Iris
Han pasado dos semanas. Dos malditas semanas. La imagen de Eduardo y esa sonrisa perturbadora todavía se me graba en la mente como una quemadura que no se borra. La forma en que me miró, como si ya supiera algo que yo no, como si estuviera disfrutando de un secreto, me provoca un escalofrío que baja por mi columna y se convierte en rabia pura. Una rabia que me consume.
Rick ha estado vigilándolo las 24 horas, y sí, escuché la conversación. Las organizaciones más peligrosas del mundo están detrás de mí. ¿Por qué? No lo sé. Pero una en particular me obsesiona: la mafia rusa. Esa maldita mafia no puede poner un pie en el territorio de Adrián. Sin embargo, aquí estoy, viva, y eso me carcome la cabeza. ¿Por qué no me mataron? ¿Por qué tendrían que hacerlo?
No he tenido el valor de preguntarle a Adrián ni a los chicos. Pero lo descubriré. Por mi cuenta.
Estas semanas he pasado cada maldito día entrenando con Derek. No hay descansos, no hay tregua, y eso está bien. Cada minuto que pasa, me vuelvo más rápida, más precisa, más letal. Pero él sigue insistiendo: no es suficiente. Y no lo contradigo, porque sé que tiene razón. No basta con ser buena; tengo que ser perfecta.
Derek no me da espacio para errores. Me enseñó cómo quitarle un arma a alguien en un abrir y cerrar de ojos, cómo desarmar a un hombre antes de que siquiera sepa que lo he perdido todo. Mi puntería, por otro lado, nunca necesitó ajustes. Cada bala que disparo encuentra su destino con una precisión que Derek ya no comenta, pero que puedo ver en su expresión cuando me observa: sabe que no fallo, y eso lo enorgullece.
No obstante, disparar no es suficiente. No cuando hay hombres que te observan, esperando un error, esperando un momento de debilidad. Por eso, Derek me ha puesto a pelear. No con mujeres. No con principiantes. Peleo contra hombres entrenados, contra los que se ganan la vida en los combates ilegales del club de Adrián. Me enfrentan con sonrisas confiadas al principio, creyendo que será fácil derribarme. Pobres idiotas.
Ni uno solo ha podido tocarme. Ni uno. Sus golpes no llegan, sus movimientos son predecibles, y cada vez que uno cae al suelo, me aseguro de que sientan que fue por mi mano. Hay algo casi adictivo en escuchar el eco de un cuerpo golpeando la lona, en ver cómo sus ojos se ensanchan de sorpresa cuando se dan cuenta de que no soy como esperaban.
No soy débil. No soy frágil. Y, definitivamente, no soy alguien a quien puedan subestimar.
Derek, con su mirada fría y calculadora, simplemente me lanza al siguiente oponente. Y yo no protesto. Porque esto no es un juego. Esto no es por diversión. Esto es por supervivencia. Porque allá afuera, hay gente que quiere verme caer. Gente que cree que puede aplastarme. Y quiero que, el día que finalmente me enfrenten, entiendan que cometerán el último error de su vida.
Cada pelea, cada golpe, cada gota de sudor que dejo en ese gimnasio me acerca más a lo que quiero ser: una fuerza imparable. Y cuando termine, cuando sea la versión más peligrosa de mí misma, no habrá lugar para el perdón, ni para la compasión. Solo habrá fuego, cenizas y silencio.
Derek no me dice nada cuando el último hombre del día se retira, cojeando y sosteniéndose el costado con una mueca de dolor. Pero en sus ojos veo algo que no necesita palabras: lo estás logrando.
Y eso es suficiente por ahora.
En mis horas libres, mis hombres están ocupados con una sola misión: encontrar a Aliana. La niña de ojos dorados. Esa imagen, la de su mirada dura y desafiante en medio del infierno, se ha incrustado en mi mente como un tatuaje. Me obsesiona. No hay día que pase sin que me pregunte dónde está, si logró sobrevivir, si sigue respirando en este mundo que solo parece tragar vidas.
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El Peso del Pasado
Romance⚠️ CONTENIDO, FUERTE Y EXPLÍCITO. NO APTO PARA MENORES DE 21 ⚠️ En un mundo de secretos y mentiras, Iris y Adrián comparten una relación tan peligrosa como apasionada. Iris, una mujer marcada por un pasado que se niega a soltarla, lucha por desentra...