capitulo 18

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Iris

Al salir del jet, el aire me envuelve, frío y pesado, como si quisiera recordarme que he cruzado una línea invisible. Lo primero que veo son más de cuatro camionetas negras, con los vidrios polarizados tan oscuros que me es imposible adivinar lo que esconden. Frente a ellas, hombres de pie, inmóviles como estatuas, vestidos impecablemente de negro. Sus rostros son máscaras de acero, sin emoción, sin vida aparente. Pero entonces noto algo. Cuando Adrián los mira, un cambio sutil ocurre: sus mandíbulas se tensan, sus ojos parpadean apenas, y veo cómo algunos tragan saliva. No necesitan palabras para entender lo que él exige; su sola presencia es suficiente para doblegar hasta al hombre más valiente.

Camino a su lado, sintiendo cómo su energía me envuelve, cómo su frialdad parece calar hasta en mis huesos. Adrián no necesita hablar para intimidar. Puede hacerlo con un solo paso, con un movimiento de su cabeza, con una mirada que te hace sentir pequeño, insignificante.

-Tengo unos asuntos que atender. Te veré más tarde, cariño-dice de pronto, sin siquiera mirarme, con un tono tan frío como calculado.

Nos detenemos frente a una de las camionetas, y finalmente, él se gira hacia mí. Alzo la cabeza, y la expresión en su rostro cambia. La mirada fría y distante se desvanece, dando paso a algo completamente diferente. Su sonrisa ladeada aparece, tan peligrosa como hipnotizante, y un escalofrío me recorre desde la base de la nuca hasta los pies.

Por dios, qué sexy. Este hombre sabe exactamente lo que provoca en mí cuando sonríe de esa forma, y lo hace a propósito. Lo sé.

Me acerco lentamente, como si algo en él me atrajera de manera inevitable. Adrián no aparta sus ojos de los míos. Con movimientos medidos, se inclina hacia mí, acortando la distancia entre nosotros.

-Supongo que nos veremos más tarde-murmuro en un tono bajo, apenas un susurro.

-No podré estar tanto tiempo alejado de ti-responde, su voz grave y cargada de algo que no puedo descifrar. Una de sus manos sube hasta mi mejilla, acariciando mi piel con el pulgar, cálida y firme. -Es una maldita tortura no poder ver tu hermoso rostro, tus bellos ojos, cariño.

Me quedo inmóvil, atrapada entre sus palabras y el calor que emana de su cercanía. Dios, ¿cómo consigue hacerme sentir tan vulnerable y tan poderosa al mismo tiempo? Es como si supiera exactamente qué cuerdas tensar en mi interior para mantenerme al borde de la rendición.

Inclino la cabeza apenas un poco, dejando que su mano me guíe, disfrutando del contraste entre la dureza de su palma y la suavidad con la que me toca. Podría jurar que su pulgar dibuja un trazo deliberado en mi mejilla, como si estuviera reclamándome de una manera que solo él entiende.

-Entonces no te alejes -digo finalmente, mi voz firme, aunque mi interior es un caos. Dejo que mis palabras caigan entre nosotros como un desafío velado.

Su sonrisa se ensancha, esa maldita curva arrogante que me hace querer besarlo y abofetearlo al mismo tiempo. Es como si supiera que tiene todas las cartas, y yo... yo solo intento mantenerme en el juego. Pero no me rendiré tan fácilmente. Él no puede llevarse la última palabra.

-¿Es una orden? -pregunta, su aliento rozando mis labios.

Mis ojos se entrecierran, y dejo que mi sonrisa responda antes de hablar. -Tal vez. Depende de cuánto te guste obedecer.

La risa que escapa de su garganta es grave, profunda, y me envuelve como una caricia. Pero no me da tiempo a procesarla, porque su boca está sobre la mía antes de que pueda decir algo más. Y entonces, ya no hay juego, solo el incendio que siempre provoca en mí, consumiéndonos a ambos.

El Peso del Pasado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora