Capitulo 14

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Adrián

Maldigo en voz baja, el sonido seco de mi frustración se pierde en el aire pesado de la habitación. Mi mano se desliza hacia el puente de mi nariz, un gesto involuntario que delata la tensión que me carcome por dentro. Mi madre, la mujer que nunca se digna a pisar mi hogar, ha decidido aparecer hoy.

No me importa su presencia, pero me irrita que invada el espacio de Iris. Ese territorio es exclusivamente mío. Aunque tal vez sea una jugada del destino. Puede mantener a Iris distraída, ocupada… lejos de la verdad por un tiempo más. Porque esa verdad es un incendio, uno literal que devoró su casa. ¿Cómo carajos le explico que alguien incendio su casa?

—Hijo, deja eso, yo lo haré —dice nana a mi lado, su voz suave, pero firme—. ¿Por qué no me avisaste que la traerías a casa? Habría preparado algo especial para ella.

Aprieto la mandíbula, mi voz es un gruñido bajo. 

—No era el plan, nana. Al menos, no hoy. —Mis ojos se deslizan hacia Iris, quien charla cómodamente con mi madre. Esa imagen debería darme calma, pero solo añade más peso en mi pecho—. Ella no se irá. Esta casa será suya, para siempre.

—¿Y ella lo sabe?

Mis labios se curvan en una mueca helada. 

—Lo sabe, pero no lo acepta… aún. —Me giro para enfrentarla, mi mirada se clava en la de nana como un puñal—. Escúchame con atención y no te atrevas a olvidarlo: Iris es mi mujer, y será tratada con el respeto absoluto que merece. Ni una mirada de desprecio, ni una palabra fuera de lugar. Si alguien se atreve a desafiar su autoridad, responderá ante mí. Y créeme, no habrá segundas oportunidades.

Nana asiente, sus dedos se posan brevemente en mi brazo. 

—Hablaré con el personal esta noche. 

Me alejo, mis pasos son silenciosos, pero cada uno retumba como una amenaza contenida. Necesito calmar esta tormenta en mi interior. Agarro una botella de whisky de la barra y la descorcho; el sonido del corcho saliendo es un suspiro de alivio en medio del caos. Vierto una medida generosa en el vaso, el ámbar del licor refleja mi propio fuego interno.

De reojo, veo a mi madre alejarse y siento que la sala recupera su orden natural. Levanto la vista y ahí está ella. Iris. Sus ojos están fijos en mí, llenos de una confusión que no tarda en tornarse en desafío. Su piel está pálida, pero esos ojos… 

Joder, esos malditos ojos. Un ámbar ardiente, fundido con destellos de naranja, como dos brasas encendidas que nunca se apagan. Son un arma y una promesa a la vez. Me fulminan con una intensidad que pocos se atreven a mostrarme. Esos ojos podrían desafiar al mismísimo infierno, y quizás ganar.

Ojos naranjas ardientes, pienso, sin poder evitarlo. Son los ojos más hermosos que he visto jamás.

—¿Qué pasa, cariño? —pregunto con una sonrisa ladeada, disfrutando del aire de provocación que se empieza a formar entre nosotros. 

Ella cruza los brazos y me mira con una ceja arqueada, como si estuviera a punto de desarmarme con una sola frase. La muy lista. 

—¿Sueles hacer las cosas sin darte cuenta de que las estás haciendo? 

Frunzo el ceño, confundido. Su tono es dulce, pero tiene veneno escondido. La miro directo a los ojos, intentando descifrar el juego. 

—¿Qué? ¿Por qué lo preguntas? 

Su mirada desciende lentamente hasta el vaso de whisky que sostengo, y su sonrisa se ensancha como si tuviera el control absoluto de la situación. 

—Te has bebido y servido cuatro whiskys mientras me mirabas como un tonto. —La risa contenida en su voz es un puñal directo a mi ego. 

El Peso del Pasado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora