundaria de una ciudad tranquila, la profesora Tsunade era conocida por su carácter fuerte y su apariencia imponente. Con años de experiencia y un estilo de enseñanza riguroso, Tsunade se había ganado tanto el respeto como el temor de sus alumnos. Siempre buscaba que sus clases fueran dinámicas, aunque muchos estudiantes preferían mantenerse en silencio, por miedo a recibir una mirada severa o algún regaño. Sin embargo, había una estudiante que destacaba por ser una distracción constante: Shizune.
Shizune, una chica reservada y un tanto torpe, solía sentarse al fondo del aula junto a su amiga Anko. Aunque trataba de ser discreta, más de una vez había sido sorprendida por Tsunade hablando en clase, aunque casi siempre era por culpa de Anko. Sin embargo, había algo diferente en esta ocasión. Anko notó que Shizune, en vez de estar atenta a la lección, parecía absorta mirando fijamente a Tsunade, embelesada, perdiendo completamente la noción de su entorno.
— ¡Oye, Shizune! — le susurró Anko, divertida —. Te estás quedando embobada mirándola. Ya hasta parece que se te va a salir la baba.
Shizune se sobresaltó y le lanzó una mirada de advertencia. — ¡Cállate, Anko! — murmuró, tratando de no llamar la atención. Pero, desgraciadamente, la voz de Shizune fue lo suficientemente alta para que Tsunade la escuchara.
La profesora se detuvo en medio de su explicación y dirigió una mirada seria hacia el fondo del aula. — Shizune, ¿podrías prestar atención en lugar de hablar con tus compañeras? Esta no es la primera vez que interrumpes la clase.
El rostro de Shizune se tornó rojo de vergüenza, y bajó la mirada, murmurando una disculpa. Sabía que Tsunade la veía como una distracción más que como una buena estudiante, y la verdad es que tampoco destacaba por sus notas. Sin embargo, no podía evitar sentir esa atracción inexplicable hacia su profesora. Había algo en la confianza con la que hablaba, en su voz firme y en la intensidad de su mirada, que hacía que Shizune no pudiera apartar sus ojos de ella.
Para Tsunade, Shizune era una especie de enigma. A pesar de su desempeño algo mediocre, notaba la forma en que la miraba, cómo sus ojos brillaban cada vez que hablaba, como si cada palabra que saliera de su boca fuera algo digno de admiración. Al principio, esto la irritaba un poco; sentía que Shizune estaba más enfocada en ella que en aprender. Pero, con el tiempo, comenzó a sentirse intrigada por esa mirada insistente. Había algo tierno y genuino en esos ojos que la veían como nadie más lo hacía.
Esa tarde, cuando la clase terminó, Tsunade pidió a Shizune que se quedara un momento. Los demás estudiantes salieron rápidamente, y Anko le lanzó una mirada burlona antes de irse, dejándola sola con la profesora.
— Shizune, ¿por qué siempre estás distraída en clase? — preguntó Tsunade con voz firme, aunque en el fondo sentía una leve curiosidad.
Shizune, nerviosa, bajó la mirada y jugueteó con los dedos. — Lo... lo siento, profesora. Es solo que... a veces me cuesta concentrarme — murmuró, sin atreverse a decir lo que realmente pasaba por su mente.
Tsunade suspiró, suavizando un poco su expresión. — Si necesitas ayuda, siempre puedes pedírmela. No muerdo — dijo, con una sonrisa que sorprendió a Shizune.
La chica sintió cómo su corazón latía más rápido, y se armó de valor para levantar la vista y mirarla a los ojos. — En realidad, me gusta mucho su forma de enseñar… y… bueno, me gusta mucho usted, profesora.
Tsunade se quedó en silencio, sorprendida por la confesión. Pero en lugar de reprenderla, sonrió levemente, con un brillo en los ojos que Shizune nunca había visto antes.
— Supongo que esa no es una distracción tan mala — dijo suavemente, permitiéndose una cercanía que nunca antes había tenido con algún alumno.
Desde aquel día, algo cambió entre ellas. Shizune se esforzaba un poco más en las clases, y aunque su rendimiento no era perfecto, Tsunade siempre encontraba una razón para acercarse y darle un consejo extra, una sonrisa o simplemente un gesto de aprobación que la hacía sentir especial. Ambas sabían que había un límite, pero en el silencio de sus miradas compartidas, encontraron un lazo que, aunque complicado, era fuerte y verdadero.