Capitulo 2

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Iris

La mañana llega lentamente, y con ella, la maldita luz del sol que decide filtrarse a través de las cortinas como una invasión no solicitada. Me despierto con un sobresalto, jadeando, como si hubiera estado corriendo una maratón sin haber entrenado en diez años. Mi corazón late como si quisiera salirse por la boca y mis pulmones no se enteraron de que ya es hora de calmarse.

Las imágenes de la pesadilla se aferran a mi mente como una pegatina que no se despega ni con agua caliente. La niña encadenada, las heridas, esa risa cruel que parecía el ringtone del infierno...

¡Genial! Buen comienzo del día.

Me siento agotada, mis músculos tan tensos que si alguien me toca, creo que rebotará. Pensaba que había superado todo esto, que la caja de trauma en mi cerebro estaba bien cerrada con cinta adhesiva y un cartel de "NO ABRIR NI POR ACCIDENTE". Pero al parecer, mi subconsciente decidió hacer una fiesta sorpresa. Sin mi consentimiento.

Respiro hondo, intentando no parecer una versión agotada de Gollum. Me miro en el espejo del baño y ahí está: una persona con ojeras nivel "he clavado mi propia tumba y aquí estoy". Me siento expuesta, vulnerable, y un poco tentada a volver a meterme bajo las sábanas hasta el año que viene.

Pero no. Porque estoy en mi estudio con Mariana y Jonathan, quienes me miran como si acabara de confesarles que soy una extraterrestre. O peor, que no me gusta el chocolate. Mariana está paralizada, y Jonathan... bueno, Jonathan tiene una sonrisa que promete nada bueno. Lo conozco demasiado bien.

-Jonathan -le digo, entornando los ojos-, esto no es una escena de tus libros de dark romance.

Su sonrisa se estira más que una liga vieja. Lo que me faltaba.

-Vamos, nena, tú y yo sabemos que sí lo es.

-He dicho que no -contesto, cruzándome de brazos y clavándole una mirada que debería derretirlo.

-Entonces, ¿por qué pensaste que diría que lo era?

Me frunzo más que una pasa arrugada. ¿Por qué le doy pie? ¿Por qué Dios mío, por qué?

-Insoportable -murmuro, girando los ojos tan fuerte que casi veo mi cerebro.

Él me señala con ambas manos, su sonrisa más amplia que nunca.

-¡Aaatrapadaaa! -dice entre risas.

Le lanzo una libreta. La esquiva, pero esta batalla no ha terminado.

La libreta pasa rozándole el hombro y aterriza en el suelo con un golpe seco. Jonathan la mira como si fuera una ofensa personal y luego me mira a mí, una ceja arqueada, esa sonrisa insoportable aún pegada a su cara.

-¿De verdad? ¿Violencia a estas horas de la mañana? -se queja con dramatismo, llevándose una mano al pecho como si acabara de ser apuñalado.

-La violencia fue mi primera opción. El autocontrol llegó después -contesto con una sonrisa falsa.

Mariana finalmente reacciona y suelta una risita nerviosa, como si estuviera atrapada en una conversación entre dos gatos callejeros a punto de pelear. Me mira con cara de "¿en serio tienes energía para esto después de semejante confesión?". Yo solo levanto los hombros. Si no me río un poco, podría colapsar en una montaña de llanto y trauma. Y honestamente, no tengo tiempo para eso.

Jonathan recoge la libreta del suelo y me la lanza de vuelta con un gesto exagerado. La atrapo sin esfuerzo, pero le lanzo una mirada que claramente dice "¿Quieres empezar una guerra?". Parece que sí.

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