Una noche de Halloween, Tsunade y Shizune paseaban por las calles de Konoha, decoradas con luces anaranjadas, calabazas talladas, y telarañas falsas colgando de los postes de luz. Los niños corrían por el pueblo con disfraces de monstruos, vampiros y ninjas famosos, gritando emocionados en busca de dulces.
Tsunade había insistido en vestirse como una elegante bruja, con un sombrero puntiagudo y una capa oscura que ondeaba al caminar. Shizune, por su parte, iba de hada, con un vestido celeste y pequeñas alas brillantes que había hecho ella misma. Aunque se había sonrojado al principio, al notar cómo Tsunade no dejaba de mirarla embelesada, se sintió segura y contenta.
Decidieron hacer una parada en el mirador del bosque, un lugar alto y tranquilo desde donde podían ver toda la aldea iluminada. Allí, Tsunade le tomó la mano a Shizune y la miró con una sonrisa traviesa.
—¿Sabes? No necesito brujerías para verte encantadora —dijo Tsunade, acercándose para acariciarle la mejilla.
Shizune se sonrojó y bajó la mirada, sintiendo el calor en su rostro mientras sonreía tímidamente.
—Entonces creo que el hechizo es tuyo, Tsunade-sama —murmuró ella, con su característico respeto hacia su amada, pero que ahora llevaba un toque cariñoso y juguetón.
Tsunade entrelazó sus dedos con los de Shizune, observando las luces de Konoha a lo lejos.
—Llevas años siendo mi luz, Shizune. Sin ti, este corazón se habría apagado hace mucho —admitió Tsunade en un tono más suave y sincero.
Shizune sintió que sus ojos se humedecían. Nunca imaginó escuchar palabras así de Tsunade, pero esta noche era especial, y ambas lo sentían.
De pronto, un murciélago revoloteó cerca de ellas, y el susto hizo que Shizune se aferrara aún más a Tsunade, que rió suavemente.
—Parece que te he salvado de una criatura de Halloween. Ahora me debes un beso, ¿no crees? —le susurró Tsunade con picardía, inclinándose hacia ella.
Shizune no perdió la oportunidad y, olvidando el miedo, la besó dulcemente. Mientras el beso se intensificaba, Tsunade deslizó sus manos con firmeza por la cintura de Shizune, acercándola aún más hacia ella. Con un movimiento suave pero decidido, la empujó hasta que la espalda de Shizune se apoyó en el tronco de un árbol cercano, sus rostros apenas separados por unos centímetros.
Shizune sintió un pequeño escalofrío, no de miedo, sino de pura emoción. El tacto de Tsunade en su cintura, la cercanía de su mirada intensa y ese entorno oscuro y romántico bajo la luz de la luna le aceleraron el corazón.
—Te ves preciosa —murmuró Tsunade con una sonrisa de complicidad, acariciándole el rostro.
Shizune, con un leve temblor en las manos, colocó una mano sobre el hombro de Tsunade y la otra en su mejilla. Se sentía segura, protegida, y esa chispa de emoción mezclada con la dulzura del momento la embargaba.
—Tsunade-sama, no tienes idea de cuánto te amo —susurró, sin apartar la mirada de sus ojos.
Sin decir una palabra, Tsunade inclinó su rostro hacia el de Shizune y volvió a besarla, esta vez con una mezcla de pasión y ternura que parecía detener el tiempo.